Los Científicos Cristianos a veces reciben solicitudes de curación por medio de la oración, de pacientes que se hallan a cientos y a veces miles de kilómetros de distancia. Aun cuando la solicitud es de alguien que está más cerca, la curación puede ocurrir sin que el paciente esté presente con el sanador. ¿Cómo se logran esas curaciones?
La verdadera curación espiritual siempre depende de la presencia de Dios. El Espíritu divino está presente en todo sitio y en todo momento; es infinito, nunca está confinado a un espacio limitado. Entonces, ¿cuál es la función del sanador espiritual? ¿Es acaso un intermediario humano — un mediador — que establece una conexión entre Dios y el hombre? ¡No! Eso es exactamente lo que el sanador no es. Dios está siempre presente y Su reflejo, el hombre, nunca puede estar separado de El.
Tomemos, por ejemplo, el caso en que Cristo Jesús sanó al hijo del noble. Ver Juan 4:46-53. El niño estaba gravemente enfermo. Cuando el padre, desesperado, supo que Jesús estaba en Caná de Galilea, fue allí desde su casa en Capernaum (a una distancia como de 30 kilómetros), y le rogó a Jesús que viniera a sanar a su hijo, quien, la Biblia dice que estaba “a punto de morir”. Pero Jesús no fue.
El hizo algo más inmediato que correr a Capernaum. El rechazó la creencia de que su presencia era necesaria para salvar al niño. Pero trató al noble con compasión alentándolo y diciéndole: “Vé, tu hijo vive”. El padre creyó lo que Jesús le dijo, y se encaminó de nuevo a su casa. En el camino, sus sirvientes salieron a su encuentro y le dijeron que su hijo estaba vivo y bien; esta recuperación había ocurrido el día anterior, a “la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive”.
El reconocimiento, inherente al Cristo, la Verdad, de que el hombre es el reflejo del Amor siempre presente, sanó al enfermo entonces, como ocurre ahora, independientemente del contacto personal — o la falta de éste — entre el practicista y el paciente. La Mente divina, que Cristo Jesús probó ser su única Mente, es la Vida del hombre. Esta Mente divina está tan presente hoy en día como en el tiempo de Jesús, como lo explica la Ciencia Cristiana.
La función del sanador de la Ciencia Cristiana es orar. Esta oración, o tratamiento espiritual, nos exige reconocer la presencia de la Mente del Cristo, en la cual no hay pecado ni enfermedad, como la única Mente y ceder a esta Mente. Como Pablo lo expuso: “Haya, pues, en vosotros esa mente que estaba también en Cristo Jesús”. Filip. 2:5 (según la versión King James). Esto incluye echar fuera el pecado y la enfermedad de la consciencia.
Puede ser de interés notar aquí que el término tratamiento ausente no aparece en los escritos de la Sra. Eddy. El término es a veces usado por los Científicos Cristianos para referirse al tratamiento devoto que se da cuando el paciente no está presente con el practicista. Sin embargo, cada vez que se da tratamiento en la Ciencia Cristiana, — es decir, cada vez que el practicista ora porque se lo han solicitado — el tratamiento es algo, en realidad, “presente”, porque la Mente de la cual depende está presente. En un párrafo con el título marginal “Pacientes ausentes”, la Sra Eddy explica: “La Ciencia puede sanar a los enfermos que no están presentes con sus sanadores, como a los que lo están, pues el espacio no es obstáculo para la Mente. La Mente inmortal cura lo que el ojo no ha visto; pero la capacidad espiritual de percibir el pensamiento y de curar mediante el poder de la Verdad, se alcanza sólo a medida que se vea al hombre no haciéndose justicia a sí mismo, sino reflejando la naturaleza divina”.Ciencia y Salud, pág. 179.
Asumir que la personalidad humana podría ser un instrumento necesario para unir al hombre con Dios sería un error de gran magnitud, una negación de la Premisa básica desde la cual se practica la curación en la Ciencia Cristiana con éxito: específicamente, de que Dios y el hombre son uno, porque el hombre es espiritualmente el reflejo, o la expresión, de Dios. Es la acción de la Verdad, revelando este hecho en la consciencia humana, la que regenera el pensamiento individual y, por lo tanto, sana el cuerpo. El afecto del sanador es verdaderamente necesario, y el paciente lo siente a través del estímulo tierno expresado, ya sea por correspondencia, por teléfono o en persona. Pero no une al paciente con Dios. Simplemente refleja el Amor divino que ya está con él.
El hombre a imagen de Dios, la expresión misma del Amor divino, habita en la Mente divina, pero el pecado, la enfermedad y la muerte no habitan allí. Al reflejar esta Mente, la Mente que “estaba también en Cristo Jesús”, es que encontramos al hombre como realmente es — espiritual y perfecto, sin pecado, completo y eterno — en vez de un mortal físico, sujeto a la limitación, la discordia y la mortalidad.
Ya sea que tu paciente sea un niño en tus brazos a quien le das consuelo en la noche, o un extraño a muchos kilómetros de distancia a quien conoces por una llamada telefónica pidiendo ayuda, el efecto sanador de tu oración lo va a determinar el lugar donde tú habitas espiritualmente, no físicamente. Aquí es donde se origina el ceder a la ley divina de Dios y comienza la curación.
Claro que la mente humana no ve al hombre reflejando la naturaleza divina. Muy al contrario, la mente humana, no redimida por la Verdad, generalmente concede realidad al pecado y a la enfermedad. El temor, el pecado, la inseguridad, el fariseísmo, parecen controlar la consciencia humana. ¿Pero tienen, en realidad, más poder que Dios y Su Cristo? ¿Tienen algún poder? ¿Pueden detener el poder sanador de la Verdad y el Amor? ¡No! La mente humana no puede vencer al Cristo; al contrario, es el Cristo el que redime a la mente humana.
La mente humana no tiene más poder para separar al hombre de Dios del que tiene para unirlo a El. Pero parece tenerlo, hasta que nos arrepentimos de la creencia de que puede. El arrepentirse significa cambiar radicalmente. Necesitamos intercambiar a la mente mortal — el punto de vista ficticio de la existencia basada en la materia, con todas las discordancias que la acompañan — por la Mente real, Dios, donde reina la armonía. Jesús ordenó: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. Marcos 1:15.
De hecho, la enfermedad no siempre está asociada con el pecado, en el sentido usual de esa palabra. Mucho dolor físico brota de la creencia general de que la vida y la inteligencia están en la materia, cuando, en realidad, ellas están en el Espíritu, el único creador. Pero toda creencia en la realidad y el poder de la materia se aleja de la comprensión de un sólo Dios, una Mente, y es necesario arrepentirse de tal creencia. En el libro de Hechos leemos: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”. Hechos 3:19.
Si tenemos momentos de temor, inseguridad, culpabilidad, o cualquier pensamiento de que algo en la mente o en el carácter humano pueda limitar el poder sanador del Cristo, podemos pensar en la mujer pecadora, que luego se identificó como María Magdalena, quien se acercó a Cristo Jesús y fue perdonada de sus pecados. Ver Lucas 7:36-50. La Sra. Eddy comienza el capítulo “La práctica de la Ciencia Cristiana” en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, con una discusión iluminadora de las cualidades mentales de contrición y perdón que este relato bíblico ilustra al referirse a la receptividad que debe tener tanto el practicista como el paciente a la curación del Cristo. El amor de Jesús por la santidad innata del hombre, a la que el pecado no toca, debe de haber sido una atracción irresistible para la mujer. Cansada del pecado y añorando la pureza que creía haber perdido, no es de extrañar que se sintiera atraída por la expresión del afecto puro del Maestro, ese amor del Cristo que estaba y está preparado para borrar el pecado y la enfermedad del corazón penitente.
Recuerdo una ocasión en una época de Navidad. El teléfono estaba sonando cuando llegué a casa, arrastrándome hacia la puerta, sintiéndome con los síntomas de gripe después de un viaje de compras sin éxito y agotador. Tomé el teléfono — teniendo aún fresca en mi pensamiento una desagradable experiencia con un dependiente de tienda, y mis hijos clamando por mi atención — y oí que el que llamaba decía: “¿Por favor, puede orar por mí? Me estoy sintiendo bastante enfermo”.
¿No es maravilloso poder orar en momentos así? La persona que llamó buscaba sentir y expresar el amor del Cristo. Y yo, con certeza, estaba preparada para algo más allá de mí misma. Con un sentido profundo de amor por Dios y por el que me estaba pidiendo ayuda, me puse a orar de inmediato. Refugiándome en la modesta comprensión espiritual que había estado adquiriendo de mi estudio de la Ciencia Cristiana, cuidé de mi familia y oré por la persona que me llamó.
Al arrepentirme — cambié mi pensamiento de una base material a la Mente — pude dominar las falsas creencias del pecado y la enfermedad que estaban pretendiendo influir mi pensamiento, y así también permitir a la Verdad que pusiera al descubierto y destruyera los errores que reclamaban dominar el pensamiento del paciente. Con el Cristo, la Verdad, activo en mi consciencia, encontré que el enojo estaba cediendo al perdón afectuoso hacia el dependiente de la tienda, quien, ahora me daba cuenta, quizás también había tenido un día frustratorio. Y como el perdón de Dios coincide con el entendimiento espiritual, el arrepentimiento y el afecto por nuestros semejantes, mi pensamiento espiritual se renovó. Sentí que la presencia del Amor divino gobernaba al hombre. Todo sentimiento de cansancio y enfermedad cedió. Sané en ese instante. Y también se sanó el paciente que había llamado.
Es claro que la distancia entre nosotros no podía impedir que ninguno de los dos experimentara la verdad de la siguiente declaración de la Sra. Eddy: “Si el Científico Cristiano atiende a su paciente por medio del Amor divino, la obra sanadora se realizará en una sola visita, y la enfermedad se desvanecerá en su estado original, la nada, como el rocío ante el sol de la mañana. Si el Científico posee suficiente afecto de la calidad del Cristo para lograr su propio perdón y ese elogio de Jesús del que se hizo merecedora la Magdalena, entonces es lo suficientemente cristiano para practicar científicamente y tratar a sus pacientes con compasión; y el resultado corresponderá con la intención espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 365.
La consciencia celestial y divina está aquí; Dios es Todo. Así que, ¿no podríamos nosotros, para beneficio de aquel que necesita sentir el cuidado inmediato de Dios, arrepentirnos y creer el evangelio, y apartarnos con rapidez de la consciencia humana a la divina y aceptar la misericordia de Dios? Entonces encontraremos que el hombre refleja la naturaleza divina, uno en el ser con Dios.
Y ¡Dios bendecirá al practicista igual que al paciente con curación!