De acuerdo con el calendario yo era muy joven entonces, y mi abuelo era muy viejo.
Cada vez que tenía oportunidad, le rogaba: "¡Abuelito, cuéntame sobre aquel día en que conociste a Abraham Lincoln!" Y él me contaba otra vez la historia de aquella estupenda ocasión durante su propia infancia, cuando el Viejo Abe pronunció un discurso en el pequeño pueblo de Atlanta, Illinois, E.U.A.
"¡Yo estaba tan cerca de Abe Lincoln como lo estoy de tí! Podría haberlo tocado. Me miró y sonrió".
El abuelo contaba la historia de manera tan expresiva que la escena siempre me parecía real, aunque había sucedido tanto tiempo atrás. Lo más real de todo era el Sr. Lincoln, alto, delgado, amable, contando sus relatos folklóricos antes de hablar sobre los problemas que convulsionaban a los Estados Unidos en esos días tan difíciles que precedieron a la Guerra Civil.
Recientemente, recordé esa escena y lo vívida que había sido para mí, cuando por fin "conocí" a Mary Baker Eddy. No, no estoy hablando de algún encuentro espiritista; me refiero a que tuve una mejor comprensión del sentido humanitario de la Sra. Eddy, de su carácter y de sus luchas por establecer la Ciencia Cristiana y la Iglesia de Cristo, Científico, a fines del siglo XIX.
Los Científicos Cristianos aman a la Sra. Eddy, pero no adoran su personalidad humana ni la consideran de la misma forma en que legítimamente consideran a Jesús. Existe sólo un Modelo, y ese es nuestro Señor y Maestro, Cristo Jesús.
Pero un concepto correcto acerca de la Sra. Eddy es más que una preciada bendición para cualquier estudiante de Ciencia Cristiana. En realidad, es esencial para lograr una comprensión más profunda de lo que es la Ciencia Cristiana y del alcance universal de lo que la Sra. Eddy hizo por la humanidad.
Mi profundo aprecio por la Sra. Eddy comenzó cuando asistí por primera vez a un servicio religioso de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, poco después de la Segunda Guerra Mundial, invitada por un joven al que acababa de conocer. Había sido dado de baja en la Armada. Era Científico Cristiano y cantaba como solista en esa iglesia.
Yo tenía una impresión totalmente equivocada, basada en prejuicios, sobre la Ciencia Cristiana y Mary Baker Eddy. La había adquirido de personas bien intencionadas pero mal informadas, quienes en realidad nunca habían investigado esta Ciencia por sí mismas. Yo había crecido en un ambiente de reverencia a Dios y concurría asiduamente a la iglesia, pero no estaba espiritualmente satisfecha con el concepto de Dios que había sido parte de mi experiencia. Esa clase de Dios, tan apartado de la humanidad, me había parecido castigador, injusto, caprichoso y hasta cruel, y, por cierto, parecía tener poco que ver con el Dios definido en la Biblia como el Amor mismo.
Mi familia había sufrido muchas tragedias, y mi madre solía decir: "Es la voluntad de Dios". Me era difícil adorar a ese Dios.
Aquel domingo en que asistí por primera vez a un servicio religioso en una Iglesia de Cristo, Científico, me interesé inmediatamente en la Ciencia Cristiana. Parecía que la había estado buscando toda mi vida. El Dios que conocí allí realmente era el Amor siempre presente y omnipotente, justo y tierno. El hombre de Su creación era Su bien amada expresión espiritual. Además de esto aprendí que el maravilloso poder curativo mostrado por Cristo Jesús no se consideraba como limitado a la corta vida terrenal de nuestro Maestro, hace casi dos mil años. Era una realidad presente, al alcance de todos.
Los testimonios de curación que escuché durante mi primera visita a un servicio religioso vespertino de los miércoles, me conmovieron por su sinceridad, humildad y fe.
Aun antes de que mi nuevo amigo solista y yo contrajéramos matrimonio, me había dedicado al estudio de la Ciencia Cristiana, y más tarde me hice miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial. He vivido esta Ciencia, o al menos he tratado sinceramente de hacerlo en la medida de mi comprensión, y hasta en los primeros días tuve muchas curaciones.
Estas curaciones me permitieron darme cuenta de lo equivocada que había estado al aceptar lo que se decía de Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de lo que ya era una religión preciosa para mí. Poco a poco, con constancia y firmeza, fui comprendiendo mejor la estatura espiritual de esta gran mujer, única en nuestra época y en todas las épocas, y su importancia para toda la humanidad.
No sólo sentí respeto y admiración por su valor al enfrentar persecuciones sin sentido y conceptos erróneos, por su incansable labor y su devoción al establecer su gran Iglesia. También comencé a darme cuenta del gran número de personas en el mundo que habían sido, eran y serían sanadas en los tiempos venideros por su descubrimiento, sanadas de enfermedad, pesar, pecado y aun salvadas de la muerte. Estos frutos me convencieron de que lo que ella había dado al mundo debía ser de Dios, una revelación divina que le había llegado a través de su pureza, oración, inspiración y devoción.
Por último, hasta llegué a comprender que esta revelación era el cumplimiento de una profecía de la Biblia: "Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad", dijo Jesús. Y más adelante, en el mismo capítulo en el Evangelio de Juan: "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". Juan 14:16, 17, 26.
Para mí "El Consolador" ha sido y sigue siendo la Ciencia divina que la Sra. Eddy descubrió. La Ciencia no consiste simplemente en palabras y teorías sobre Dios. Trae amoroso y cálido consuelo; sana y salva.
Solía pensar, con frecuencia, en la gente que había trabajado con la Sra. Eddy, que la había conocido y escuchado hablar. Más de una vez deseé haberla podido conocer.
Con el correr de los años leí todas las biografías válidamente documentadas de la Sra. Eddy y otros libros sobre ella y su trabajo, entre ellos la maravillosa serie de reminiscencias personales de algunos de sus contemporáneos en We Knew Mary Baker Eddy. Mi reconocimiento hacia ella aumentó.
Muchas veces leí su propia declaración: "Aquellos que me buscan en mi persona o en algún otro lado, fuera de mis escritos, me pierden en lugar de encontrarme".The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 120. Comprendí lo que ella quería decir: su aversión por la adulación personal; y eso no era lo que yo realmente sentía. Pero aun así, a veces deseaba haberla conocido, haberme encontrado con ella o hasta haber asistido a un servicio en su Iglesia cuando ella hablaba.
Entonces, no hace mucho, tuve una percepción de la Sra. Eddy que transformó completamente mi concepto sobre ella. En cierta forma, sentí que la había "conocido", y sigo sintiéndome cerca de ella, lo que es maravilloso. Esto es lo que sucedió.
Unos cuarenta años después de mi primer contacto con la Ciencia Cristiana, ocupé el cargo de Primera Lectora en mi iglesia filial, y me encontré comprometida en una nueva experiencia de crecimiento y gozosa inspiración.
Un domingo en particular, comenzó como todos los demás. De acuerdo con el orden establecido para los servicios dominicales, después que la congregación se unió en oración silenciosa, continuamos con la repetición del Padre Nuestro, con su interpretación espiritual que aparece en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.
Después que el Segundo Lector guió a la congregación al repetir cada una de las hermosas líneas de la tierna oración que nuestro Maestro dio a sus seguidores, yo, como Primera Lectora, leí la interpretación correspondiente por la Sra. Eddy. Fue cuando llegué a su explicación de la cita: "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy", que me ocurrió ese hecho lleno de paz, maravilloso.
Cuando me correspondió, leí: "Danos gracia para hoy; alimenta los afectos hambrientos".Ciencia y Salud, pág. 17.
Al leer esa fervorosa petición, sentí como siempre la belleza, comprensión y profunda compasión de esas palabras. Pero en ese día especial sentí algo más.
Fue por las palabras que la Sra. Eddy eligió. Ella escribió: "Afectos hambrientos", no simplemente afectos "con mera hambre" o "deseosos", sino hambrientos, muertos de hambre.
Intelectualmente, siempre había sabido que la Sra. Eddy había sufrido los más profundos pesares y angustias humanos, tormentos, soledad, desesperación. Sin embargo, no creo que lo había percibido con mi corazón. Quizás había dejado que mi respeto, gratitud y hasta admiración reverente por su espiritualidad impidieran mi percepción.
Ahora las palabras conmovedoras, vitales que ella había sido inspirada a utilizar aquí se parecían mucho a lo que yo había sentido en momentos en que buscaba apoyarme en Dios, el Amor divino; momentos en que había sufrido, en que había hecho los máximos esfuerzos, anhelando sanarme o en que, simplemente, había buscado una respuesta o mayor comprensión al trabajar para resolver un problema humano. En ese momento me sentí muy cerca de ella, cerca no en forma personal, sino en entendimiento; y había alcanzado esa proximidad al encontrarla a ella en sus escritos, como ella nos enseñó.
Después de esta experiencia comprendí mejor que nunca lo que la Sra. Eddy había deseado hacer con todo su ser por la humanidad, ofreciéndole consuelo, curación, respuestas a viejas preguntas sobre Dios y el hombre. ¿Es de extrañar que los Científícos Cristianos amen a su Guía?
Todavía tengo ese precioso sentimiento de haberla conocido por fin, y sé que tengo una comprensión más profunda de su sentido humanitario, así como de su misión espiritual hacia el mundo. Sé también que esto me está ayudando a cumplir con mi parte en esta misión universal de hacer llegar el Consolador a toda la humanidad.