Una noche en el año 1983, me dio un severo ataque al corazón. Yo estaba muy atemorizada, y aunque había dependido de la Ciencia Cristiana por muchos años y había tenido muchas curaciones, esta vez consentí en que me llevaran a un hospital.
Al principio pareció que había mejorado. No obstante, después de dos semanas mi salud empeoró, por lo que me pusieron en terapia intensiva. Cuando llegué al hospital, un número de médicos que me habían estado atendiendo, así como otros médicos y enfermeras, se reunieron alrededor de mi cama. Era claro que ellos no esperaban que yo viviera (esto lo supe más tarde por mi hermana, a la que le habían dicho que me estaba muriendo). A este respecto dije al cuerpo médico: "Si ustedes creen que me voy a morir, me voy a casa".
Entonces, justo en ese momento, vino uno de mis hijos, que me había visitado temprano aquel mismo día, y me dijo: "Mamá, me sentí impulsado a regresar tan rápido como pude". Le dije de mi decisión, y le pregunté si podría llamar por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana. La practicista con gran amor estuvo de acuerdo en orar por mí; firmé mi alta del hospital y mi hijo me llevó a casa.
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