Un sermón que apareció el año pasado en un número de The Christian Ministry habla de la época en que el gran compositor George Frederick Händel estaba pasando por momentos difíciles en su vida y carrera. Hacía poco que había padecido de una grave enfermedad que le había dejado las manos parcialmente paralizadas. Parecía no ajustarse a los círculos sociales de la Europa del siglo dieciocho, ni siquiera entre sus colegas músicos. Pero, tal vez, lo más devastador para él, en lo personal, era que sabía que su música no era apreciada. De hecho, en lo que concernía a la opinión pública, sus nuevas óperas eran un fracaso. Sus acreedores andaban tras él.
Era un hombre solitario con muy pocas esperanzas de que se reconociera la obra de su vida. No obstante, hubo un cambio diametral en la vida de Händel. Según dice la historia, una noche había sido humillado en una reunión de músicos, y volvió a su casa desalentado. No obstante, vio que un amigo había pasado y "le había dejado un paquete sobre su escritorio que contenía una recopilación de versículos de la Biblia, un conjunto que su amigo llamó 'El Mesías' ". Al principio, Händel no estaba de humor para tener en cuenta los versículos, no obstante, un pasaje en particular llamó su atención vivamente. Era del Antiguo Testamento (Isaías 40:1, 5): "Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios.. . Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá".
Casi milagrosamente, esos versículos de la Biblia dieron a la vida del compositor una perspectiva diferente. "La soledad de Händel empezó a desaparecer.. . La armonía de coros poderosos y la música de orquesta y órgano inundó su árida alma, vivificándolo. Con increíble rapidez llenó hoja tras hoja. Trabajó toda la noche, sin dormir".
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!