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Mi primera Pascua verdadera

Del número de abril de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mis hijos ya eran grandes y estaban casados cuando comprendí por primera vez el verdadero significado de la Pascua. Recuerdo que cuando era niña me subía a la falda de mi madre y, con profunda tristeza, lloraba al pensar que el hombre más bueno del mundo había sido crucificado. ¡Me parecía tan injusto!

Mi madre, abrazándome, me explicaba que ése no era el verdadero mensaje de la Pascua. En la Ciencia Cristiana conmemoramos al Cristo resucitado y nos regocijamos de que Jesús demostró de manera que la gente pudiese comprender, que la vida no está en la materia ni en el cuerpo, sino en Dios.

Esa explicación me ayudaba; pero cada vez que se acercaba la semana de Pascua no podía evitar sentir cierta tristeza. El cambio en mí se produjo cuando estaba luchando con un problema físico que me hacía difícil caminar. Mi esposo y yo teníamos proyectado asistir a la iglesia el domingo de Pascua y después ir a visitar a unos amigos muy queridos. Estaba deseando que llegara el domingo.

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