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[Original en alemán]

Durante los primeros años de mi carrera como bailarín de baile...

Del número de julio de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante los primeros años de mi carrera como bailarín de baile clásico, sufría frecuentemente de enfermedades relacionadas con mi profesión, y del temor de experimentarlas. A pesar de los tratamientos médicos que recibía volvía a tener las enfermedades. Después de obtener una beca para asistir varios semestres a una renombrada escuela de ballet en un país vecino, estas complicaciones alcanzaron un clímax, y tuve que retirarme de la escuela. Sin dinero, en un país extranjero, sin ninguna esperanza de poder continuar con éxito mi carrera profesional, me encontraba en una situación desesperada.

Desalentado, me dirigí a unas personas que había conocido hacía poco. Ellas con gran comprensión reconocieron que mi verdadera necesidad era encontrar una forma de vida mejor y más elevada. Amorosamente me presentaron la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Me aferré a esa oportunidad para salvarme. Desde ese momento en adelante la Biblia y Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy se convirtieron en mi apoyo y guía. Por medio de mi estudio profundo de la Ciencia Cristiana obtuve un sentido fundamental del orden interno y externo que me hizo comenzar a ver las cosas con ojos diferentes.

Un día, cuando estaba estudiando la Lección Bíblica que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, mi atención estuvo totalmente absorta en el siguiente versículo de la Biblia: "He aquí yo envío mi Angel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado" (Exodo 23:20). Acepté esta promesa de la presencia de Dios, ayuda y guía como si fuera para mí. Desde ese momento mi pensamiento y mis acciones fueron guiados por una gran inspiración.

De nuevo comencé a tomar clases de ballet con un profesor muy comprensivo que me ayudó mucho. Las complicaciones físicas se fueron sanando una tras otra. Luego me llegó una oferta extraordinaria de una manera que parecía casi inconcebible, teniendo en cuenta que yo había quemado mis naves. Lo que siguió fue un prolongado y exitoso compromiso con un teatro importante. Pude practicar, tanto la disciplina artística como la atlética que el ballet exige, durante otros diecisiete años sin ninguna interrupción relacionada con enfermedades. Las enfermedades atribuidas a esta profesión habían sido sanadas completamente.

Después de terminar mi carrera de ballet, un día, cuando ponía a nuestras dos pequeñas hijas en sus sillas de seguridad en la parte de atrás de nuestro automóvil, aparentemente me lastimé el nervio ciático. Durante algún tiempo, tanto de noche como de día, traté de encontrar alivio cambiando de posición, pero el dolor era terrible. Tenía que tomar la decisión de confiar realmente en Dios por medio de la Ciencia Cristiana.

Como lo había hecho tantas veces antes, comencé a orar y a meditar sobre "la exposición científica del ser" que se encuentra en Ciencia y Salud. Esta exposición comienza: "No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo" (pág. 468). Razoné que si los nervios y otros elementos materiales no tienen ni inteligencia ni sustancia en ellos ni por ellos mismos, no pueden tener sensación propia, y yo no necesitaba concederle ninguna realidad a la sensación de dolor.

Cristo Jesús probó su filiación divina al incorporar la naturaleza de Dios, el Cristo, en todas las circunstancias, por lo cual pudo decir: "Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:30). Me di cuenta de que yo también podía expresar algo de mi propia filiación con Dios, así como mantener la unidad con mi fuente espiritual.

Repentinamente todo se hizo silencio a mi alrededor. Así es como tuvo que haber sido cuando Jesús calmó el miedo de sus discípulos en el mar tormentoso, al rechazar la tempestad diciendo: "Calla, enmudece" (Marcos 4:39). Fue maravilloso. Supe entonces que ningún medio material podía equipararse con el poder del Cristo. Un gran sentido de alivio y de alegría me colmó. En un momento me di cuenta de que por primera vez desde que había sufrido la lesión, ¡no sentía ningún dolor! Me sentí profundamente emocionado y agradecido. Desde ese momento el progreso fue constante. El dolor cesó por completo. Esto ocurrió hace más de quince años y la dificultad no ha vuelto a aparecer.

Estoy muy agradecido por estas experiencias que han dejado profundas impresiones en mi vida.


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