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Cuando el Espíritu Santo entra en nuestra vida

Del número de septiembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En cierta ocasión en que me hallaba dando una charla a un grupo de adolescentes en un albergue para fugitivos, un hombre joven repentinamente se llenó de furia, y con duras palabras me hizo saber que él no apreciaba el que me encontrara allí. Aunque traté de explicarle que yo estaba allí porque me interesaba por todos ellos, y que juntos podíamos aprender más acerca de cuánto Dios nos ama, este joven procedió a amenazarme con agredirme físicamente. Sentí que me invadía la cólera.

Ahora tenía que tratar tanto mi propia furia como la del joven. Al mismo tiempo comprendí que yo tenía que purificar mis propios sentimientos antes de poder sanar la situación. Dejé de mirarlo y oré. Reconocí que la batalla no era entre este joven y yo, sino entre el Espíritu Santo, o Espíritu divino, y el mal. Oré en silencio pidiéndole a Dios que me ayudara a identificar a este joven con el mismo amor que Dios expresó hacia Cristo Jesús en estas palabras: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Mateo 3:17. Comprendí que esta verdad se aplicaba a todos los hijos de Dios, y que este joven — y todos nosotros allí— éramos en verdad linaje de Dios. También, recordé el espíritu de las palabras que Jesús dirigió al diablo en el desierto: “Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” Lucas 4:8., expulsé con un sentido de poder espiritual la ira y tensión que estaba sintiendo. Afirmé que la omnipotencia y omnipresencia de la Verdad divina realmente estaban presentes y que cada uno en esa sala podía expresar receptividad, humildad y amor.

Al referirse a la comprensión que tenía Cristo Jesús del ser espiritual, y que inundó el pensamiento receptivo de los discípulos después de la ascensión del Maestro, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “El advenimiento de esa comprensión es lo que significa el descenso del Espíritu Santo, aquel influjo de la Ciencia divina que iluminó el Día de Pentecostés con tanto resplandor y cuya antigua historia se repite ahora”.Ciencia y Salud, pág. 43. En otra página de Ciencia y Salud la Sra. Eddy se refiere a esa experiencia de los discípulos: “Sus discípulos recibieron entonces el Espíritu Santo. Eso significa que por todo lo que habían presenciado y sufrido fueron despertados a una comprensión más amplia de la Ciencia divina, o sea, la interpretación y el discernimiento espirituales de las enseñanzas y demostraciones de Jesús, comprensión que les dio un tenue concepto de la Vida que es Dios”.Ibid., págs. 46–47.

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