Tal vez haya usted oído a los Científicos Cristianos hablar sobre “trabajo sanador”. Por esto generalmente se da a entender curar mediante la oración o la práctica de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens). Pero, ¿por qué la palabra “trabajo”? ¿No debiera la curación mediante la oración ser espontánea y libre? ¿No debiera ser una respuesta fácil y natural a lo que Dios está haciendo?
Con frecuencia es así. Muchos Científicos Cristianos recuerdan curaciones que se han efectuado de esa manera. Pero también recuerdan momentos en que fue necesario trabajar. Esta clase de trabajo no es una labor física; es un esfuerzo mental, íntimo y persistente.
La mente humana no siempre anhela trabajar, física o mentalmente. Preferiría “saber solamente”, flotar e ir adelante sin encontrar resistencia. De hecho, después de un poco de trabajo, tal vez tengamos la tendencia a divagar o desalentarnos si no tenemos un resultado positivo inmediato. No obstante, la Ciencia Cristiana nos ayuda a ver que esa tendencia, en el aspecto de la curación espiritual, indica una actitud que debe corregirse.
El no estar dispuestos a esforzarnos por corregirla indica un falso concepto. Con mucha frecuencia es una señal del sentir que alguien más o algo más debiera trabajar, en este caso, Dios. No obstante, el hecho es que si algo por lo que estamos orando no cede, y aún requiere trabajo, el cambio que se necesita está en nosotros y no en Dios.
Uno de los temas más importantes en el capítulo “La oración” en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, trata sobre la importancia de abandonar el concepto de que la oración consiste en pedir a Dios que trabaje y, así, estar nosotros dispuestos a hacer el trabajo que se nos exige. La Sra. Eddy escribe: “¿Quién se pondría ante una pizarra rogando al principio de las matemáticas que resuelva el problema? La regla ya está establecida, y es nuestra tarea hallar la solución. ¿Pediremos al Principio divino de toda bondad que haga Su propio trabajo? Su obra está acabada, y sólo tenemos que valernos de la regla de Dios para recibir Su bendición, la cual nos capacita para ocuparnos en nuestra salvación”.Ciencia y Salud, pág. 3.
Un enfoque sincero y lógico al pensar acerca de Dios nos dice que la obra de Dios no podría estar incompleta para ser perfeccionada por nuestro apremio por muy conmovedora, meritoria o espiritual que pueda ser nuestra oración. Y una vez que aceptemos que la oración no es un asunto de hacer que Dios actúe, sino el medio por el cual cambiamos nuestro punto de vista en cuanto a lo que Dios ya ha hecho, habremos dado un paso importante que nos llevará a orar de tal manera que realmente se efectúa la curación.
La oración es un estado de pensamiento. Es la manera particular de pensar que se dirige enteramente a Dios. Dice, en efecto, que a pesar de lo que pueda parecer la situación desde el punto de vista de los sentidos materiales y los cálculos de la mente humana, Dios y Su bondad infinita son primordiales. En la oración decimos: tendré a Dios como el Principio de toda realidad y a nada más como ley o necesidad. Escucharé todo lo que pueda para aprender acerca de Dios y de Su creación perfectamente buena, incluso el hombre a Su imagen y semejanza.
Ahora bien, ¿dónde toma parte el trabajo? El trabajo consiste en hacer lo que teníamos intención de hacer. Robert Benchley, el humorista, en cierta ocasión dijo: “Todo individuo puede hacer cualquier cantidad de trabajo, ¡siempre y cuando no sea el trabajo que debiera estar haciendo en ese momento!” Cuando tenemos la intención de orar, ¿oramos realmente o consideramos hacerlo, nos preparamos para hacerlo, nos damos cuenta de algunas dificultades en hacerlo y, de esa manera, terminamos por no hacerlo?
Al encarar la situación sinceramente, podemos progresar. Por muy sencilla que sea nuestra oración al comienzo, al dirigirnos a Dios alcanzamos algo porque Dios está allí. La oración no es la actividad solitaria desesperada y en vano de un ser mortal. Vemos, como lo vio el Salmista: “El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor en mi alma”. Salmo 138:3.
Nuestro trabajo no sólo consiste en asegurarnos de que hemos llegado al punto de orar verdaderamente. También consiste en perseverar con nuestra afirmación de la bondad y omnipotencia de Dios, si encontramos una fuerte evidencia en contra. Este es el momento cuando ayuda mucho recordar que el trabajo de oración es para cambiarnos a nosotros, y no a Dios o los hechos de Su perfecta creación. Insistimos en recurrir a Dios con el pensamiento para estar más conscientes de la armonía, salud, amor y toda clase de rectitud que ya existen porque Dios existe. Y estamos dispuestos a hacer un esfuerzo para eliminar dentro de nosotros cualquier cosa — temor, ignorancia o pecado — que quisiera interponerse en nuestro reconocimiento de que Dios es Dios. “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”, Mateo 5:8. nos dice Cristo Jesús.
Las aparentes circunstancias exteriores que enfrentamos que exigen oración, están realmente indicando el pensamiento que se opone al hecho de la bondad omnipresente de Dios. Al comprender esto vemos por qué necesitamos trabajar. Y estamos más dispuestos a orar. Esto puede significar persistente afirmación espiritual, ir en busca de nueva comprensión en la Biblia y en Ciencia y Salud, o despojarnos del temor e inmoralidad personal. Puede entrañar la repetición de nuestro trabajo: el argumento espiritual sobre la totalidad de Dios y su implicación específica respecto a la situación. Incluye, por lo general, profundizar nuestra comprensión de nuestras declaraciones espirituales.
La curación que se efectúa como resultado de esta clase de labor espiritual, lleva en sí gozo singular y un espíritu de libertad que dura mucho tiempo.
Y no hay nada que pueda quitarnos ese peso que sentimos de que tenemos mucho trabajo como el comprender que el trabajo de Dios es omnímodo, y que ya está hecho maravillosamente bien.
, Jr.
