Conocí la Ciencia Cristiana cuando un amigo me prestó un libro que relataba las experiencias de alguien que se había unido al movimiento de la Ciencia Cristiana en sus primeros tiempos. Me atrajo la idea de ser capaz de probar el entendimiento de Dios de manera práctica.
Poco después, me puse en contacto con una practicista de la Ciencia Cristiana. La simplicidad de la verdad espiritual e inspiración que ella compartió conmigo en nuestra primera entrevista me hizo sentir llena de optimismo por la expectativa y la seguridad que tuve de la bondad de Dios. Al irme llevaba un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, firmemente sostenido bajo el brazo, y ese libro, junto con la Biblia, es todavía mi constante compañero. Desde ese día, mi entendimiento y estudio de la Ciencia Cristiana han ido en aumento, así como mi amor por ella.
En cierta ocasión me apareció sarpullido en las manos. No había tenido mucha experiencia como Científica Cristiana, pero estaba segura de que la condición cedería al tratamiento mediante la oración. Entonces comencé a orar por mí misma, esforzándome por aprender más de la perfección de Dios y Su creación espiritual, y la consiguiente inseparabilidad que existe entre el hombre y su Creador. Tuve una notable mejoría, pero, como no fue total, solicité ayuda a una practicista durante unos días.
Durante el período en que estaba tratando de solucionar este problema, hubo tres cosas que fueron para mí como guías que promovieron mi progreso espiritual. La primera ocurrió en una reunión de nuestra filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Dijeron algo que me hizo comprender como nunca antes lo importante que es la unidad de propósito y de pensamiento entre los Científicos Cristianos, y la armonía y el poder espiritual que deben resultar de nuestro estudio diario de la Lección Bíblica, como se indica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. De pronto sentí que no estaba aislada al enfrentarme con mi problema, tratando de comprender y probar lo que entendía. Yo formaba parte del movimiento mundial de la Ciencia Cristiana y, por lo tanto, estaba unida a los demás en sus esfuerzos por practicar esta enseñanza pura.
Las otras dos cosas que me ayudaron las encontré en The Christian Science Journal. Un artículo decía que no oramos simplemente para mejorar un estado material puesto que el hombre es en realidad espiritual. Me di cuenta de que sólo había estado pensando en mejorar la condición material. Había estado mirando la mano continuamente, y perdiendo de vista la verdad espiritual y el amor mismos que, naturalmente, traerían la curación. Entonces me di cuenta de lo ridículo que era eso.
El tercer punto que me ayudó fue un pensamiento de la Asamblea Anual de La Iglesia Madre publicado en un ejemplar del Journal. Al pensar en la curación que estaba procurando lograr, una persona comprendió que: “Tú no lo estás haciendo para Dios, querida. Dios lo está haciendo para ti”. Aún recuerdo el alivio y el gozo que sentí cuando leí esas palabras y comprendí que el trabajo de Dios es eterno y completo, y que en mi verdadero ser yo existo como Su reflejo espiritual, expresando toda la bondad que El imparte. En ese momento supe que no tenía necesidad de mirar el sarpullido para ver si desaparecía, y simplemente se desvaneció.
Me siento profundamente agradecida por el progreso espiritual que tuve durante los meses que precedieron a la curación total. La mayor bendición de todas fue que, tan pronto como se manifestó esta curación, se presentaron oportunidades para demostrar lo que había aprendido. Cuando confiamos en que Dios nos da todo lo que necesitamos a cada momento, no necesitamos dudar de nuestra propia habilidad para hacer frente a los desafíos que se nos presentan.
Chobham, Surrey, Inglaterra