Un hombre herido yacía en la carretera. Dos hombres lo vieron y pasaron de largo ignorándolo, pero un tercer hombre pasó, se detuvo y cuidó de él generosamente. ¿Era esto todo lo que incluía la promesa en la parábola del buen samaritano? Ver Lucas 10:30–37. ¡Así lo creía yo!
Sentados a la orilla de la autopista al fallarnos nuestro automóvil, observamos que en el ininterrumpido tráfico fueron muchos más de tres los autos que pasaron de largo. Mi buen samaritano sencillamente no aparecía. Mi esposo y yo pasamos toda la noche en el auto. A la mañana siguiente caminamos unos cuantos kilómetros antes de que una patrulla de policía viniera a nuestro rescate y nos llevara a un teléfono público.
Me sentía muy decepcionada. Lo que nos había ocurrido y lo que le había ocurrido al herido de la parábola de Jesús no tenían relación. Estaba desilusionada de Dios y furiosa con la parábola. Sin embargo, poco a poco comencé a pensar más cuidadosamente acerca del mensaje de la parábola. Mirando en retrospección, ahora puedo ver que necesitaba ampliar mi comprensión respecto a cómo cuida Dios cariñosamente del hombre. Pero en esos momentos para mí el mensaje era muy simple y directo: Cuando veas que alguien necesita ayuda, ayúdalo de la misma manera que te gustaría que te ayudaran a tí.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!