Estaban haciendo un censo del gobierno romano en Belén. La ciudad estaba atestada. Así que Cristo Jesús nació en un establo. Lo acostaron en un pesebre donde había heno para los animales. "No había lugar.. . en el mesón". Lucas 2:7.
Esta parte de la historia — no había lugar para el Salvador de la humanidad, incluso cuando era bebé, en la atestada Belén — hace recordar a los cristianos un hecho familiar e irónico. El modo de ser del mundo no ha cambiado. Todavía parece haber muy poco lugar para el espíritu del Cristo.
En lo que respecta a la política y al gobierno podríamos preguntarnos: ¿Queda algún lugar para lo sencillamente verdadero? ¿O tiene siempre la verdad que "empaquetarse" y presentarse de tal manera que atraiga al mayor número de personas?
Quedan también otras preguntas: ¿Hay algún lugar para la ética, la honradez, el amor y la integridad? ¿O tienen éstos que estar siempre subordinados a "otras cosas más importantes"?
Incluso cuando consideramos que nosotros mismos estamos totalmente comprometidos a creer en Dios ¿acaso no tenemos que admitir que es una parte muy pequeña de nuestra vida la que estamos poniendo a disposición de Su influencia — comparable aproximadamente a lo que el mundo originalmente ofreció a la madre de Jesús — algún espacio sobrante?
¿Qué lección debemos sacar de todo esto? Bueno, tal vez no sea la que a primera vista parece tan obvia. Seguramente es cierto que el mundo excluye y niega el espíritu del Cristo. Pero quizás el punto más esencial no es lo que el mundo intenta, sino cómo se manifiesta el Cristo a pesar de ese intento.
Si verdaderamente deseamos encontrar al Cristo, somos atraídos a él, por muchos que sean los obstáculos que se pongan en nuestro camino. Por otra parte, todas las horrendas conspiraciones de Herodes para encontrar y matar al niño recién nacido, fracasan. Más tarde, incluso cuando se combinan Pilato, la mentalidad de la multitud y el poder farisaico, nada puede silenciar o enterrar la Verdad. ¡El Cristo vive! A medida que nosotros respondemos, esta idea espiritual salvadora tiene el poder no sólo para conmovernos emocionalmente durante las diversas festividades religiosas que hay durante el año, sino para transformar completamente la vida de cada persona, y para cambiar también sectores más grandes de la sociedad.
Uno de los pasos más grandes en nuestro progreso viene cuando dejamos de suponer que tenemos que hallar la manera de dar lugar al Cristo. El sentimiento es loable, en cierto sentido, pero no muy iluminado. La verdad es que la sustancia de la idea divina, o Cristo, la Verdad, ya "sobrepasa el mundo material", como lo ha expresado la Descubridora de la Ciencia Cristiana Christian Science (crischan sáiens), Mary Baker Eddy. Ver Escritos Misceláneos 167:11-12. La influencia del Cristo en la consciencia humana tiene el poder de Dios.
Es necesario desechar la tendencia humana de lamentar la pequeñez y vulnerabilidad de la idea-Cristo. Esta es la perspectiva del mundo, pero no el punto de vista divino. No es lo que Dios piensa de Su mensaje a la humanidad. El Salvador enviado por Dios no es, de hecho, vulnerable, falto de poder, ni sujeto finalmente a la crucifixión. A medida que maduramos en esta comprensión espiritual, podemos demostrarla y experimentarla, en cierto grado, en nuestra propia vida. El seguir verdaderamente a Cristo Jesús, no es sólo experimentar el intento mundano de extinguir al Cristo, sino también, en cierta medida, comprobar nosotros mismos la verdad de que el Cristo triunfa sobre el pecado y el mal.
Es posible que la mente humana arguya contenciosamente a favor de su evidencia. Mira, donde el bien fracasó y el mal "ganó", dice. Pero es importante comprender dos cosas: 1) los casos del triunfo del bien sobre condiciones irrealizables son más que suficientes para probar el innegable poder trascendente de Dios, el bien, y 2) incluso las supuestas victorias del mal siempre son simuladas. En otras palabras, parecen reales sólo a la consciencia mortal desesperada; literalmente se despedazan y quedan desenmascaradas a medida que aceptamos la consciencia espiritual más perspicaz que provee Dios.
La Ciencia del Cristo nos enseña a aferrarnos al gran hecho espiritual y a vivir con él. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, dice: "Tenemos que aprender que el mal es la horrible decepción e irrealidad de la existencia. El mal no es supremo; el bien no carece de poder; ni son primarias las llamadas leyes de la materia y secundaria la ley del Espíritu. Sin esa lección perdemos de vista al Padre perfecto o Principio divino del hombre".Ciencia y Salud, pág. 207. También perderíamos de vista la naturaleza verdadera del Cristo como la expresión misma de Dios.
La verdad es que hasta como un bebé indefenso, el Cristo tiene enorme poder. Incluso como un niño en el templo, la idea espiritual derrama sabiduría irresistible. La Ciencia Cristiana ofrece una explicación cristianamente científica que nos ayuda a comprender que el Cristo jamás es débil y pequeño en la experiencia humana. Siempre es la luz del Ser divino, y esta luz siempre es suficiente para destruir la oscuridad. Es luz que llena al mundo y cambia al mundo. Incluso un toque de esta verdadera idea espiritual es suficiente para sanar la enfermedad y deshacer el mal.
Debemos dejar de suponer que de alguna manera podemos hacer lugar al Cristo. La fachada de la tan ocupada mundanalidad tiene que quebrarse. Igualmente, debemos dejar de suponer que tenemos que hacer lugar al Cristo. El concepto temeroso de que la luz y la bondad del ser no tienen el lugar que necesitan para tener la influencia que deben, se disuelve en la creciente comprensión de que el bien de Dios es la verdadera sustancia, ley y realidad del universo.
La venida del Cristo no es el nacimiento de un humano vulnerable pero inefablemente bueno, ni es una bella señal de lo que debiera ser pero no es. Es el reconocimiento naciente de que Dios, el Amor infinito, es, de hecho, el Principio supremo del hombre y de la creación. Este Cristo jamás puede ser excluido o vencido. Gobierna y reina por mandato de Dios.