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Escuela Dominical

Del número de febrero de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Gracias por esta hora,
por esta pequeñita semilla de mostaza,
plantada
en una semana de siete días,
ciento sesenta y ocho horas.
Mas, hay lugar para esta pequeña, dulce e inocente hora.
¡Qué hermosa es su promesa!

Dios poderoso, infinito, ilimitado,
aun una mera vislumbre de comprensión acerca de Ti,
me da mucho más
que cerros, colinas y montañas de materialismo.

Por tanto, amado Dios,
gracias te doy por este obsequio, la Escuela Dominical,
hermosamente envuelto
en esta rama de la iglesia,
este aposento de actividad,
con este maestro de (¿qué?).. . humildad.

Y gracias por Tu Cristo
que lo desenvuelve para mí durante toda la semana.

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