Cuando tenía diez años, no me sentía muy entusiasmade por estar en el campamento durante ese verano. Una de las razones era que a mi mejor amiga en el campamento y a mí nos habían puesto en cabañas separadas debido a que causábamos muchos problemas cuando estábamos juntas. Nuestras hermanas mayores nos habían advertido a ambas que lo mejor era que nos portáramos bien, porque ¡si no...! A pesar de que yo consideraba que había sido injusto que nos separasen, yo quería pasar un buen verano.
Casi nunca podía ver a Leticia. Cuando lo hacía, casi siempre había cerca alguna consejera que nos separaba. Parecía que pensaban que nos preparábamos para hacer algo malo. Una tarde, después de un rato libre para nadar a nuestro gusto, caminamos juntas desde la playa hasta nuestras cabañas. Leticia me dijo que no se sentía bien, y cuando la miré me sorprendí al ver que casi estaba llorando. Me sentí algo preocupada, y cuando nos separamos para irnos a poner ropa seca, me puse a pensar qué era lo que yo debía hacer.
Leticia y yo vivíamos en distintas ciudades de los Estados Unidos, pero ambas habíamos estado concurriendo a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde muy pequeñas. Yo no sabía con seguridad si elle estaba orando para resolver la situación, pero pensé que quizás yo debía hacerlo.
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