Para la mayoría de la gente, identificar a alguien como “una persona rica” significa que posee una fortuna y bienes materiales, como una casa lujosa, automóviles, acciones, posición o un título.
¿Era Jesús un hombre rico? Desde el punto de vista espiritual, él era el hombre más rico que jamás haya existido. Sin embargo, su riqueza no se podía medir por sus posesiones. Cuando un escriba le dijo que lo seguiría, Cristo Jesús dijo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”. Mateo 8:20. Es obvio que las cosas materiales que la humanidad a menudo considera como sustancia, para él no eran en absoluto sustancia. Por el ejemplo de Jesús vemos que toda riqueza debe ser eterna y buena, de hecho, debe ser totalmente espiritual.
Por ejemplo: si le doy a usted algo material, como una manzana, usted la tiene pero yo no. Ya no poseo la manzana; no es, entonces, sustancia verdadera. Pero si le doy una idea, ambos la tenemos. Y al utilizarla no nos privamos no nos desprendemos de ella, sino que la compartimos. Permanece, no se agota.
Las ideas espirituales, ideas que expresan generosidad, justicia, valentía, bondad, paciencia, gratitud, inteligencia, confianza y amor, se originan en Dios, la única fuente de todo lo que es bueno, ilimitado y eterno. Las ideas espirituales son sustanciales. Dios, el Espíritu, es la única sustancia real que el hombre, nuestro verdadero ser, refleja. Y jamás podemos consumir esta sustancia infinita. Sólo podemos compartir ideas.
Por supuesto, Dios, el proveedor de todo lo bueno, no nos da dinero, ya sea como sueldo, honorarios, herencia, un cheque del gobierno o una comisión. Dios, el Espíritu, nos da ideas espirituales. Dios es Mente, y como hijos de Dios sólo podemos recibir ideas espirituales de la única Mente divina. Entonces, ¿cómo demostramos la sustancia verdadera, inagotable de Dios, en nuestra vida diaria?
Para ser receptivos a estas sustanciales ideas espirituales de Dios, Dios, se requiere inspiración y la determinación de silenciar el insistente clamor de las creencias negativas de la mente mortal, el temor a carecer del bien, la duda o un sentimiento de incompetencia. He tenido muchísimas experiencias en mi vida en las que todas mis necesidades fueron satisfechas mediante la percepción de la sustancia verdadera pero me doy cuenta de que todavía debo aprender más sobre lo que es realmente la sustancia.
El comprender la sustancia espiritual en al Ciencia Cristiana no es como un plan de “soluciones rápidas” para las dificultades financieras; tampoco es un plan sobre cómo “hacerse rico en una sola lección”. Por el contrario, ese entendimiento nos capacita para percibir la ley de Dios, del bien, proveyendo lo necesario para Sus hijos. En Rudimentos de la Ciencia Divina, la Sra. Eddy nos dice cómo define la Ciencia Cristiana: “Como la ley de Dios, la ley del bien, que interpreta y demuestra el Principio divino y la regla de la armonía universal”. Parte de su respuesta a la siguiente pregunta: “¿Qué es el Principio de la Ciencia Cristiana?” es: “Es la sustancia, el Espíritu, la Vida, la Verdad y el Amor, —éstos son el Principio deífico”.Rud., pág. 1 . Y en Ciencia y Salud, la Sra. Eddy dice: “En la Ciencia divina, Dios y el hombre verdadero son inseparables como Principio divino e idea”.Ciencia y Salud, pag. 476.
Nuestra obligación, entonces, es ver que la sustancia es inseparable de nuestra identidad real como la idea de Dios, el Principio. Podemos mantener una confiada expectativa en nuestra capacidad para entender esta verdad y demostrarla en nuestra propia experiencia. Además, hemos de recordar que la carencia y la sustancia no se pueden mezclar. O bien nuestra inspiración y espiritualidad nos guiarán a demostrar nuestra verdadera y legítima sustancialidad, o el razonamiento material entorpecerá nuestro entendimiento de la realidad.
Puede ser que a pesar de nuestros mejores esfuerzos por administrar bien el presupuesto de nuestra vida diaria nos veamos enfrentados con una deuda impresionante y no encontremos la solución. ¿Cómo demostramos entonces la regla de armonía? Si comenzamos centrando nuestra atención en la situación humana, estamos minando nuestra percepción de la misma regla de armonía que deseamos demostrar. Hemos aceptado el cuadro discordante de la deuda como real.
Nuestra solución concreta radica en comprender que la carencia es una ilusión del pensamiento material. “Sí, pero el saldo cero de mi libreta de cheques no es ninguna ilusión para mis acreedores. De hecho, no es ninguna ilusión para mí. Significa problemas”. Así nos habla el error como si fuera nuestro propio pensamiento. Tenemos que dejar de escuchar el error y empezar a escuchar a la Verdad.
Este es un pensamiento que he encontrado útil para ponerlo en práctica: Transferir el caso (el saldo cero o lo que sea) del “Tribunal del Error”, con todos sus testigos materiales a los que se refiere la Sra. Eddy en su alegoría en Ciencia y Salud, Ver ibid., págs. 430-442.al “Tribunal del Espíritu” donde la Ciencia Cristiana puede representarnos.
A medida que hacemos esto podemos actuar y pensar con dad, como lo hizo el centurión en el relato que leemos en Lucas. Ver Lucas 7:2-10. El centurión tenia que obedecer a sus superiores y a su vez sus subordinados obedecían sus órdenes. Al pedirle a Jesús que sanara a su siervo, el centurión se estaba poniendo, junto su siervo, bajo la autoridad del Cristo, una autoridad proveniente de Dios que él reconocía como suprema, de ninguna manera restringida por circunstancias materiales. La Biblia relata: “Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe”. Y el siervo fue sanado.
La receptividad y obediencia a la autoridad espiritual manifestadas por el centurión pueden ser también nuestro punto de partida. La Ciencia Cristiana nos asegura que podemos aceptar la autoridad del Cristo y gozar de perfecta salud ahora y siempre. Estamos en el punto de la perfección, baja el gobierno total de nuestro Padre-Madre Dios. Esta es la verdad a la cual apelamos cuando recurrimos al Tribunal del Espíritu. Nuestra verdadera individualidad como hijos de Dios jamás puede estar separada de El, ni por un segundo. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”, Mateo 5:48. dijo Jesús.
Percibiendo con mayor claridad que somos hijos de Dios, sólo bajo la autoridad de la totalidad de la ley de Dios, comenzamos a comprender cómo actúa la ley de Dios, cómo nos guía y protege, cómo gobierna y ajusta aun los más mínimos detalles de nuestra experiencia.
Cuando razonamos de esta manera estamos llevando nuestro caso al Tribunal del Espíritu. En realidad, ese es el único “tribunal” que existe. A medida que obtenemos un claro sentido de la realidad espiritual, estamos mejor preparados para hacer frente a los falsos testigos que nos agobiaban cuando imaginábamos que estábamos bajo la autoridad del testimonio material en el llamado Tribunal del Error. Por supuesto, semejante testimonio jamás podría tener autoridad sobre nosotros, porque en la totalidad de Dios, el Espíritu, no hay testimonio válido de la materia y no hay Tribunal del Error.
Ahora bien. ¿qué podemos decir sobre el testimonio material del temor? El centurión no mostró temor. También nosotros debemos permanecer sin temor y reconocer que no hay sustancia en el temor y que no hay temor en la sustancia, porque la sustancia verdadera es Dios, el Principio divino. Puesto que Dios, el Todo-en-todo, no pudo crear, causar o mantener el temor, éste es una ilusión. No hay lugar para el temor en la totalidad del reino de Dios, el reino en el cual nosotros y todos realmente vivimos.
Y, ¿qué decir del testimonio material de que no tenemos dinero en el banco? Estamos comenzando a comprender que el dinero no es la medida de nuestra sustancia real, aunque el dinero tiene su lugar propio en nuestra experiencia humana, y puede ser utilizado de manera que ilustre la abundancia de la sustancia. Me gusta pensar en el dinero como un símbolo de gratitud. Y la gratitud no se mide en realidad por lo que tenemos en el banco.
¿No es el dinero, en muchas ocasiones, otra forma de decir “gracias”, una evidencia del aprecio por el trabajo cumplido o el servicio prestado? Cuando pensamos en todos los “gracias” que hemos recibido de los demás y toda la gratitud que podemos expresar, nos damos cuenta de que la evidencia de nuestra verdadera sustancia espiritual es abundante. ¿Y qué decir de esta corriente de gratitud? Nunca se agota y deberíamos aumentarla con nuestro agradecimiento por todas las cualidades espirituales que reflejamos de Dios. En realidad, todos estamos activos y vivos porque reflejamos las cualidades de Dios. El dinero no es nada más que otro símbolo de gratitud; de modo que debemos sentirnos agradecidos por la aflulencia del amor. ¿Acaso no brota la gratitud en nuestro corazón por la sustancia espiritual que constantemente recibimos de Dios? Pensamientos de gratitud, como los que debe de haber tenido el centurión cuando edificó una sinagoga para los que adoraban al único Dios, expresan sustancia verdadera, inagotable.
Además tenemos el testimonio material que pretende que sintamos temor al fracaso. El centurión expresó una confianza absoluta en la autoridad y poder espiritual de Cristo Jesús pidió a sus amigos que dijeran a Jesús: “Dí la palabra, y mi siervo será sano”. La sustancia es Espíritu, no es materia ni duda, ni un sentimiento de incompetencia. El centurión actuó con confianza.
Nuestro propio sentido de confianza de que Dios, el Espíritu, es Todo-en-todo abre la puerta al reconocimiento de la verdadera sustancia o compleción. El hombre, como hijo de Dios, jamás puede ser menos que completo, sabiendo que nuestra identidad verdadera es siempre plena y completa, siempre gobernada por la ley de Dios, nos capacita para demostrar la sustancia, armonía y abundancia en formas prácticas que borran la deuda.
Estos son unos pocos ejemplos de las maneras en que el testimonio material puede presentarse y, sin duda, podemos pensar en otras. Pero es preciso recordar que por más rápido que aparezcan esos falsos testigos, podemos silenciarlos con la verdad. Corregir la creencia de que uno no tiene sustancia, es similar a corregir la creencia de que uno no tiene sustancia, es similar a corregir la creencia de que uno no tiene salud. Tanto la sustancia como la salud se originan en nuestro Padre-Madre Dios, y son mantenidas por El.
Orando de esta manera podemos acallar el temor. Podemos silenciar el pensamiento de “no tenemos dinero en el banco” estando eternamente agradecidos por lo mucho que tenemos que agradecer, tanto por recibir como por dar, y por las distintas maneras en que se presenta la gratitud. Podemos silenciar dudas y sentimientos de incompetencia recordando lo que hemos aprendido del centurión, afirmando así nuestra plenitud y compleción como la idea de Dios, siempre bajo Su gobierno y autoridad.
Como el centurión que confiadamente apeló a Jesús, recurramos a Cristo, la Verdad, conociendo positiva e incuestionablemente la nada del error o la carencia, y la totalidad y permanencia de la sustancia verdadera, inagotable. Este espíritu que expresa la naturaleza del Cristo se manifiesta en nosotros a medida que nuestros pensamientos se espiritualizan y, al expresar esa naturaleza, estamos bajo la armoniosa ley de Dios, el Principio.
En las palabras de Pablo podemos declarar que “todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”. Gál. 3:26. Conociendo nuestro fundamento verdadero, Dios, y nuestra verdadera identidad como hombre espiritual, elevémonos y exijamos de nosotros mismos el ver y comprender que Cristo, la Verdad, está presente, activo, gobernando toda nuestra experiencia. Con la afluencia de la gratitud y la seguridad de la Verdad podemos demostrar la imposibilidad de que haya carencia de verdadera sustancia. Requiere gratitud y confianza, pero puede lograrse. Recordemos que el Principio jamás se agota.