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Busquemos la perfección en el Emanuel, “Dios con nosotros”

Del número de julio de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La gente tiene que haberse quedado con la boca abierta al ver a un mendigo caminar saltar por primera vez en su vida. La Biblia relata la manera en que Pedro y Juan dieron este don de curación a ese hombre. Ver Hechos 3:1-16. Pedro explicó a las personas que se habían reunido alrededor de ellos, que la curación se había llevado a cabo "en el nombre de Jesucristo de Nazaret", no mediante ningún poder sanador personal que ellos poseían.

El nombre de una persona trae al pensamiento algo más que la representación de alguien en especial. También incluye el trabajo que esta persona hizo, un destacado talento o hasta una teoría. Por ejemplo, cuando escuchamos el nombre de "Einstein" inmediatamente pensamos en su genio y en la teoría de la relatividad. El físico no puede ser separado de su teoría.

Del mismo modo, el nombre de Jesús no puede separarse de su naturaleza divina, del Cristo, que está unido a Dios por siempre. El poder sanador de su "nombre" se deriva de la comprensión de la naturaleza del Cristo, que presenta la relación inquebrantable de Dios y el hombre como hijo de Dios. Cristo Jesús vivió y expresó el hecho de que Dios, el Padre, jamás está separado del Hijo. Esta relación es distinta de la relación entre padres e hijos humanos, en la que el hijo está separado de los padres y tiene una mente propia. Cristo Jesús nunca presumió que tenía una mente o voluntad aparte de Dios. Su dominio sobre los males de la carne demostró su tesis divina de que Dios es el Padre de todo y que por medio del Cristo reclamamos nuestra filiación con Dios.

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