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[Original en alemán]

En una época en que había logrado alguna comprensión de la Ciencia Cristiana...

Del número de septiembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En una época en que había logrado alguna comprensión de la Ciencia Cristiana, pasé un año en el Polo Norte con mi esposo. El estaba llevando a cabo estudios del hielo e inspeccionando glaciares. Nuestra casa en ese tiempo era una cabaña de cazador pequeña y primitiva. Estaba ubicada en el paralelo ochenta, en una costa salvaje y desierta, a millas de distancia del ambiente humano.

Como pintora, yo estaba encantada con los colores bellos y puros del Lejano Norte. Pintaba día y noche olvidándome de todo lo que me rodeaba y abandonando el estudio diario de la Lección Bíblica (que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana).

Un día, mi esposo y un compañero salieron en una excursión de dos semanas justamente antes del comienzo de la oscuridad total de la noche polar. El viaje era necesario para poder proveer de provisiones las cabañas de refugio del vasto territorio. Estaba sola en la cabaña cuando la primera temida tormenta equinoccial comenzó y continuó arrasando por nueve días sin cesar.

El ruido del furioso huracán, la lucha de apalear nieve para poder traer de afuera los artículos más esenciales a la cabaña, la idea de que la tormenta podría empujar el banco de hielo a nuestra parte de la costa y con ello a los osos polares, y la oscuridad que avanzaba con rapidez, me abrumaron. Ya no podía pensar con claridad y temía perderme en lo desconocido, en el terror.

Por último, totalmente exhausta y confundida, me volví a Dios y pedí una señal de Su presencia. Esa noche la tormenta cesó, y cuando salí afuera, allí estaba el mundo a la luz de la luna con los colores más radiantes del crepúsculo y sobre todo esto, la maravillosa y ondulante aurora boreal.

A la mañana siguiente en la tranquilidad de la cabaña, reanudé la lectura de la Lección Bíblica. Las verdades espirituales contenidas en la lección me devolvieron completamente mi paz mental respecto de la seguridad de la presencia de Dios. Me preguntaba cómo me había permitido estar tan abrumada por la tormenta de nieve que había fallado en recurrir a Dios en busca de socorro inmediato. En su lugar, batallé sola, valiéndome de la fuerza de la voluntad humana, ¡todo en balde!

Los hombres regresaron a la casa después de su viaje peligroso. Estaban sorprendidos y encantados de encontrarme calmada y contenta en la cabaña debajo de la nieve amontonada. Más que todo, había recobrado mi firme certeza del amor de Dios. ¡Nada podría asustarme nuevamente!, ni la subsiguiente oscuridad total de la noche polar, que duró tres meses, ni la soledad de nuestro aislamiento. En nuestros largos viajes a través del banco de hielo, nuestro camino a veces cruzaba caminos trazados por los inmensos osos polares. Ya no me aterrorizaba el temor a ellos.

Con plena certeza de la presencia de Dios, comprendí estas palabras del libro Ciencia y Salud escrito por la Sra. Eddy: "Cuando aprendamos el camino en la Ciencia Cristiana y reconozcamos el ser espiritual del hombre, veremos y comprenderemos la creación de Dios — todas las glorias de la tierra y del cielo y del hombre". Esta experiencia se mantiene en mi memoria como algo muy especial.

A la edad de tres años, nuestra pequeña hija de momento comenzó a tartamudear. Los padres, abuelos y otras personas se preocuparon. Tratamos muchas cosas para ayudar a la niña — ejercicios del habla, tratamiento eurítmico, en donde palabras y melodías se juntan, y otras cosas por el estilo — pero nada ayudó. Finalmente oré sobre la situación. El pensamiento me llegó, con mucha claridad, de que mi hija, en su verdadera naturaleza, era completa, y expresaba para siempre las cualidades derivadas de Dios. La curación completa pronto llegó.

¡Cuán agradecida estoy a Dios por la Ciencia Cristiana!


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