¿Es posible amar realmente a otros niños como amamos a los propios? ¿Es acaso posible enfocar este ideal con realismo? Y si lo intentamos, ¿cómo podemos establecer la diferencia entre el interferir en lo que no nos incumbe y el genuino amor que sana? Una curación de animosidad y relaciones difíciles con algunos niños en nuestro vecindario me enseñó que el amor de la ley de Dios nunca hace concesiones al mal, sino que va al fondo del problema y lo sana. A medida que oraba para solucionar la situación, una regla muy básica en la curación se mantuvo vívida en mis pensamientos: el amor universal no actúa dentro de los estrechos límites de opiniones personales.
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