Cuántas veces hemos escuchado a alguien quejarse de una circunstancia o de una situación, y al preguntarle qué es lo que piensa hacer al respecto, la respuesta es: "Nada, porque no hay nada que yo pueda hacer".
Pasé por una situación en que sentí lo mismo. Había estado trabajando para una importante compañía durante varios años, y tenía una excelente relación con el gerente de mi departamento. Estaba sobreentendido que cuando él se jubilara yo ocuparía su puesto. Pero hubo una reestructuración y un cambio de política en la compañía, y cuando él se jubiló, un hombre más joven fue seleccionado para reemplazarlo. Para decir lo menos, me sentía molesto. Además, el nuevo gerente encaró la dirección de una manera completamente distinta; así que desde el principio no nos llevamos bien.
Pensé en cambiar de empleo, y a veces, su actitud parecía indicar que él me ayudaría a hacerlo. Sin embargo, no me fui.
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