“Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible”. Mateo 17:20. ¡Qué gran poder y posibilidades tiene una fe pura, única!
Sin embargo, al leer las palabras de Cristo Jesús sobre una fe semejante a un “grano de mostaza”, yo me he preguntado si se estaba refiriendo sólo a una pizca de fe. Ciertamente no estaba diciendo que se requeriría una fe insignificante para mover montes. Y Jesús sí dijo que es una fe como un grano de mostaza. Quizás ese grano de fe también significa una fe absoluta.
Aunque al principio sea pequeña, esa fe ya incluiría todo lo que, finalmente, se necesita. Todo grano, por pequeño que sea, contiene los elementos esenciales que producirán el crecimiento y la fruición. Las verdades espirituales más básicas — que revelan la naturaleza de Dios como Espíritu infinito y al hombre como la perfecta semejanza espiritual de Dios — tienen en sí mismas todo lo necesario para mover “montes”. Nuestro trabajo consiste en aferrarnos fielmente a esa verdad, con humildad y unidad de propósito.
Los montes que pueden parecer interponerse entre una persona y las metas más elevadas de su vida, quizás a veces pueden tomar la forma de soledad, pesar, fracasos personales, carencia o enfermedad. Pero ellos cederán en la proporción en que nuestra fe como un “grano de mostaza” dé testimonio de una genuina fidelidad a la Verdad divina, una consagración continua al bien, un deseo vivo de regeneración espiritual, y una comprensión básica de la Ciencia del Cristo.
Mediante la Ciencia Cristiana podemos descubrir una nueva perspectiva de la vida que abre las mismas ventanas del cielo. Esta perspectiva realmente comienza a transformar nuestra experiencia humana aquí y ahora. El ver espiritualmente no es un misticismo evanescente. Es una percepción práctica que cambia la vida, percepción de algo tan bueno que tiene que ser verdadero. La realidad espiritual es tan verdadera que el efecto de saberla debe ser, finalmente, la modificación y curación de todo lo que no esté de acuerdo con el modelo divino.
La Ciencia Cristiana nos muestra que Dios es completamente bueno y que El es Amor puro. Su creación, incluso el hombre, refleja este Amor dinámico, puro. El hombre no es un mortal desesperado, que anhela melancólicamente la salud, la felicidad o una buena vida. El hombre es la expresión espiritual de Dios; ya conoce y posee sanidad permanente, alegría completa y el bien inmortal. Vale la pena basar nuestra fe en esto, y esa fe es poder porque está basada en la comprensión espiritual.
Cuando el Maestro habló a sus discípulos sobre la fe que se precisaba para mover montes, lo hizo en respuesta directa al interrogante sobre por qué ellos no habían podido sanar un caso de enfermedad en particular. Este era el caso de un muchacho que fue descrito como "lunático, y que padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua". Ver Mateo 17:14–21. El muchacho era epiléptico.
Ese joven con toda seguridad debe de haberse sentido como si hubiera estado privado de toda esperanza de disfrutar del pleno gozo y bondad de la vida. Debe haber tenido una existencia oscurecida por el temor, la angustia y la incertidumbre. La libertad del reino de Dios le habría parecido muy lejana. Ni siquiera los discípulos fueron capaces de sanarlo. Pero cuando se lo trajeron a Jesús "éste quedó sano desde aquella hora". Se movió el monte; el reino de los cielos se abrió.
Cuando los discípulos preguntaron a Jesús por qué ellos no habían podido sanar al muchacho, el Salvador respondió: "Por vuestra poca fe". Luego les dio el ejemplo de cómo la fe igual a un grano de mostaza podía hacer pasar a un monte de aquí allá; y concluyó con la enseñanza: "Pero este género no sale sino con oración y ayuno".
Aun cuando nuestra fe es pura, todavía puede que necesitemos nutrirla y cuidarla, por medio de la oración y el ayuno, para lograr una curación en especial. Nuestra oración es lo que alimenta nuestra fe. Nuestro ayuno — nuestro abandono de la materialidad — es lo que cuida nuestra fe. No debemos ser renuentes a cumplir con estas obligaciones espirituales, porque la curación de la enfermedad es esencial para la salvación, al igual que la curación del pecado es un requisito para llegar a tener pleno conocimiento de la presencia del reino de Dios.
En Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy declara: “Desde un punto de vista religioso, la fe, tanto del joven como del adulto, debiera centrarse en Dios tan firmemente que beneficie tanto al cuerpo como a la mente. Cuerpo y mente están correlacionados en la salvación del hombre, pues así como el hombre no podrá entrar en el cielo como pecador, tampoco podrá entrar como enfermo, y el cristianismo de Cristo echa fuera toda clase de enfermedad como de pecado”.Esc. Mis., pág. 241.
Cada vez que veamos que se necesita curación, podemos aplicarle la fe como un “grano de mostaza”. Podemos mantener la unidad de propósito que se adhiere firmemente a la realidad divina. Podemos tener esa fe absoluta escondida en cada semilla de verdad que hemos llegado a entender a través de la oración y el ayuno, o sea, por medio de la purificación espiritual. Entonces cada curación se transformará en un paso hacia la salvación, moviendo montes y haciéndonos entrar en el reino de Dios.
Por la fe entendemos haber sido constituido el universo
por la palabra de Dios,
de modo que lo que se ve
fue hecho de lo que no se veía...
Pero sin fe es imposible agradar a Dios;
Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay,
y que es galardonador de los que le buscan.
Hebreos 11:3, 6