Estoy muy agradecido porque mis padres me inscribieran en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana cuando era niño. Este fundamento sobre la Verdad es lo más importante que podían haberme dado. Me ayudó a superar todas las vicisitudes de la niñez y a sanar de diversas dolencias, como severos dolores de oído y fractura de cráneo. Más adelante, fue un firme apoyo y una protección para mí cuando estuve por primera vez fuera de casa sirviendo en la Marina de los Estados Unidos.
Alrededor de seis años antes de jubilarme, comencé a sentir un dolor tan intenso en la zona más baja de la espalda, que estar acostado por la noche a veces parecía una tortura. Trabajaba como cartero, lo que implicaba caminar mucho, cargar y levantar, y dudaba si podría continuar haciéndolo. Temía que tendría que dejar de trabajar antes del tiempo requerido para poder jubilarme.
Había estado orando para comprender mi verdadera naturaleza como imagen de Dios, pero no podía vencer el dolor. Me esforzaba para cumplir con mis deberes cada día, hasta que por último pensé que ya no podía continuar así. Entonces llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí ayuda por medio de la oración. Estaba esforzándome por mirar más allá de lo que los sentidos materiales afirmaban, tratando de alcanzar un sentido más amplio del amor del Padre.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!