Cuando tenía diez años, no me sentía muy entusiasmade por estar en el campamento durante ese verano. Una de las razones era que a mi mejor amiga en el campamento y a mí nos habían puesto en cabañas separadas debido a que causábamos muchos problemas cuando estábamos juntas. Nuestras hermanas mayores nos habían advertido a ambas que lo mejor era que nos portáramos bien, porque ¡si no...! A pesar de que yo consideraba que había sido injusto que nos separasen, yo quería pasar un buen verano.
Casi nunca podía ver a Leticia. Cuando lo hacía, casi siempre había cerca alguna consejera que nos separaba. Parecía que pensaban que nos preparábamos para hacer algo malo. Una tarde, después de un rato libre para nadar a nuestro gusto, caminamos juntas desde la playa hasta nuestras cabañas. Leticia me dijo que no se sentía bien, y cuando la miré me sorprendí al ver que casi estaba llorando. Me sentí algo preocupada, y cuando nos separamos para irnos a poner ropa seca, me puse a pensar qué era lo que yo debía hacer.
Leticia y yo vivíamos en distintas ciudades de los Estados Unidos, pero ambas habíamos estado concurriendo a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde muy pequeñas. Yo no sabía con seguridad si elle estaba orando para resolver la situación, pero pensé que quizás yo debía hacerlo.
Mientras me ponía el pantalón corto y la blusa, vino corriendo una de sus compañeras de cabaña y me pidió que fuese enseguida a ver a Leticia porque se sentía muy mal. Cuando llegué, su consejera y las otras compañeras de la cabaña estaban paradas alrededor de elle y parecían muy preocupadas. La consejera me preguntó si podía quedarme con Leticia hasta que se sintiese mejor.
Yo pensé: "Por supuesto que sí. En realidad, ¿quién no se quedaría con una amiga cuando ella necesita ayuda?" Me senté en la cama al lado de Leticia y le di unas palmaditas en la espalda. Tenía la cara contra la almohada, de modo que no podía saber si estaba llorando un poco o si estaba por dormirse. Por un instante no supe qué debía hacer. Luego pensé en las palabras de un himno que nos gustaba a ambas:
No teme cambios mi alma
si mora en Santo Amor;
segura es tal confianza,
no hay cambios para Dios.
Si ruge la tormenta
o sufre el corazón,
mi pecho no se arredra,
pues cerca está el Señor.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 148.
Al terminar me di cuenta de que Leticia se había quedado dormida. Pero me quedé sentada en su cama. Todo estaba tranquilo en el campamento; todos los demás estaban cenando.
Algo cambió mientras yo estaba allí sentada. El cielo visto a través de la ventana parecía estar más azul que nunca y el verde de los árboles parecía más intenso. Me sentí como si yo hubiese tenido una curación, pero yo no me había sentido enferma, sólo un poquito preocupada. ¿Qué estaba sucediendo?
Yo quería mucho a mi amiga, pero eso en realidad no era lo que la había tranquilizado o lo que podía sanarla. Por supuesto que el tenerme a mí sentada a su lado la había calmado. Ella sabía que yo me preocupaba por ella y que no quería que estuviese enferma. Pero el amor humano por sí mismo y el tener a alguien allí en realidad no bastan para sanar. Yo sabía que tenía que haber sido algo más, y más tarde averigüé qué era.
Mientras yo estaba sentada y pensaba en las palabras del himno, comencé a sentirme segura y reconfortada. No era algo que yo hubiese podido explicar muy bien en ese momento, pero esa sensación me era familiar. Yo la había sentido antes, cuando yo había orado o cuando alguien había orado por mí. Confié en el sentimiento que me dijo que Dios estaba allí mismo conmigo y con mi amiga. La enfermedad y el temor simplemente no parecían ya tener ninguna importancia. Pero el sentimiento del amor y del cuidado de Dios sí parecían importantes y muy reales. Cuando Leticia se despertó más tarde, se sentía bien.
Lo que sentí — el consuelo y la seguridad y la curación que trajo — se llama el Cristo. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: "El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana".Ciencia y Salud, pág. 332.
El prestar atención al mensaje — la verdad — de la presencia y del poder de Dios tuvo un efecto sanador sobre toda la situación. Cuando realmente sentimos la presencia del Cristo, las cosas que están mal dan un vuelco total.
También, esa era la razón por la cual todo me parecía diferente esa tarde.
Gradualmente dejé de pensar en las consejeras como conspiradoras que trataban de romper la amistad entre Leticia y yo. Dejé de pensar en mí misma y en mi amiga como niñitas revoltosas. Muy pronto las otras personas comenzaron a darse cuenta de que se podía confiar más en nosotras. Ese verano las cosas comenzaron a mejorar más y más, y me hice amiga de mucha más gente de lo que lo había hecho antes en el campamento.