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La elección de Jennifer

Del número de febrero de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A Jennifer le encantaba saltar a la cuerda. Estaba adquiriendo tanta práctica que nunca perdía aunque sus amigas dieran vuelta a la cuerda tan rápido como podían. Su lugar favorito para saltar a la cuerda era la escuela, durante los recreos. Entonces todas sus amigas hacían fila en el patio de la escuela y se turnaban para saltar y para dar vuelta a la cuerda. Al llegar su turno, cada una trataba de saltar tanto como podía sin perder. Las demás contaban en voz alta los saltos y a veces Jennifer llegaba casi a cien.

Un día, durante un recreo, a Jennifer le tocó saltar otra vez. Empezó saltando muy rápido pero, al tocar el suelo, se torció el tobillo y se cayó. Hizo un gran esfuerzo por no llorar y sus amigas corrieron en su ayuda. Cuando el timbre sonó unos minutos más tarde, le costó mucho caminar de regreso a su clase, por el fuerte dolor que sentía.

En la familia de Jennifer estaban acostumbrados a confiar en que la bondad de Dios se expresara día a día. De hecho, lo primero que hacía su mamá todas las mañanas era leer la Biblia y otro libro llamado Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy. A la mamá le gustaba orar, sentirse cerca de Dios y estar atenta a las ideas espirituales de Dios. Muchas veces toda la familia repetía el Padre Nuestro; a Jennifer le gustaba sobre todo la parte que dice: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria por todos los siglos”. Mateo 6:13.

El amor y el poder de Dios eran muy reales para ella, por lo tanto, era natural que Jennifer quisiera orar a Dios cuando algo no andaba bien. Así que empezó a orar mientras estaba en la clase, a pesar de que era la hora de lectura.

Recordó que Dios es Amor y que El ama a Sus hijos durante cada minuto del día y de la noche. Así que Jennifer en realidad no podía estar nunca fuera de Su cuidado. Aunque estuviera tocando el piano, andando en bicicleta o tomando un baño. Dios está en todas partes; de manera que El está donde están Sus hijos también. La Biblia nos muestra que Dios es todopoderoso; así que Jennifer sabía que no había ningún poder que pudiese hacerle daño.

Entonces una de las amigas de Jennifer le comentó a la maestra lo que le había ocurrido en el pie y la maestra mandó a Jennifer a la oficina del director. El director (todos los niños lo llamaban el Sr. Mac) llamó a la mamá de Jennifer para que viniese a buscarla. Era un hombre muy amable. Cuando Jennifer se iba, el Sr. Mac le dijo que no dejara de poner su pie en agua esa noche y que tal vez en un par de días podría volver a la escuela.

Ya en su casa, Jennifer y su mamá estudiaron y oraron. Tomaron la Biblia de Jennifer y Ciencia y Salud. La mamá leyó en voz alta diferentes relatos de las curaciones que hizo Cristo Jesús de personas que no podían caminar. Ver Lucas 5:18-25; Juan 5:5-9. Una vez le dijo a un hombre paralítico: “Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa”, y el hombre sanó instantáneamente. La verdad no tardó ni un segundo en actuar.

La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien”.Ciencia y Salud, pág. 393. Jennifer sabía que tener un pie que dolía no era bueno, así que eso no venía de Dios. Ella podía rechazar ese pensamiento. Y, como había aprendido en la Ciencia Cristiana, podía aceptar el pensamiento de la bondad de Dios y de que el hombre solamente expresa Su bondad.

Jennifer se fue feliz a la cama esa noche, pensando en las verdades que ella y su mamá habían leído y comentado. Cuando Jennifer se despertó a la mañana siguiente, se puso los zapatos con toda facilidad y salió corriendo, como de costumbre, para alcanzar el ómnibus que la llevaba a la escuela.

A la hora del almuerzo, en la cafetería de la escuela, el Sr. Mac la vio y se acercó. Estaba Estaba sorprendido de que estuviese de vuelta en la escuela tan pronto. “Bueno, me alegro que ya estés tan bien. Seguramente has hecho lo que te dije, pusiste el pie en agua“.

Por un minuto, Jennifer no supo qué decir. Ella sabía que el Sr. Mac había querido ayudarla y ella no quería que se sintiera mal. Pero había orado, y sabía que era Dios quien la había sanado, nada más. Entonces sacudió la cabeza y serenamente respondió: “No, no lo puse en agua”.

El Sr. Mac miró a Jennifer, se quedó pensando por un instante, y luego sonrió y dijo suavemente: “Bueno, entonces los dos sabemos cómo ocurrió ¿no es cierto?” Jennifer pensó que tal vez el Sr. Mac pudo ver lo buena que es la oración. Sintió que ella y el Sr. Mac compartían algo especial.

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