Antes de relatarles mi duro despertar, tengo que decirles de dónde me vino la idea para este artículo, fue mediante el relato bíblico del hombre rico que va a ver a Cristo Jesús, ansioso por saber qué podía hacer para heredar la vida eterna. Jesús le mencionó los últimos seis mandamientos del Decálogo, los que tratan más bien sobre las relaciones del hombre con su prójimo, como: no robar, no mentir, no cometer adulterio, etc. El hombre le responde a Jesús que los ha obedecido durante años. (¡Lo cual no es tarea fácil!)
Pero cuando Jesús pide al hombre rico que deje todo por Cristo, se refiere a los cuatro primeros mandamientos que obviamente tienen que ver con la relación íntima con Dios, que requieren el todo del corazón, la mente y el alma de la persona. Jesús le dice: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz”. Marcos 10:21. Jesús nos muestra así que el reino de los cielos no se obtiene mediante adquisiciones humanas, sino sólo renunciando a todo lo que no es celestial.
Como este hombre tiene grandes posesiones, se va muy triste, y de acuerdo con el relato podemos inclinarnos a suponer que este pobre individuo se decidió en contra del reino. Pero también podríamos suponer que se va triste porque realmente quiere ese reino, pero se da cuenta de lo que esta decisión le costaría: ¡todo lo que posee!
Las observaciones finales que hace Jesús a sus discípulos también nos hacen pensar. Después de explicar que el problema no consiste en la mera posesión de riquezas, sino en confiar en ellas, Jesús dice: “Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. Marcos 10:25. ¿En qué se parece un hombre rico a un camello?
Durante muchos años había leído este relato con un secreto suspiro de alivio. Al igual que este hombre, yo había obedecido bastante bien los mandamientos referentes a no robar, no mentir, etc., pero, puesto que yo no era rica, esta historia no me concernía. Por lo menos así lo creía. Sin embargo, la vida tiene maneras de enseñarnos las lecciones más grandes del Amor divino por medios que no podemos anticipar. Aun cuando las riquezas de una persona no parezcan como las de otras, mediante experiencias personales comencé a ver cuán aplicable era la analogía del camello al progreso de cada persona hacia el reino de los cielos: especialmente el mío.
Fui criada en una época que me prometía muchas cosas buenas. Tendría un esposo, niños y una hermosa casa. Para cuando tenía casi veinte años, esa época había ampliado sus promesas e incluía una carrera exitosa y llena de expectativas. En pocos años lo había logrado todo.
El despertar de ese sueño llegó cuando ocurrieron una serie de incidentes aflictivos, incluso la ruptura de mi matrimonio. Quedé sola con un bebé para criar, además de problemas económicos, una fuerte depresión y una enorme pérdida de peso. Estaba extenuada emocionalmente, y físicamente débil. Por cierto que esto no era parte de mi “plan de acción”. De hecho, todo lo contrario. Era el fin de todo por lo cual me había esforzado durante los últimos diez años. Y pensé que, literalmente, era mi fin. En cierta forma, lo fue. Por lo menos fue el fin del “yo” que hasta entonces había conocido. Pero también fue el comienzo de algo muy nuevo y diferente. Estas pruebas me ayudaron a acabar con los estrechos confines de lo que consideraba que era mi vida.
Siempre había creído que mis éxitos eran señales de que había hecho las cosas bien. Después de todo, ¿acaso no es así como nos inclinamos a medir el amor que Dios tiene por nosotros, es decir, de acuerdo con el bien que se va desarrollando en nuestra vida? Pero cuando mi vida parecía que se derrumbaba y el éxito se esfumaba rápidamente, los conceptos más básicos acerca de la vida misma fueron puestos a prueba. Comencé a pensar en el hombre rico y en la analogía del camello.
Mis conceptos acerca de la salud y la felicidad habían sido orientados hacia lo que yo había decidido que sería el reino celestial. Suponía que mi camino era el Camino, en vez de dejar que mi camino fuera definido por lo que el Cristo exigía. ¡No tenía interés en abandonar nada! Jamás me había imaginado lo que eso significaba. Siempre había estado negociando con Dios sobre el precio del reino. Pienso que negociar es definitivamente la palabra correcta, porque cuando aceptamos el cristianismo es probable que todavía estemos regateando. Puede que hayamos probado los frutos de las enseñanzas de Cristo Jesús, tal vez hayamos experimentado, en cierta medida, la presencia viviente del Cristo mediante curaciones en la Ciencia Cristiana. ¿Acaso no nos gusta el sabor de este alimento celestial? Y, por supuesto, queremos más.
Comprendemos que hay un precio que pagar: debemos obedecer los Diez Mandamientos, ¡todos! Pero tal vez nos inclinemos a una obediencia superficial de los Mandamientos, en tanto que interiormente todavía estamos regateando. Tal vez lo hagamos de esta manera: “Amado Dios, haré todo lo que pueda para ser un buen ser humano, para ser bondadoso con mis padres y amigos, y para tener gran éxito de manera que Tú puedas estar orgulloso de mí. A cambio de ello, naturalmente espero una vida sana, feliz y próspera, por la cual Te daré casi toda la gloria”. ¡Parece que fuera un convenio bastante razonable! Pero sólo es otra forma de querer que Dios se ajuste a “nuestro camino”, en vez de ceder nuestro “yo” a Su camino.
Mediante mis propias tribulaciones empecé a percibir cómo la analogía del camello tenía que ver más con el hombre mismo que con las finanzas del hombre. Había tantas cosas que yo trataba de llevar conmigo al reino de los cielos: lo que me gustaba y lo que no me gustaba, opiniones “objetivas”, talentos y éxitos humanos. En concreto, había planeado llevar el entero “yo” humano. ¡Con razón que me encontraba en tales dificultades al querer enhebrar este enorme “camello” de la personalidad humana en “el ojo de la aguja”, el camino derecho y angosto del Cristo!
El propósito fundamental de la Ciencia Cristiana es que nos liberemos de la creencia de que la vida está en la materia — la creencia en un ego personal — a fin de que todos podamos, individualmente, llegar a la actual comprensión de Dios y de nuestra verdadera naturaleza como hombre, la expresión de Dios, el Yo Soy o Ego, y encontrar el reino de los cielos aquí. La Verdad no negocia el precio de un camino tan estrecho. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “No hay más de un camino que conduce al cielo, la armonía, y Cristo en la Ciencia divina nos muestra ese camino. Es no conocer otra realidad — no tener otra consciencia de la vida — que el bien, Dios y Su reflejo, y elevarse sobre los llamados dolores y placeres de los sentidos”.Ciencia y Salud, pág. 242.
¿“Placeres de los sentidos”? ¡Este fue un duro despertar! Lo único que había considerado era elevarme por sobre las características desagradables acerca de mí; errores secretos, pesares, dolores y de aquellas “otras personas” que causaban mis problemas. Vi claramente que nunca había considerado el precio de obedecer todos los Mandamientos completamente y poner a Dios primero, por sobre todas las cosas. Como ven, nunca había intentado deshacerme de mi “ camello”. Sólo esperaba usar la Ciencia Cristiana para deshacerme de una pocas “jorobas”. Mas lo que debe abandonarse por completo es ese sentido finito y mortal de identidad, tanto positivo como negativo, tanto externo como interno, y no sólo sus dolores. Esto es tomar la cruz.
No es simplemente la creencia de que la vida mortal es dolorosa, que no tiene lugar en el reino de Dios. Es la creencia más fundamental de que hay una vida mortal que debe abandonarse. Esta falsedad acerca de la individualidad espiritual del hombre no es simplemente un error que los mortales creen. Este error constituye la creencia que llamamos un mortal. El “camello” no tiene creencias. El “ camello” es la creencia. De ahí que la comparación que hizo Jesús del hombre rico con el camello sea tan asombrosamente exacta: El camello nunca puede pasar por el ojo de la aguja.
En otras palabras, en la consciencia pura del reino de los cielos hay espacio solamente para un Ego, la Mente divina, Dios, y su reflejo, el hombre. El sentido mortal del “yo” se deja atrás, paso a paso, en la transformación espiritual, donde perdemos todo sentido de personalidad mortal y finita y, en cambio, reconocemos la individualidad espiritual como el reflejo del Ego divino.
De acuerdo con las palabras de Jesús dichas al hombre rico acerca de renunciar a todo, sin condiciones que aten, la Sra. Eddy escribe: “La renuncia a todo lo que constituye el llamado hombre material, y el reconocimiento y realización de su identidad espiritual como hijo de Dios, es la Ciencia que abre las compuertas mismas del cielo; de donde fluye el bien por todos los cauces del ser, limpiando a los mortales de toda impureza, destruyendo todo sufrimiento, y demostrando la imagen y semejanza verdaderas. No hay bajo el cielo otra forma por la cual podemos ser salvos y por la cual el hombre puede revestirse de poder, majestad e inmortalidad”.Escritos Misceláneos, pág. 185.
Es posible que todavía usted se pregunte qué pasó en mi experiencia, esperando que haya tenido un final feliz. Pero no lo tiene. Es decir, no tiene ningún final. Los desafíos que enfrenté me dieron el valor, que a menudo sólo la necesidad da, para hacer mías las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. La sensación agobiante de fracaso desapareció cuando renuncié al orgullo de mis éxitos pasados. El profundo sentimiento de haber sido traicionada fue disminuyendo a medida que me negaba a devolver golpe por golpe. No fue fácil. Me llevó tiempo. El progreso parecía lento, duro y carente de todo encanto.
Pero poco a poco mi actitud frente a la vida comenzó a cambiar. Sentí una profunda alegría y propósito, aun en aquellos meses en que el pago del alquiler se atrasaba. Finalmente obtuve la provisión adecuada, pero no por medio de un obstinado esfuerzo por obtenerla. Por el contrario, a medida que abandonaba todo lo que era desemejante al reino de los cielos en mí (y había mucho que abandonar) percibí que la provisión celestial era muy tangible. Me dediqué a una carrera que no solamente continúa proveyendo este progreso sino que también lo exige.
Cuando veo que todavía estoy negociando con Dios — tratando vanamente de empujar mi identidad mortal hacia el reino de los cielos — recuerdo la parte final del encuentro del hombre rico con Jesús. Los discípulos, sorprendidos ante el comentario de Jesús respecto a la imposibilidad de que un rico entre en el reino, preguntaron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” En otras palabras, viendo que todos sufren de una gran “riqueza” de personalidad, podríamos preguntarnos qué podemos hacer. Jesús respondió: “Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios”. Marcos 10:26, 27.
Me parece que la lección final es así: que a pesar de lo noble que sean nuestras intenciones, como las del hombre rico, este camino hacia el sentido espiritual del Ego no puede alcanzarse mediante nuestros propios triunfos. El desprenderse de todo lo que se exige de nosotros es, irónicamente, imposible para nosotros. Pero mediante nuestra demostración individual del Cristo, y mediante la gracia de Dios, la consciencia humana se eleva más alto. Despertamos al hecho de que así cono no somos mortales, tampoco somos camellos.
Dios Mismo nos capacita paso a paso, a tomar la cruz, a deponer la creencia en una identidad mortal. De acuerdo con el camino que Dios determina, y en la proporción en que dejamos que Dios lo determine, el Amor divino cumple en nosotros este original y maravilloso propósito:
• abandonar la personalidad mortal con todos sus efímeros tesoros;
• reconocer la individualidad espiritual con toda su verdadera satisfacción y sustancia.
Este es el más grande de los milagros y el designio divino de la vida misma.
