A Rosalba le gustaba muchísimo su habitación en el tercer piso, a pesar de que era la que estaba más lejos de la de sus padres, y para llegar a ella había que subir una larga escalera. Era casi como una casa en un árbol. Le gustaba acostarse en el suelo al sol y dibujar y leer hasta que alguien la llamaba.
Pero a Rosalba sólo le gustaba su habitación durante el día. De noche, en la oscuridad, tenía miedo. Ella sabía que no había ninguna razón para sentirse asustada. Pero muchas noches la inquietaba estar sola. Entonces se escondía debajo de la frazada. Si por algún motivo se tenía que levantar de la cama, lo hacía dando un salto rápido, por las dudas que hubiera algún fantasma debajo de la cama.
Rosalba le había pedido a Dios que la ayudara por otras cosas, pero nunca por su temor a la oscuridad; principalmente porque ella se olvidaba por completo del asunto durante el día.
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