Un hombre herido yacía en la carretera. Dos hombres lo vieron y pasaron de largo ignorándolo, pero un tercer hombre pasó, se detuvo y cuidó de él generosamente. ¿Era esto todo lo que incluía la promesa en la parábola del buen samaritano? Ver Lucas 10:30–37. ¡Así lo creía yo!
Sentados a la orilla de la autopista al fallarnos nuestro automóvil, observamos que en el ininterrumpido tráfico fueron muchos más de tres los autos que pasaron de largo. Mi buen samaritano sencillamente no aparecía. Mi esposo y yo pasamos toda la noche en el auto. A la mañana siguiente caminamos unos cuantos kilómetros antes de que una patrulla de policía viniera a nuestro rescate y nos llevara a un teléfono público.
Me sentía muy decepcionada. Lo que nos había ocurrido y lo que le había ocurrido al herido de la parábola de Jesús no tenían relación. Estaba desilusionada de Dios y furiosa con la parábola. Sin embargo, poco a poco comencé a pensar más cuidadosamente acerca del mensaje de la parábola. Mirando en retrospección, ahora puedo ver que necesitaba ampliar mi comprensión respecto a cómo cuida Dios cariñosamente del hombre. Pero en esos momentos para mí el mensaje era muy simple y directo: Cuando veas que alguien necesita ayuda, ayúdalo de la misma manera que te gustaría que te ayudaran a tí.
Esto parece sencillo, pero con todos los crímenes que están ocurriendo en el mundo, se nos advierte que es necesario usar sabiduría y mantenernos alerta contra posibles situaciones peligrosas. Luego, surgió la siguiente pregunta: ¿Hay conflicto entre la sabiduría y el ser un buen samaritano? Esta era una pregunta que sólo podía responderse mediante la oración. Decidí entonces que ante cualquier situación de necesidad, yo oraría sabiendo que esa oración silenciosa es eficaz.
Estaba familiarizada con la afirmación que escribió Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), a algunos de los primeros conferenciantes de la Ciencia Cristiana, respecto a que los conferenciantes deben comprender la verdad que hay detrás de las palabras que expresan y no simplemente decirlas. Les dijo que un verdadero metafísico “sabe que la Mente es el completo y único poder y que la palabra mental inaudible es más eficaz como regla que la palabra audible”. Luego añadió: “¿Pueden ustedes olvidarse de esta regla y ser consecuentes?” Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1966), pág. 134.
Entonces razoné que el bien que yo deseaba expresarle a mi prójimo tenía que comenzar en mi propia consciencia, y tenía siempre que comenzar con la oración si ésta iba a ser práctica y segura. Este era un plan consecuente. Comencé así: Cada vez que veía a algún conductor detenido en la carretera oraba para comprender que Dios nunca abandona al hombre. Hacía esto declarando, por ejemplo, que debido a que Dios es Amor y el hombre es el reflejo de Dios, todos recibimos el cuidado, la provisión y la protección que necesitamos en todo momento. Dios, el Amor, es infinito y está por doquier presente; por lo tanto, el hombre es inseparable de su creador, es uno con Dios sin que nada lo pueda impedir. Oré con la convicción de que ésta era la cosa más práctica que podía hacer. Lo sabía y lo sentía. El amor de Dios responde a las necesidades humanas.
Por cierto que no estaba orando con la idea de recibir algo a cambio. Después de todo, al principio me había sentido decepcionada con la parábola del buen samaritano porque había estado exigiendo que el resto del mundo fuera un buen samaritano conmigo. Es interesante notar que en la parábola del hombre herido éste no dijo ni una palabra; no sabemos qué puede haber estado pensando, ni siquiera sabemos qué le ocurrió después. En la parábola se destaca la acción de cierto samaritano, de un sacerdote y de un levita. Cristo Jesús resumió la parábola en esta pregunta: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” La respuesta “el que usó de misericordia con él” fue seguida de la admonición de Jesús: "Vé, y haz tú lo mismo". Lucas 10:36, 37.
Las recompensas por obrar bien, por mostrar compasión, sin duda alguna se manifiestan, pero nunca son el fin en sí mismas. Mi recompensa fue una completa curación del desencanto con la parábola del buen samaritano. No fue una curación rápida. Por lo menos, pasó un año y medio desde el incidente en la carretera antes de que yo comenzara a ver los resultados de mi oración y de mis esfuerzos para ser yo misma un buen samaritano. Una de las primeras cosas que reconocí fue que cuando un miércoles, en una reunión vespertina de testimonios, una persona dijo que le había fallado el automóvil en la carretera y alguien vino en su ayuda de inmediato, me regocijé en lugar de rezongar. Mi egocentrismo comenzó a ceder. La constante pregunta de por qué mi experiencia no había sido como aquella, fue cediendo a una respuesta más espiritual. Pude reconocer con alegría que la oración es eficaz y que aquí había otro ejemplo del poder de la oración para responder a las necesidades humanas. Puede no haberme ocurrido a mí, me dije, pero le ocurrió a otros, y esto es una demostración de la bondad de Dios. Reconocí que esto era cierto.
Lo maravilloso de esta experiencia es que nunca más me volví a preguntar: “¿Debo hacer algo más que solamente orar?” ¡Como si la oración fuera solamente una parte de la acción! La oración nos impulsa a actuar, pero el poder sanador de la oración es siempre eficaz en sí mismo y de sí mismo. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras la Sra. Eddy nos alerta respecto a lo que deberíamos hacer siempre: “En todo momento, y bajo toda circunstancia, vence con el bien al mal. Conócete a tí mismo, y Dios proveerá la sabiduría y la ocasión para una victoria sobre el mal”.Ciencia y Salud, pág. 571.
Estaba pensando en este mensaje un día en que me dirigía a mi iglesia filial para asistir a una reunión de comité, cuando vi en la autopista a un conductor a quien le había fallado su automóvil. Sin vacilar me detuve, bajé el vidrio de la ventanilla y le ofrecí llevarlo a donde necesitara. Recibió mi ofrecimiento de ayuda con mucho agrado. No fue hasta que me encontré de nuevo de vuelta en la autopista que me di cuenta de que mi curación había sido completa. Después de todo el tiempo en que había estado apoyando mediante la oración a los conductores cuyos automóviles fallaban en las carreteras, me encontré ahora lista para ayudar a este hombre en particular. En este caso sabía que mi ayuda era el resultado de la dirección de Dios y que, por lo tanto, fue sabio hacerlo porque jamás habría podido yo hacer tal cosa por propia iniciativa. No fue algo planeado, fue espontáneo. Yo no había salido en busca de una situación humana para ser un buen samaritano. Todo comenzó al conocerme a mí misma. Me había visto primero a mí misma como jamás separada de mi verdadero Padre-Madre Dios. Con esto establecido con firmeza en mis pensamientos, pude ver con mucha naturalidad que mi prójimo también estaba totalmente rodeado del cuidado de Dios. Esta oración me dio una oportunidad para ayudar de una manera práctica y segura a aquella persona en particular. Recuperé por completo mi fe en el mensaje de la parábola de Jesús.
Por cierto que habrá ocasiones en que no siempre será sabio, o no será la respuesta adecuada para el problema, el detenerme para ofrecer ayuda. Pero he llegado a ver más claramente que todos somos llamados a ser buenos samaritanos. De manera que no seguiré mi camino con indiferencia. Aprovecharé la oportunidad para conocerme a mí misma y entonces devotamente dejar que Dios me guíe.