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Póngase la corona de regocijo

Del número de abril de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la Biblia hay una bella metáfora que describe a Dios como el gran Soberano. Por ejemplo, en Salmos leemos: “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, El es el Rey de la gloria”. Salmo 24:9, 10. Este concepto bíblico acerca de Dios como el Soberano que gobierna Su reino con justicia y armonía, todavía es pertinente para impartir útiles lecciones acerca de la magnífica herencia de los hijos de Dios como herederos del abundante bien que proviene de Dios.

Una maestra de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana usó esta metáfora para ayudar a un niñito que estaba llorando porque su familia había perdido su casa. La maestra lo consoló y dijo a todos los niños que dado que Dios era el tierno Padre de todos ellos, y El es el Rey supremo, El les daría todo lo bueno que necesitaran, y que esto, por cierto, incluiría un hogar. Les dijo que como ellos eran hijos del Rey, realmente eran herederos del bien y podían, en efecto, ponerse una corona de regocijo sobre sus cabezas. Les explicó que no podían ver esta corona con los ojos físicos pero que sabrían que estaba allí porque sentirían que el amor de Dios se las estaba poniendo. Entonces la maestra pidió a los niños que se sentaran derechos y usaran sus coronas. Los ojos del niñito que había estado llorando comenzaron a iluminarse.

La maestra les explicó que cuando estamos tristes o afligidos nuestra corona empieza a tambalear, pero que si recordamos que el amor de Dios está siempre con nosotros y que El nos da todo lo que necesitamos, entonces nuestra corona es brillante y firme. Los niños encontraron un versículo de la Biblia en Isaías, que habla del pueblo de Dios: “Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo”. Isa. 62:3.

Al finalizar la clase, la maestra pidió a los niños que usaran su corona toda la semana. El niñito que había perdido su casa fue el primero en llegar a la clase el domingo siguiente. Feliz le contó a la maestra la manera extraordinaria en que su familia había encontrado una nueva casa en muy poco tiempo. Era obvio que estaba seguro de que había una relación entre lo que había aprendido en la Escuela Dominical y la mejor situación de su familia.

Las simples lecciones que se imparten en la clase de la Escuela Dominical es algo que tal vez todos necesitemos recordar a veces. Cristo Jesús es el ejemplo para la humanidad de cómo el poder soberano de Dios puede aplicarse a circunstancias adversas. Tenemos que seguir su ejemplo comprendiendo nuestro parentesco con Dios. Jesús sabía que su parentesco con Dios era el de un Hijo con un Padre infinitamente bueno y omnipotente. En el nombre de su Padre sanaba la enfermedad y el pecado, liberando a la gente de los opresivos efectos de la mortalidad. Dondequiera que iba revelaba a hombres y mujeres la naturaleza espiritual que les era innata como semejanza de Dios, y la verdadera herencia de libertad que poseían.

Cuando Jesús fue acusado y sometido a juicio, Ver Juan 18:33, 36, 37. Pilato le preguntó si él era el rey de los judíos. Jesús respondió: “Mi reino no es de este mundo”. Nuevamente Pilato le hizo preguntas y Jesús respondió: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad”.

Jesús sabía que el suyo no era un reino temporal, a pesar de que a otros les parecía que él tenía autoridad y confianza superiores. Jesús se veía a sí mismo como un representante de su Padre, como un testigo de la Verdad. Antes de ser crucificado, los soldados lo azotaron, se mofaron de él, le pusieron un corona de espinas en la cabeza, y lo vistieron con una túnica color púrpura como usan los reyes. Pero Jesús usó el poder soberano que reflejaba de Dios para triunfar sobre la muerte y la tumba. El Amor divino, que tan cabalmente ejemplificaba, tuvo el poder de preservarle la vida y reemplazarle las espinas con la corona de vida en Dios, el Espíritu.

La Sra. Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, rinde un conmovedor homenaje al supremo sacrificio de Jesús, que puso al alcance de la humanidad esta corona espiritual de esperanza y realidad. En su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, escribe: “El Amor tiene que triunfar sobre el odio. La Verdad y la Vida tienen que sellar la victoria sobre el error y la muerte, antes que puedan reemplazarse las espinas por una corona, antes que venga la bendición: ‘Bien, buen siervo y fiel’ y antes que pueda demostrarse la supremacía del Espíritu”.Ciencia y Salud, págs. 43-44.

El símbolo de la cruz y la corona nos recuerda el inevitable triunfo del bien sobre el mal, de la justicia sobre la injusticia, y de la Vida que es Dios, sobre la muerte misma. La cruz también indica la necesidad de sacrificio e inmolación propia que abren el camino hacia una comprensión más clara de la realidad de nuestra verdadera condición como hijos e hijas de Dios.

Cuando enfrentamos dificultades y nos esforzamos por vencerlas, el Cristo, la Verdad, está presente para despertarnos, momento a momento, del sueño de la mortalidad, y aceptar la realidad de nuestra verdadera naturaleza espiritual. Cada curación que ocurre, cada tentación vencida, testifican del gran amor que Dios tiene para Sus hijos. El progreso que hacemos al vivir cristianamente con humildad, reemplaza el trenzado de espinas — las burlas de la mente carnal — con la corona de regocijo.

A medida que dejamos diariamente que el Cristo gobierne nuestros pensamientos y vida, expresamos más cabalmente a otros el amor compasivo y la curación práctica que fueron el sello de distinción en la vida del Maestro. Como cristianos activos tenemos razón para ponernos ¡la corona de regocijo!

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