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¿Es el hombre un intermediario?

Del número de febrero de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


Este es un tema que se trata bastante a menudo en estos días: en fiestas, en programas de televisión y en libros que encabezan la lista de best-sellers. Evoca imágenes de lo exótico y oculto, continentes perdidos y vidas pasadas. El nuevo concepto es “canalizar” pero, en realidad, es un concepto antiguo, la creencia de que personalidades del llamado mundo espiritual pueden hablar a través de seres vivientes.

¿Es el hombre un conducto para los espíritus? Deberíamos primero hacer algunas preguntas más importantes. ¿Es Dios Espíritu? ¿Existe más de un Dios?

En las páginas de la Biblia, y a través de las tradiciones cristianas de los últimos dos mil años, resuenan estas palabras de Moisés: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.. . No andaréis en pos de dioses ajenos, de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos”. Deut. 6:4, 14. Un único poder que es Espíritu, el bien indiviso, la inteligencia, la Vida, el Amor mismo, éste es, indudablemente, el Dios del cristianismo primitivo.

Pero, ¿qué es el hombre? A menudo oímos la sugerencia de que el hombre es una especie de receptáculo para el Espíritu, una entidad separada en la cual viene a morar el Espíritu, por lo que el hombre se vuelve un espíritu personal. Hablamos de “tu” espíritu, “su” espíritu y “mi” espíritu.

Pero, ¿es la identidad del hombre algo independiente de Dios, en la cual el Espíritu penetra y de la cual finalmente sale? ¿O es el hombre la expresión verdadera, perpetua de Dios? En otras palabras, ¿es nuestro ser verdadero un túnel a través del cual pasa la luz espiritual? ¿O es la expresión misma de la luz divina?

Cristo Jesús se refería a sí mismo como “la luz del mundo”. Juan 8:12. También dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”. Mateo 5:14. La Sra. Eddy una vez explicó: “Si decimos que el sol representa a Dios, entonces todos sus rayos, colectivamente, representan al Cristo y cada rayo por separado a hombres y mujeres”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 344. Esta analogía no sugiere que haya muchos Cristos, pero sí muestra que el individuo nunca está separado de Dios, la fuente divina, ni del Cristo, la expresión completa de la naturaleza divina.

Así como no hay muchos dioses o muchos Cristos, tampoco hay muchos espíritus. La Sra. Eddy escribe: “El sol envía luz, pero no soles; así Dios se refleja a Sí mismo, o la Mente; pero no subdivide la Mente, o el bien, en mentes, buenas y malas”.Retrospección e Introspección, pág. 56. En resumen, el hombre es el continuo reflejo del Espíritu, pero no es un pequeño espíritu. Ni es un médium para Dios. El hombre está mucho más “cerca” de Dios que eso. Es inseparable de Dios, es la expresión real de todo lo que Dios es; su individualidad es espiritual, indestructible, no es corpórea ni vulnerable al mal.

El hecho de que el hombre no es un médium tiene implicaciones maravillosas y de gran alcance. Puesto que nuestra verdadera naturaleza derivada de Dios es la manifestación misma de Dios, no operamos como conductores de todo aquello que podría estar pasando (por así decirlo). No estamos sujetos a los buenos o malos espíritus que llamamos humores; no estamos sujetos al enojo, el temor, la depresión, ni siquiera a una mera felicidad momentánea. Nuestra verdadera naturaleza expresa la invariabilidad de un gozo diferente, que permanece inalterado por las circunstancias.

Tampoco somos susceptibles a los elementos perjudiciales que afectan la sociedad: inmoralidad, contagios malignos y demás. La superstición, y hasta las ciencias físicas, pueden insistir en que el hombre es un intermediario para el bien y para el mal, para poderes personales, voluntades humanas, mentes y microbios aparte de Dios. Pero las curaciones prácticas que se efectúan en la Ciencia Cristiana prueban a diario que esa premisa está pasada de moda. El hecho de que el hombre está exento de pecado y enfermedad puede percibirse ahora y puede ser demostrado por medio de la curación.

A medida que estos hechos se vuelven más reales para nosotros, recurrimos a Dios con más frecuencia para resolver los problemas de la vida, para encontrar verdad y sabiduría, y nos apoyamos menos en los demás. Es evidente que la Biblia responde a nuestra búsqueda interna de entendimiento. En Isaías leemos: “Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios?” Isa. 8:19.

Si nos sentimos fascinados por los llamados espíritus y por otros poderes, deberíamos preguntarnos seriamente: “¿Qué puede tener para impartir otro mortal, vivo o muerto, que sea de mayor consecuencia que la sabiduría infinita del único Dios, inmortal y amoroso?” Si creemos que estamos poseídos por los llamados “espíritus” malignos de pecado o de enfermedad, podemos recordar que el hombre no es un intermediario, sino la instantánea semejanza espiritual de Dios y, por medio de esta comprensión de nuestra naturaleza espiritual, podemos echar fuera esos así llamados espíritus.

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