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Mientras esperaba el nacimiento de mi cuarto hijo, un análisis...

Del número de febrero de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mientras esperaba el nacimiento de mi cuarto hijo, un análisis mostró que yo tenía anemia. La partera que me lo dijo estaba preocupada por mí e insistió en que tomara vitaminas y que comiera grandes cantidades de alimentos ricos en hierro. (Las leyes del estado en que residimos requieren cuidado médico prenatal.) En nuestra familia, la Ciencia Cristiana nos había sanado de numerosas dificultades — dolores de oído, fiebre, tos, enfermedades, intoxicación por alimentos, lesiones, etc. La oración también había sido de gran importancia durante mis partos (véase mi testimonio en The Christian Science Journal, Abril 1982). Decidí no cambiar mi dieta ni tomar vitaminas, sino confiar exclusivamente en la oración según la Ciencia Cristiana para corregir el problema.

La partera pareció reconocer que aunque elegí un camino diferente al que me había recomendado, yo estaba haciendo algo concreto al respecto. No consideró mi decisión como ignorante o negligente. Indicó que ella continuaría controlando esa deficiencia a medida que el embarazo avanzaba. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien comenzó a orar por mí.

Aunque me sentía contenta con la decisión que había tomado, luchaba con una pregunta muy importante: ¿De qué manera la espiritualización de mi pensamiento podía lograr el ajuste en mi sangre que se consideraba necesario para que el parto fuera normal? Al recurrir a la Biblia en busca de orientación, encontré estos amorosos consejos de Cristo Jesús (Mateo 6:31, 33): “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos?” y “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Comencé a apreciar esta promesa como una ley divina infalible y deseé profundamente comprenderla mejor.

Tal vez, debido a que la partera había mencionado una carencia de “reservas” de hierro, un párrafo de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, cuyo encabezamiento marginal se titula “Rapidez de asimilación”, atrajo mi atención. Parte de este párrafo dice así (pág. 462): “Algunas personas asimilan la verdad más fácilmente que otras, pero todo discípulo que se adhiere a las reglas divinas de la Ciencia Cristiana y embebe el espíritu de Cristo, puede demostrar la Ciencia Cristiana, echar fuera el error, sanar enfermos y agregar continuamente a su caudal de comprensión espiritual, poder, iluminación y buen éxito”. Anhelaba beber de los elementos espirituales (tales como amor, gozo, inteligencia, sabiduría, humildad) como el nutrimento verdadero que está constantemente disponible para nosotros. No necesitaba tener reservas de materia (hierro). Lo que sí necesitaba era abandonar la creencia material de que el hierro podía ayudarme.

Mis pensamientos — durante las comidas, en el mercado, y cuando planeaba las comidas — estaban centrados en la provisión espiritual, en la gratitud, en el afecto y en el reconocimiento de que el Espíritu satisface toda necesidad. Comencé a sentirme más fuerte, más feliz, más segura y menos temerosa. Dejé de preguntarme cómo se produciría el cambio físico, y confié en el cuidado infalible de Dios. También aprecié profundamente la humildad y bondad genuinas de la partera. Durante cada consulta afirmaba mentalmente que estas cualidades otorgadas por Dios me nutrían a mí y a los demás.

Cuando se me hizo un segundo análisis de la sangre, se comprobó que el resultado era normal. La partera estaba encantada, y dijo que yo había hecho un buen trabajo. Mi familia y yo nos sentíamos felices también. La oración había realizado el trabajo correcto. El nacimiento de un robusto varón se produjo sin peligro y con toda normalidad.

Para mí esta experiencia me ayudó a demostrar que las curaciones cristianas no pueden ser simplemente explicadas por las llamadas leyes físicas. El examen de sangre demostró que se había producido un cambio físico, sin embargo, no se había hecho nada desde el punto de vista físico para producir ese cambio. Acepto esta curación como una demostración completamente natural del hecho de que Dios alimenta al hombre, Su descendencia espiritual, con la sustancia del Espíritu; y es en esa forma que el cuerpo humano es alimentado.


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