Hace ya muchos años, cuando era una joven madre con dos hijas, yo sufría de severos dolores abdominales. Los diagnósticos médicos variaban entre embarazos tubulares, quistes y útero malformado. Entonces, cuando todos los tratamientos prescritos no produjeron alivio, los médicos aconsejaron una histerectomía.
Sentí mucho temor y lloré la tarde en que me enteré de que se había recomendado una intervención quirúrgica. Pero la amiga que había cuidado a mis niñitas, mientras yo iba a la cita médica, me consoló con las noticias de que había un método de curación espiritual. “¿Por qué no tratas la Ciencia Cristiana?” Su interés compasivo era tierno y sincero. “¿Qué hago?”, le pregunté. “Confía en Dios”, me respondió ella simplemente, al decirme que la Ciencia Cristiana sí sanaba.
Entonces ella me leyó un poema escrito por la Sra. Eddy. Yo pensé que esas palabras eran las más bellas que jamás había escuchado. Las primeras líneas son del Himno 207 del Himnario de la Ciencia Cristiana:
Gentil presencia, gozo, paz, poder,
divina Vida, Tuyo todo es.
Amor, que al ave Su cuidado da,
conserva de mi niño el progresar.
Como me había criado en el cristianismo, percibí que ésta era la clase de oración que mi madre hubiera orado por mí. De hecho, el título del poema es la “Oración Vespertina de la Madre”. Sentí consuelo con estas verdades, que me dieron el valor para confiar en Dios.
Esa noche dormí mejor que lo que había dormido en muchos días, y a la mañana siguiente desperté sintiendo un anhelo renovado de confiar en El. Todavía recordaba las palabras de ese poema, especialmente esta línea de la segunda estrofa: “Su brazo nos rodea con amor”. Descubrí que era más importante meditar sobre las ideas que esas palabras expresaban que pensar en el dolor.
En una semana, me di cuenta de que ya no tenía más dolor. Me sentí totalmente sana y bien. Cómo y cuándo ocurrió esta curación no lo sabía. Estaba muy sorprendida. Si esto era de lo que se trataba la Ciencia Cristiana, yo quería saber más sobre ella.
Para probarme a mí misma que había tenido una curación completa, caminé seis cuadras a la casa de mi amiga para darle las gracias por lo que ella había hecho, fuere lo que fuere. “¡Estoy sanada!” le dije, radiante de alegría. “Yo sabía que lo estabas”, dijo sonriente. Le pregunté: “¿Cómo lo supiste? ¿Fue ésta una curación por la Ciencia Cristiana? ¿Cómo trabaja?” Estaba llena de preguntas y preparada para las respuestas.
Mi gentilmente me indicó que Dios no hace la enfermedad, y, por lo tanto, yo no tenía que experimentar lo que Dios no había hecho. Me habló del tierno cuidado que tiene Dios para con toda Su creación, el hombre y el universo. Me enseñó los testimonios de curaciones en el Christian Science Sentinel. Mejor todavía, me prestó su ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Este libro y la Biblia son los libros de texto de la Ciencia Cristiana. Tomé el libro y regresé a casa llena de gozo para empezar la aventura de leerlo y estudiarlo.
Todavía estoy participando en esta aventura. A medida que he aprendido y practicado las verdades de la Biblia y Ciencia y Salud, he obtenido más confianza en la bondad y el amor de Dios. Nunca más volví al médico. No lo necesité. Todos los problemas físicos anteriores desaparecieron.
Ha habido otras pruebas maravillosas del amor de Dios en nuestra familia: curaciones de huesos aparentemente rotos, de las llamadas enfermedades de la niñez y de relaciones personales discordantes.
Y tú, querida amiga, quien me iniciaste en esta enseñanza preciosa, dondequiera que estés, espero que leas esto y te regocijes conmigo porque he sanado permanentemente.
Livermore, California, E.U.A.
