Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Una norma para padres

Del número de septiembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


"¡Te odio!"

Palabras terribles de hijo a padre. Aun cuando sabemos que sólo representan la pasión del momento, pueden ser desconcertantes. A veces nuestros hijos parecen ser versiones de nosotros mismos, y no siempre nos gusta lo que vemos. ¡Qué desafío pueden ser los niños! Nos obligan a examinar y a depurar nuestra propia vida.

La mayoría de los padres anhelan ser buenos padres. Desean tomar decisiones sensatas y fomentarles el concepto de excelencia. Desean guiar, proteger y alentar en forma apropiada. ¡Qué padre no aceptaría gustoso una norma fundamental que le permitiese juzgar cada actitud y comportamiento? Por cierto que Cristo Jesús presentó esta norma. Su vida mostró el amor perfecto en acción. Su Sermón del Monte contiene instrucciones específicas para cada una de la amplia variedad de circunstancias diarias con las que nos enfrentamos todos. La Regla de Oro: "Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos" Mateo 7:12. es la esencia de estas enseñanzas sobre las relaciones humanas.

En una ocasión el comportamiento indisciplinado y perturbador de mi hijo de edad preescolar durante meses, culminó en las palabras con que comienza este artículo. Admito que en el momento en que mi hijo me las dijo, yo sentí, momentáneamente, algo parecido hacia él. Sin pronunciar palabra, me retiré a un lugar tranquilo (algo no tan fácil de hacer con un niño pequeño en la casa) para pensar. Mi congoja se desbordó en una oración a Dios. Me sentí como una fracasada. En ese momento parecía no sólo que tenía un hijo malcriado, egoísta y grosero, sino que, además, yo era una madre perversa y tiránica. Estaba segura de que mis propios errores como madre eran los que nos habían conducido a esa situación.

Atenta a la guía divina, fui percibiendo suavemente las correcciones de Dios. Con la ayuda de la Ciencia Cristiana vi que la verdadera naturaleza del niño, como Dios lo había hecho, no podía ser egoísta ni grosera; él era íntegro y Dios lo amaba, y a mí también. Esto había sido evidente en las últimas semanas, en que habíamos disfrutado de momentos de inocente compañerismo. Al agradecerle esto a Dios, recordé una declaración de la Sra. Eddy: "Los móviles gobiernan los actos, y la Mente gobierna al hombre. Si al niño se le explican los móviles correctos de acción, y se le enseña a amarlos, estos móviles guiarán correctamente: si se le educa para que ame a Dios, el bien, y para obedezca la Regla de Oro, el niño os amará y obedecerá sin que tengáis que recurrir al castigo corporal".Escritos Misceláneos, pág. 51.

Mi siguiente oración fue "¿Cómo? ¿Cómo puedo ayudar a mi hijo a que comprenda y ame hacer lo que es correcto?" Yo sabía que Dios era verdaderamente la única causa o creador y, por lo tanto, era lo que causaba que el niño (y el padre o la madre) amase lo que es bueno y correcto. Mientras meditaba sobre esto, la palabra móvil me trajo al pensamiento un artículo del Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy. Se titula "Una Regla para móviles y actos". Hasta ese momento yo nunca había aplicado conscientemente esta declaración a mis relaciones familiares, pero ahora la veía como una extensión de la Regla de Oro, una guía para mi conducta, que iba a fomentar y apoyar las acciones correctas de mi hijo. El Artículo citado dice: "Ni la animadversión ni el mero afecto personal deben impulsar los móviles o actos de los miembros de La Iglesia Madre. En la Ciencia, sólo el Amor divino gobierna al hombre, y el Científico Cristiano refleja la dulce amenidad del Amor al reprender el pecado, al expresar verdadera confraternidad, caridad y perdón. Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente".Man., Art. VIII, Sec. 1. Ese día comencé a aplicar sistemáticamente esta regla en la crianza del niño, y la armonía de la familia mejoró en forma inmediata y permanente.

Aprendí que la animadversión y el mero afecto personal son, en realidad, dos caras de la misma moneda, aunque parezcan ser opuestas. Ambos sentimientos dependen de un sentido material y personal de identidad. Ambos están entrelazados con el egoísmo. A menudo, uno conduce hacia el otro.

El origen de la mala voluntad o el resentimiento puede encontrarse en el apego a la personalidad o a la posesión personal que niega el gobierno imparcial de Dios. Si esto pasa inadvertido esa animadversión puede conducir a una acción hostil, creando adversarios dentro de una familia. La animadversión es la reacción que tiende a producirse cuando se desafía o ataca algo de lo cual nos sentimos personalmente responsables. Irritación, frustración, enojo, venganza, obstinación, orgullo, envidia y disgusto son todos evidencias de animadversión que es necesario expulsar.

Es obvio que la animadversión es errónea y dañina. Pero un afecto personal egoísta, cuando está disfrazado de amor, también puede ser perjudicial porque podría inducirnos a no luchar con el vigor necesario para anularlo como lo haríamos en el caso de la hostilidad. Este afecto falso puede hacernos pensar que nuestros hijos son una prolongación de nosotros mismos, y hacerlos que hagan cosas o participen en actividades que no estén de acuerdo con su manera individual de ser.

Un aspecto extremo de este afecto falso intenta ver al hijo como la imagen de uno de los padres en lugar de la imagen de Dios, queriendo controlar cada pensamiento y actividad del hijo. Debemos permitir a nuestros hijos ser los originales espirituales que ya son, y debemos alentarlos a que vayan descubriendo su individualidad espiritual. El libro de Proverbios lo explica así: "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él". Prov. 22:6 El énfasis que pongamos en el su de este versículo puede ayudarnos a discernir mejor el camino individual que tiene el niño en la vida.

Si hay fricciones debido a que los hijos quieren algo que nosotros no deseamos para ellos, quizás se deba a que estamos aferrados a un punto de vista obsoleto, material, de nosotros mismos o de nuestros hijos. Si pensamos que estamos tratando con individuos egoístas, deshonestos, temerosos, perezosos o beligerantes les hemos impuesto naturalezas mortales falsas. La solución es reconocer que estos defectos o actitudes erróneas no provienen de Dios. Asimismo, debemos identificar a nuestros hijos con las cualidades espirituales del hijo perfecto de Dios y luego hacer que nuestros pensamientos y acciones reflejen esa visión más elevada.

Por otra parte, si se piensa que los rasgos buenos son producidos por y dependen de una persona, esto puede promover favoritismos o comparaciones desdichadas. Podríamos creer entonces que un hijo es servicial por naturaleza, pero que otro tiene mal carácter. O que mi hijo es bueno por naturaleza, pero el suyo es malo. Estas son las semillas de las divisiones y las guerras. Cuando comenzamos a ver el bien como universal por tener su origen en Dios, y cuando demostramos esta comprensión en nuestras propias familias, veremos mayores evidencias de paz sobre la tierra.

A veces, la enseñanza de un padre o de una madre debe tomar la forma de una corrección. La manera en que corregimos, y especialmente el pensamiento que hay detrás de esa acción, es muy importante. Tuve un claro ejemplo de esto una mañana en que uno de mis hijos estaba preparándose para ir a la escuela. Le hice una simple observación y él estalló, lleno de indignación.

Mi hijo menor había estado jugando con un grabador, y por diversión grabó este intercambio de palabras. Aparentemente le encantaba volver a escucharlo. Escuchándolo yo una y otra vez, me di cuenta de por qué mi hijo mayor había reaccionado contra mí. Las palabras que yo había utilizado eran simples y razonables, pero el tono que había empleado era sentencioso y desdeñoso. Ese día escuché el diálogo más veces de las que hubiese querido, pero sintiéndome cada vez más arrepentida y determinada a cambiar mi actitud.

Comencé a comprender lo importante que es separar lo erróneo de la verdadera identidad de un niño, y vi que aun las correcciones podían ser fraternales, caritativas y misericordiosas. También descubrí que se puede criar a un hijo adecuadamente con menos reprensiones de las que yo había estado utilizando. Con toda seguridad, entonces las reprimendas serían mucho más efectivas, y hasta sanadoras, como eran las de Cristo Jesús. Las reprensiones de Jesús eran punzantes y necesarias, pero las utilizaba en contadas ocasiones, y produjeron resultados.

Cada cualidad espiritual requerida para que la paternidad y la infancia sean felices y gratificadoras proviene de Dios. Cuando comencemos a comprender que el verdadero Padre de cada uno de nosotros es Dios, el Amor divino, veremos más de Su semejanza reflejada en nuestros hijos y en nosotros. Como la única causa real, Dios, el Principio divino, está impulsando a Su semejanza a actuar sabia y correctamente. Está impartiendo la seguridad de que reconoceremos y amaremos la bondad de Su creación. El está capacitando a padres y a hijos para que vivan juntos en amor.


Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres,
porque esto es justo.
Honra a tu padre y a tu madre,
que es el primer mandamiento con promesa...
Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos,
sino criadlos en disciplina
y amonestación del Señor.

Efesios 6:1, 2, 4

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / septiembre de 1990

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.