Todos somos de gran estima para Dios. Así dice El a través de las palabras del profeta: “Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé”. Isa. 43:4. La traducción de Moffatt es: “De gran estima eres para mí, tan honorable, tan amado”. El Salmista concuerda con estas palabras: “Me sacó a lugar espacioso; me libró, porque se agradó de mí”. Salmo 18:19. Este amor es universal e imparcial.
La Ciencia Cristiana nos ayuda a comprender la realidad divina que fundamenta este gran amor que Dios tiene por el hombre. Explica que Dios hizo al hombre para expresarse a Sí mismo. Dios ama lo que El ha hecho. Está satisfecho con Su creación. El hombre es la obra de Su mano, la obra de la Mente, pues Dios crea por reflejo, por el pensamiento. El pensamiento de Dios es sustancia verdadera, es eterno, inmutable y no puede deteriorarse ni gastarse. Su creación es siempre nueva. Y, lo más importante, la creación de la Mente debe ser espiritual y perfecta, porque Dios, el Espíritu, es perfecto.
Dios es capaz de tener un amor mucho más puro de lo que podríamos comprender en este momento. A quienes trabajaban en su casa, la Sra. Eddy, Fundadora de la Ciencia Cristiana, les hablaba mucho sobre el Amor divino. Una vez ella dijo sustancialmente: “Quiero que piensen en Dios como Padre, Madre, Pastor; como el Padre que sustenta, mantiene, apoya y cuida al hombre; como la Madre que se lleva el bebé al pecho con ternura inefable; como el Pastor que cuida las ovejas, busca al cordero perdido, y cuando el corderito se vuelve a perder, lo busca cuantas veces se pierda, y lo regresa, hasta que al fin crece y es una oveja y conoce la voz de Su amo, y Lo sigue. ¡Piensen en la naturaleza inmutable del Pastor! Deben adquirir un sentido más tierno de la paternidad de Dios". Citado en Historical Sketches from the Life of Mary Baker Eddy and the History of Christian Science por Clifford P. Smith (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1941), pág. 143.
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