Nuestros dos primeros hijos nacieron rápidamente y sin dolor, y estos fueron períodos de crecimiento espiritual y de felicidad. Cuando estábamos en espera de nuestro tercer hijo, oramos para saber que la creación de Dios es completa y que Dios, no el hombre, es el creador. Sentimos gran amor por el niño.
Para cumplir con lo dispuesto por la ley, referente al nacimiento de niños, visité a un médico. Después del examen, el médico me explicó, que era muy probable que el niño o yo no pudiéramos sobrevivir a un parto normal, porque la placenta estaba mal adherida y bloqueaba completamente la salida del niño. El médico dijo que tenía placenta previa completa, y que el nacimiento del niño tenía que ser por operación cesárea.
A mi regreso a casa, mientras manejaba, oré y pensé sobre los casos descritos en la Biblia, cuando los obstáculos habían sido removidos. Por ejemplo: cuando la piedra fue removida de la salida de la tumba de Jesús; cuando Pedro fue liberado de su prisión, y las cadenas se le cayeron; cuando un terremoto libertó a Pablo de la prisión. También recordé el siguiente versículo de Isaías (66:9): “Yo que hago dar a luz, ¿no haré nacer? dijo Jehová. Yo que hago engendrar, ¿impediré el nacimiento? dice tu Dios”.
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