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La acción del sentido espiritual en las opciones políticas

Del número de abril de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Las elecciones comprenden opciones: es obvio que votamos por uno u otro candidato y, finalmente, uno u otro gana la elección. Algunas veces puede que seamos tentados a pensar que, en realidad, no es importante quién gane o quién pierda.

En otras ocasiones, tal vez pensemos que el futuro de nuestra iglesia, ciudad, estado, provincia, o, hasta de nuestro país, depende de lo que ocurra en las urnas. E incluso, si estamos seguros de que hemos hecho todo lo posible para elegir con acierto, siempre habrá otros que votarán de manera diferente.

Recuerdo una elección en la que estaba sumamente preocupada acerca de los resultados, los candidatos y los acontecimientos futuros. Era la elección primaria en la que, de un número considerable de competidores, se elegirían dos candidatos postulados para senadores de los Estados Unidos en el estado en que yo vivía. Todos los candidatos eran idóneos, aunque algunos tenían más experiencia que otros. Pero para mí sólo había uno que era elocuente, inteligente, favorable a las causas que yo apoyaba, capaz, y así por el estilo. Consideré que esa persona, evidentemente, era muy superior, y que nadie más debió haber tratado de lanzar su candidatura.

No obstante, la mayoría de la gente no veía cosas de esa manera. Y cuanto más disminuían los votos en favor de “mi” candidato, tanto más me amargaba y obsesionaba con la elección.

Cuando llegué al punto en que casi no pensaba en otra cosa, sino en esa persona y la elección, me di cuenta de que algo tenía que cambiar. El cambio tenía que operarse en mí, en mi perspectiva de la vida y en aquello a lo que mi pensamiento daba mayor importancia.

El Primer Mandamiento dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Ex. 20:3. El mí, por supuesto, es Dios, quien, según me había enseñado la Biblia, era Amor divino. Obviamente, un candidato político, por muy sobresaliente que fuera, no debía estar ocupando el lugar de Dios como el interés principal de mi vida.

Pero, al pensarlo, también vi que mucha gente de la que habla la Biblia encaró opciones, algunas veces entre un gobernante y otro, algunas veces entre seguir adelante o quedarse donde estaban. Estas opciones fueron puestas, con frecuencia, en términos rigurosos: escoge el bien o el mal, la vida o la muerte. Abraham, Moisés, Elías, Daniel y, especialmente, Cristo Jesús, enfrentaron opciones que, de una manera muy real, cambiaron la naturaleza de la vida y la sociedad. Del motivo que tuvieran para sus opciones dependía cómo la opción iba a afectar la relación de ellos con Dios.

Moisés dio la regla básica para elegir cuando declaró: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra en la cual entras para tomar posesión de ella”. Deut. 30:15, 16.

El aplicar este método práctico a la opción de candidatos políticos, significó para mí tratar de elegir al que fuera el más moral y honesto: un hombre o una mujer de integridad. Pero podemos ir más allá. De acuerdo con las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, el hombre verdadero es totalmente espiritual y bueno. En verdad, usted, yo — y todos los candidatos políticos — son este hombre perfecto.

Por ejemplo, la inteligencia, la sabiduría, el amor, la veracidad, la fortaleza y la ternura son todas cualidades de Dios. Al esforzarnos por expresar esas cualidades en los desafíos que encaramos, como también en nuestra rutina diaria, estamos manifestando nuestra naturaleza verdadera y espiritual. Cuanto más diligentemente lo hagamos, tanto más clara será nuestra percepción de nuestra verdadera e inseparable relación con Dios. Llegará a ser más fácil resistir la tentación de creer que somos mortales materiales sujetos a todas las debilidades de la carne.

Lo mismo es verdad en cuanto a nuestras opciones políticas. Es alentador que nuestro candidato se esfuerce por ser bueno, por resistir las presiones corruptivas que los candidatos sienten con frecuencia. Mediante nuestras oraciones, podemos apoyar esos esfuerzos al comprender que el hombre es, en realidad, totalmente espiritual, obediente a la única Mente, Dios, e invulnerable a la mortalidad, ya sea que esto aparezca como enfermedad, como la tentación de hacer el mal, o como la bala de un asesino. El hombre espiritual siempre está en unidad con Dios y, en realidad, esta es la naturaleza verdadera de cada uno de nosotros.

No podemos hacer que una persona inmoral sea moral a menos que la persona esté dispuesta a abandonar un comportamiento pecaminoso. Pero al intensificar la naturaleza verdadera del hombre en nuestras oraciones, estamos afirmando, conscientemente, el gobierno de Dios. La Sra. Eddy dice en su libro La unidad del bien: “Los mortales tienen la facultad moral de escoger libremente a quien desean servir”.Unidad, pág. 60. Al orar para ver que la naturaleza espiritual del hombre triunfa, estamos del lado del bien. Si ignoramos el mal o aceptamos el mal en nuestros líderes, ¿acaso no estamos creyendo que el mal tiene el derecho de gobernarnos?

A medida que oraba de esta manera, percibí que también me estaba preocupando acerca de la creencia ampliamente difundida de que perder una elección es fracasar o hasta, posiblemente, destruir la carrera política de alguien. La persona que yo prefería tan inteligente y cuidadosa que el hecho de que le ocurriera algo así parecía una terrible humillación.

Pero Dios realmente es Amor, y El no opera sobre la base de ganar o perder. Porque El nos da el bien en abundancia, El no nos daría el mal en la forma de fracaso o pérdida. Por supuesto, como Dios es Espíritu, El no tomaría parte en la publicidad material que con tanta frecuencia caracteriza a las elecciones. Así que me pregunté, ¿qué sabría Dios que podría ayudar a mis oraciones?

La respuesta fue: desarrollo espiritual. En cierto sentido, todo lo que nos pase — humanamente bueno o malo — puede, en realidad, obrar para bien si concluye en la reforma moral que hace que confiemos más en los caminos espirituales de Dios. Si consideramos una experiencia desde el punto de vista del desarrollo espiritual, esto puede brindarnos un sentido más claro de nuestra identidad espiritual. A su vez, nos ayudará a seguir adelante o nos guiará hacia un nuevo sendero.

Por ejemplo, si somos nosotros los que no somos electos, tal vez necesitemos obtener un sentido más claro o puro del gobierno de Dios en nuestra vida. Si somos electos, podemos estar seguros de que nuestro progreso espiritual ulterior hará que sea ineludible nuestro desarrollo y crecimiento.

Lo mismo es cierto para nuestros candidatos. Si no son electos, podemos reconocer, mediante la oración, su verdadero mérito espiritual como hijos de Dios, y estar seguros de que el Amor jamás deja a sus hijos sin consuelo. Si son electos, podemos orar con regularidad en bien de nuestro gobierno, sabiendo que la inteligencia de la Mente, la integridad del Principio y la honestidad de la Verdad tienen que expresarse en él.

Algunas veces, cuando oramos de esta manera, las cosas malas que necesitan corregirse salen a la superficie, y nuestro candidato, si es contaminado por el mal, se parecerá a cualquiera cosa menos al hijo de Dios. Este es el momento de seguir orando, no para abandonar el bien que podamos ver en la persona, sino para seguir afirmando la espiritualidad innata que el hombre de Dios expresa. El impacto que produce tal oración fortalece a todos los que están comprometidos en la búsqueda de la verdad, y nos asegura que después que el mal ha salido a la superficie y ha sido honestamente vencido, la buena voluntad permanecerá y será aún más fuerte que antes.

Así que oré de esta manera y comencé a tener una mayor perspectiva del candidato y de su moralidad, la cual, resultó no ser tan aceptable como había pensado al principio. Me sentí en paz acerca de la elección porque se manifestó claramente que cualesquiera que fueran los resultados, de ninguna manera podían evitar que el candidato — o yo — siguiéramos progresando.

Esa persona perdió, pero la que fue electa demostró ser competente y aportó a su cargo experiencia y perspectiva que fueron muy útiles a los acontecimientos mundiales que ocurrieron poco después de ser electo senador de los Estados Unidos. Y la persona por la que me interesé tanto, obtuvo un puesto en el gobierno del estado, que utilizó eficazmente la experiencia y genuinos intereses de esa persona.

Todavía estoy sumamente interesada y comprometida cuando se trata de asuntos y elecciones públicas. Pero a partir de esa experiencia he visto con mayor claridad que las opciones no son simplemente entre personalidades. El asunto verdadero es nuestra buena disposición de elegir el gobierno de Dios al optar por candidatos que expresen de la mejor manera Sus cualidades, y confiando en Su amor para que cuide de nosotros — y de los candidatos — antes, durante y después de las elecciones.

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