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Oremos a lo largo del camino

Del número de julio de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


He tenido rápidas curaciones en la Ciencia Cristiana. Síntomas de enfermedades que algunos esperarían que duraran semanas o meses — o lo que es todavía peor, que hubiera complicaciones — han desaparecido rápidamente por medio de una profunda oración cristiana. Arraigada en una comprensión de lo que es Dios, y el hombre como la perfecta expresión de Dios, la oración ha tenido este efecto: una enfermedad ha sido disuelta, problemas agobiadores han desaparecido y relaciones tensas han sido armoniosas. Una y otra vez los resultados se manifestaron sin demora, como ocurrió en la época de Cristo Jesús.

Pero ha habido otras ocasiones en que el progreso se ha detenido. Una enfermedad o algún otro problema personal no cedió a la oración — no de inmediato — sino después de mucho tiempo. Día tras día había orado sobre una dificultad pero con poco resultado aparente. He aprendido, sin embargo, que si persisto en la oración y me aferro a los hechos espirituales acerca de Dios y del hombre, la curación siempre se efectúa.

Hace poco un amigo me recordó acerca de la experiencia que tuvo Daniel, la cual se relata en la Biblia. Nos dice: “En aquellos días yo Daniel estuve afligido por espacio de tres semanas”. Luego Daniel explica cómo durante ese tiempo decidió ayunar absteniéndose de pan, vino, carne y ungüentos.

Pero la historia no termina aquí. Daniel tuvo una visión. Un ángel se le aparece y le hace esta promesa: “Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido”. Dan. 10:2, 12. Esta es una promesa para todos aquellos que han estado orando y ayunando espiritualmente para resolver algún problema — negando el testimonio de los sentidos físicos — pero con poco progreso visible: “Desde el primer día... fueron oídas tus palabras”.

“Por espacio de tres semanas”, aquel prolongado período en que nada se resolvía, en realidad, algo maravilloso estaba ocurriendo. Era algo espiritualmente fortalecedor, vigorizante, sanador. La comprensión que Daniel buscaba, y aparentemente llevándola a la práctica mediante lo poco o mucho que comprendía, lo llevaron a un despertar angelical.

Si en mi propia vida yo pudiera, en alguna forma, separar en grupos las dos clases de curaciones, — primero las más rápidas y luego aquellas que, como las de Daniel, fueron más lentas — ambas me serían muy queridas. Pero aquellas que fueron más lentas, posiblemente me han enseñado más. Más acerca de la constancia. Más acerca del crecimiento espiritual. Más acerca de la inamovible perfección. Algunas veces, cuando el deseo de aprender, y no meramente el de esperar una curación física, ha impregnado mis oraciones, también la curación y el alivio han llegado. Es obvio que estas curaciones me obligaron a aprender que desde el primer día mis oraciones fueron importantes y eficaces, a pesar del temporario cuadro de estancamiento.

De acuerdo con la Ciencia divina (la cual nos da la más exacta información acerca de usted y de mí que jamás podríamos tener), usted y yo nunca somos nada que no sea la perfecta idea de Dios, la Mente divina. Ahora mismo, la Mente es perfecta y la idea de la Mente es perfecta. Dios es perfecto y el hombre es perfecto. Usted es este hombre ahora mismo. No hay nada que usted, otros o circunstancia alguna puedan hacer para alterar este hecho espiritual. ¡Y eso es todo lo que realmente hay! Pero humanamente tenemos que aprender y demostrar todo esto; tenemos que saberlo. Y, a veces, el aprender y comprender entrañan lo que parece ser una batalla, una prolongada batalla.

Usando la metáfora de una batalla, la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Hablando de su campaña, el General Grant dijo: ‘Me propongo mantenerme en esta línea hasta terminar la contienda, aunque tome todo el verano’. La Ciencia dice: Todo es Mente e idea de la Mente. Tenéis que manteneros en esa línea hasta terminar la contienda. La materia no os puede dar ayuda alguna”.Ciencia y Salud, pág. 492.

A medida que aprendemos a amar aquello por lo que estamos luchando y rehusamos retirarnos de la línea en la cual estamos batallando (el lugar donde más aprendemos y somos fortalecidos), nada puede derrotarnos. Aprendemos a discriminar entre las inútiles ofertas de ayuda de la materia que trataría de tentarnos o seducirnos, y lo que la Ciencia nos dice: las claras comunicaciones de la Mente divina. Así separamos lo verdadero de lo falso.

Aunque el hacerlo tome “todo el verano” o varios veranos, inviernos, otoños y primaveras, nada cambia estos hechos absolutos. La verdad no está sujeta a desgaste. No nos estancamos si nos aferramos al hecho de que “todo es Mente e idea de la Mente”. Estamos aprendiendo, obteniendo nuevas energías, acumulando un arsenal de convicciones espirituales, aumentando nuestra preparación. Finalmente, esto llega al punto en que se domina cualquier mentira de enfermedad. Las variadas formas de oración para luchar en esta línea, aumentan en fortaleza, inspiración y poder durante los largos y duros momentos.

En la Ciencia Cristiana hay un término para la ilusiva “mente” de los mortales: mente mortal. El término bíblico para esto es mente carnal. De los muchos métodos que la mente mortal usaría para desmoralizarnos, tal vez el más pernicioso sea: “Tal vez no sane”. Y la mente mortal lo dice en tal forma, que nos hace pensar que somos nosotros que lo estamos diciendo. Pero todo lo que la mente carnal dice ¡es una mentira! Debe saber que si usted ha estado diciendo: “Tal vez no sane”, no es usted quien lo está diciendo. La mente mortal está profiriendo una mentira, y tratando de que usted la crea. Escuche en cambio lo que Dios le está diciendo. Por ejemplo, la Biblia nos afirma que Dios dice: “Mi palabra... no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero”, Isa. 55:11. y “Yo haré venir sanidad para ti, y sanaré tus heridas”. Jer. 30:17. Dios también promete: “Os restituiré los años que comió la oruga”. Joel 2:25.

Cuando verdaderamente escuchamos al Padre, cuando nuestras oraciones incluyen algo de comprensión acerca de Dios perfecto y hombre perfecto, y aplicamos esa comprensión justamente donde se necesita, y ésa es la forma de oración que se conoce como tratamiento en la Ciencia Cristiana, entonces nuestro pensamiento llega a ser firme y tranquilo. El desaliento pierde su punto de apoyo y desaparece. La brecha que existe entre lo que somos en el hecho espiritual y lo que humanamente parece que somos, se va reduciendo. Cada día, pensamientos angelicales nos dirigen hacia donde necesitamos enfocar nuestras oraciones y cómo hacerlo. Y debido a que cada paso nos trae inspiración y no penosa labor, día a día progresamos más. La mente mortal falla en su esfuerzo por impresionarnos con sus mentiras. Escuchamos cada vez más el mensaje más maravilloso de todos: el mensaje del Cristo. Como lo explica Ciencia y Salud: “El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana”.Ciencia y Salud, pág. 332.

Escuchar el mensaje del Cristo y responder a su presencia es lo mejor que podemos hacer. Piense en Pedro cuando vio a Cristo Jesús caminar sobre las aguas en dirección a la barca en que se hallaban los discípulos. Ver Mateo 14:25–33. Pedro dijo a Jesús: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Después que Jesús le dijo: “Ven”, Pedro dejó a los otros, y descendiendo de la barca caminó sobre las aguas hacia donde estaba el Maestro. El anduvo bien mientras mantuvo la vista en la meta. Pero cuando apartó la mirada de su objetivo y vio las olas, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Quizás haya pensado: “¡Si tan sólo me hubiera quedado en la barca con el grupo en vez de venir hacia Cristo Jesús, no estaría hundiéndome ahora!” ¡Quién sabe lo que habrá pensado! Pero sí sabemos lo que pasó. En el momento exacto en que parecía que se hundía, Cristo Jesús extendió la mano y lo alcanzó, y siguieron juntos hasta la barca.

¡Y esto es lo que el Cristo, la Verdad, hace! El Cristo está a nuestro alcance para salvar y sanar. Está siempre presente, y es poderoso justamente en la forma en que se necesita. No somos castigados por dirigirnos hacia el logro de una curación espiritual. Somos sostenidos e inmensamente recompensados.

Si ha estado usted luchando por largo tiempo contra alguna amenazante enfermedad o algún otro problema rebelde, no pierda su esperanza. Si está poniendo la Ciencia Cristiana en práctica, está realmente batallando en la línea de la Verdad. Toda oración, firmeza y comprensión, aun en pequeño grado, ayudan a que se manifieste la curación. Tal vez la mejor manera de resumirlo todo sea citando estas palabras de la Sra. Eddy. De manera sencilla e inequívoca, nos dice: “La Verdad es siempre victoriosa”.Ciencia y Salud, pág. 380.

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