Durante años, estuve esclavizada por el hábito de fumar antes de comenzar a estudiar la Ciencia Cristiana, y recurrí a toda clase de métodos para reforzar mi fuerza de voluntad para poder abandonarlo. Pero, cuanto más me proponía dejar el cigarrillo, más fumaba. Estaba desesperada. Algunas noches, cuando me quedaba sin cigarrillos, salía a comprarlos fuera la hora que fuera. Me rebelaba, pero, ¡no podía dejar de fumar! Finalmente, una noche decidí recurrir a Dios en oración para que me indicara qué debía hacer para liberarme de ese hábito. Abrí mi Biblia en busca de una respuesta. Mis ojos se posaron en la declaración de Cristo Jesús: “Pedid, y se os dará;... llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe”. Mateo 7:7, 8.
Oré fervientemente, sabiendo que mi Padre celestial contestaría a mi petición, porque Su voluntad para mí era todo el bien. Comprendí que Dios era Alma omnipotente y que nada era imposible para El. Oré humildemente, confiando en que la Verdad iba a destruir mi deseo de fumar. Cuando desperté a la mañana siguiente, el deseo había desaparecido por completo. ¡Era libre!
Si fuma, usted también puede ser libre, hoy mismo, de esos deseos. Puede dejar de fumar sin recurrir a la fuerza de voluntad, sin sufrir angustia y sin que usted irrite a sus familiares. Quizás haya tratado en varias oportunidades de abandonar este vicio o mal hábito, pero sin haber logrado resultados permanentes. Aunque haya querido dejar de fumar recurriendo a la fuerza de voluntad, puede que haya seguido sintiéndose adicto al cigarrillo. O, tal vez haya querido calmar a sus amigos y familiares sin en realidad querer dejar de fumar.
¿Se preguntó alguna vez qué o quién afirma, en realidad, que le encanta fumar, que le da placer? Por cierto que no puede ser Dios, quien, según las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, no es el autor del mal o de los malos hábitos. Si El lo fuera, éstos serían inherentes a todos Sus hijos, y serían imposibles de abandonar, pues el hombre es la imagen y semejanza de Dios. De modo que no puede ser su identidad espiritual e impecable lo que desea fumar. La semejanza de Dios es perfecta, el reflejo de la naturaleza divina; por lo tanto, está libre de todo vicio. Es la mente mortal solamente — la creencia ilusoria de que hay vida material — que dice que le encanta fumar. Pero no hay un dios material que dé origen a un hombre mortal conforme a su imagen y semejanza material. El Espíritu sólo puede dar origen a lo espiritual.
Entonces, ¿con qué nos identificamos? Si queremos despojarnos de todo vicio, si queremos ser verdaderamente libres, debemos comprender que sólo tenemos una identidad real, espiritual, pura, perfecta, y darnos cuenta de que, puesto que expresamos y deseamos verdaderamente sólo las cualidades impecables del Espíritu, podemos resistir la tentación de experimentar placer en un comportamiento que no es divino.
Si comprendemos que Dios, la Mente divina, es Todo-en-todo, que llena todo el espacio y que no hay cabida para algo que no provenga de El, nos damos cuenta cada vez más de que no puede haber nada desemejante a Dios, quien sólo conoce la pureza y la santidad. Dios jamás creó a un hombre mortal sujeto a la necesidad de fumar; por lo tanto, no hay causa real — que lo haga a usted un adicto o no — que le haga sentir esa necesidad. El hombre tiene dominio, y cuando reclamamos esta naturaleza espiritual como la nuestra, comenzamos a liberarnos de la creencia de que somos mortales sujetos a placeres carnales.
Es muy importante comprender nuestra verdadera identidad como el reflejo de Dios, y vivir de acuerdo con ella. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy ilustra la relación que existe entre Dios y el hombre por medio de este ejemplo: “Tal como una gota de agua es una con el mar, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser”.Ciencia y Salud, pág. 361. También ella dice: “El hombre es la expresión del Alma”.Ibid., pág. 477.
El Apóstol Juan se refiere al Cristo como “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre”. Juan 1:9. Esa luz destruye toda impureza y pecado, todo lo que es desemejante a la armonía, la salud y la impecabilidad. El Cristo puede destruir por completo — y, en efecto, lo hace — el deseo de fumar. Pablo nos dice: “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. Rom. 8:2. Esto significa que esta ley puede liberarnos a nosotros de todas las llamadas leyes de la mente carnal o mortal que quisieran esclavizarnos, aun de las que dicen que es difícil dejar de fumar y que se necesita de mucha fuerza de voluntad para hacerlo.
Usted y yo tenemos autoridad para rebelarnos contra cualquier ley que no provenga de Dios, y declararla nula. La ley de Dios es la ley de la perfección, la ley que libera al hombre de todo pecado y mal hábito. Por medio del Cristo, la Verdad, comenzamos a conocer a Dios como Jesús Lo conoció, y a ser más puros, mejores, y más obedientes a la ley divina que aniquila todo mal. Este camino de salvación vence al mundo y a sus deseos, y nos libera.
