Mis hijos ya eran grandes y estaban casados cuando comprendí por primera vez el verdadero significado de la Pascua. Recuerdo que cuando era niña me subía a la falda de mi madre y, con profunda tristeza, lloraba al pensar que el hombre más bueno del mundo había sido crucificado. ¡Me parecía tan injusto!
Mi madre, abrazándome, me explicaba que ése no era el verdadero mensaje de la Pascua. En la Ciencia Cristiana conmemoramos al Cristo resucitado y nos regocijamos de que Jesús demostró de manera que la gente pudiese comprender, que la vida no está en la materia ni en el cuerpo, sino en Dios.
Esa explicación me ayudaba; pero cada vez que se acercaba la semana de Pascua no podía evitar sentir cierta tristeza. El cambio en mí se produjo cuando estaba luchando con un problema físico que me hacía difícil caminar. Mi esposo y yo teníamos proyectado asistir a la iglesia el domingo de Pascua y después ir a visitar a unos amigos muy queridos. Estaba deseando que llegara el domingo.
La noche anterior me fue imposible dormir. Alrededor de las cuatro de la mañana, decidí levantarme y estudiar la Lección Bíblica, Del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. que esa misma mañana sería leída en la iglesia. La duda de no poder ir ni siquiera a la iglesia, y mucho menos a la casa de nuestros amigos, trató de invadir mi pensamiento, y tuve que hacer un gran esfuerzo para hacer frente a esa duda.
En el fondo, sabía que el malestar físico que sentía no era obra de Dios. Simplemente, era una imposición sin base ni causa alguna. Pero, al tratar de estudiar los mensajes sanadores de las páginas que leía me parecían sólo palabras. A pesar de ello, continué leyendo. Sabía que cuando existe el deseo de comprender la verdad, ese deseo abre el camino para que percibamos la ley divina de la curación. Este deseo es, en sí, una oración. Finalmente, un pasaje de la Biblia fue como un rayo de luz en las tinieblas: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Salmo 46:10.
Hay momentos, especialmente cuando el cuerpo reclama una atención total, en que un simple mensaje como éste es lo que más se necesita. Cuando me tranquilicé, me di cuenta de que tenía que reconocer todas las cosas por las que me sentía agradecida. Fue un proceso lento, pero comenzó a ganar impulso, como la luz que disipa la oscuridad al amanecer. ¡Tenía tanto que agradecer! Y la razón fundamental fue apareciendo en mi pensamiento al mismo tiempo que el sol se levantaba: ¡la resurrección!
La gratitud preparó el camino, pero la curación se produjo por la comprensión de que la resurrección que estábamos conmemorando era para que toda la humanidad la experimentase. ¡Y eso me incluía a mí! El ejemplo que Cristo Jesús nos dio a través de la crucifixión y la resurrección fue a la vez una lección instructiva y una promesa de nuestra propia capacidad para elevarnos por encima de todo sentido de que la materia o la muerte son reales. El mismo poder sanador de la Verdad y el Amor que liberó a Jesús del sepulcro — del falso y agobiante concepto de que la vida es creada y dominada por la materia — estaba presente en ese mismo instante para librarme de cualquier restricción de movimiento, de gozo, de mi capacidad para ser útil, o de mi crecimiento espiritual.
Hasta ese momento, siempre había considerado que la resurrección era simplemente un símbolo de esa elevación del pensamiento necesaria para alcanzar una comprensión más espiritual de Dios como Vida, algo que Cristo Jesús había realizado para probar que podía lograrse. Al relacionarla con mi propia vida aquí y ahora, la resurrección tuvo un nuevo significado para mí.
A menudo, puede ser que nos ayude preguntarnos: ¿Estoy tratando de bordear la demostración que Jesús realizó de la Vida eterna? ¿O estoy aprendiendo de ella y siguiendo hoy mismo sus enseñanzas? La verdad de la relación inseparable entre Dios y el hombre guía nuestro pensamiento hacia el único origen y condición de la existencia: Dios, la Vida divina. A medida que aceptamos y vivimos de acuerdo con esta verdad fundamental, se disipa la falacia de que la vida y la inteligencia están en la materia y prepara el camino para nuestro continuo crecimiento espiritual.
Otro punto sobre el cual medité fue que la resurrección es también individual. Aunque los apóstoles fueron testigos de la crucifixión y resurrección de Jesús, tuvieron que hacer su propio trabajo, del mismo modo que nosotros tenemos que hacer el nuestro. Esos tres días en el sepulcro no fueron de inactividad. Sin duda, nuestro Salvador estaba orando y superando las persistentes doctrinas y creencias mortales relacionadas con su crucifixión y su muerte aparente. Gravitando hacia su Padre-Madre Dios, y trabajando a solas con El, el origen de su Vida, Jesús se estaba preparando para su ascensión final sobre toda materialidad y mortalidad, probando que la resurrección es un constante proceso en nuestra experiencia.
La resurrección es el resultado de mantener en el pensamiento la verdad de nuestro ser, la realidad de nuestra vida espiritual, perfecta, aquí y ahora. A través de mi propia experiencia por fin pude ver que la experiencia de Jesús durante los últimos días que pasó en la tierra era inevitable. Como lo explica Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “La experiencia cristiana enseña a tener fe en lo justo y a no creer en lo injusto. Nos ordena trabajar con mayor celo en tiempos de persecución, porque entonces nuestra labor es más necesaria”.Ciencia y Salud, pág. 29.
El pensamiento carnal, mortal, que persiguió y resistió al Cristo, desplegó virtualmente toda la gama del mal que se conocía en la experiencia humana: desde el odio y la injusticia hasta el dolor físico. Sin la victoria decisiva de Jesús sobre estos males, sus discípulos no hubiesen podido establecer el nexo entre la verdad sanadora de su enseñanza y sus propias vidas. Ellos necesitaban este nexo, y Cristo Jesús lo estableció para sus discípulos, para nosotros y para toda la humanidad.
Para nuestro Salvador fue un trabajo de amor probar que todo tipo, toda forma de afirmación mortal sobre el hombre y el universo de Dios es irreal y no tiene poder. Cristo Jesús enseñó y nos dio prueba de que un Dios que es todo amor no es el creador ni el sostén de los ídolos populares de ayer y de hoy: el pecado, la enfermedad y la muerte. Si éstos hubieran tenido algún apoyo divino o alguna relación con Dios, Su amado Hijo jamás hubiese podido sanarlos.
La “fe en lo justo y... no creer en lo injusto” no se logra fácilmente cuando los sentidos materiales están haciendo desfilar continuamente ante nosotros las imágenes de la mortalidad y la imperfección. De manera que debemos trabajar como Jesús lo hizo. ¿Cómo encaramos este tema de la resurrección, esta elevación del pensamiento necesaria para alcanzar el entendimiento espiritual y el reconocimiento de nuestro dominio otorgado por Dios?
El pastor de la Ciencia Cristiana — la Biblia y Ciencia y Salud— es una ayuda indispensable. El estudio diario en forma sistemática nos instruye en la verdad del ser, revelándonos lo que es bueno, dándonos la fe necesaria, y disipando la creencia en lo malo. Los expertos en detectar falsificaciones estudian los originales para poder reconocer lo que no es auténtico. En nuestro progreso espiritual debemos enfocar nuestro pensamiento hacia la realidad divina, hacia la creación de Dios, hacia el hombre espiritual que es bueno y perfecto. Al hacerlo, nos será posible discernir lo que es desemejante a Dios y, por lo tanto, irreal, y desecharlo, trayendo así más armonía a nuestra experiencia.
En el capítulo “Los pasos de la Verdad” en Ciencia y Salud, la Sra. Eddy nos alienta: “Cuando pacientemente esperamos en Dios y honradamente buscamos la Verdad, El endereza nuestra vereda. Los imperfectos mortales llegan a comprender la finalidad de la perfección espiritual lentamente; pero empezar bien y continuar la lucha de demostrar el gran problema del ser, es hacer mucho”.Ibid, pág. 254. La resurrección es obviamente un proceso gradual. Pero, ¡qué importante es dar el primer paso, y continuar caminando!
El verdadero significado de “mi primera Pascua” ha sido progresivo, y también lo ha sido mi resurrección. No sólo tuvo lugar la curación física y pude asistir al servicio de la iglesia y visitar a nuestros amigos el domingo de Pascua, sino que además nunca volví a sentir la “tristeza de la Pascua”. Cada vez que superamos cualquier forma de falsa pretensión de vida en la materia y captamos una vislumbre de la realidad espiritual, damos otro paso vital. Cada paso que damos es una forma de resurrección, acercándonos más a nuestra ascensión final sobre todas las creencias y condiciones materiales.