Nuestros corazones se dirigen hacia el creciente número de refugiados en el mundo. Estas familias que huyen de circunstancias adversas — a menudo violentas persecuciones en su tierra natal — buscan asilo en otros países donde esperan tener un mejor futuro para sí mismos y sus hijos. Lamentablemente, muchos de ellos terminan en campamentos donde hay pocas oportunidades para mejorar su situación.
Sin embargo, algunos refugiados, debido a su propia laboriosidad y determinación, han logrado adaptarse a una nueva cultura. Hace poco se contó la notable historia de un estudiante universitario que ha obtenido siete títulos en los Estados Unidos. ¿Quién dejaría de aplaudir cuando Tue Nguyen, un vietnamita integrante de uno de los muchos grupos que huyeron en barco, recibió el año pasado su doctorado en ingeniería nuclear del instituto Tecnológico de Massachusetts? Los Angeles Times, 6 de junio de 1989.
Por supuesto, el problema de los refugiados no es un fenómeno moderno. A través de la historia, la gente se ha visto forzada a dejar ambientes conocidos y a buscar nuevos lugares para establecerse. Por ejemplo, la Biblia narra la huida de los hijos de Israel cuando Moisés los sacó de la esclavitud de Egipto y los guió hacia la Tierra Prometida. El gran líder enseñó a los israelitas a adorar solamente a Dios y a recurrir a El constantemente en busca de socorro y dirección. Ya casi al final de su vida Moisés los alentó con estas palabras: "El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos... Bienaventurado tú, oh Israel, ¿quién como tú, pueblo salvo por Jehová, escudo de tu socorro, y espada de tu triunfo?" Deut. 33:27, 29.
El hecho es que la gente tiene hoy en día un constante refugio en Dios, quien sigue siendo un escudo y socorro para aquellos que recurren a El. Las enseñanzas de Cristo Jesús nos muestran claramente que Dios en un Padre universal que cuida de todos Sus hijos tierna e imparcialmente. El Maestro enseñó a sus seguidores a orar a Dios como Padre. Su oración nos dice que, como hijos e hijas de Dios, realmente somos miembros de una familia espiritual y que es natural que todos nos volvamos a nuestro Padre celestial en busca de refugio.
Jesús siempre parecía sentirse muy en casa en el amor de su Padre. No sabemos si tenía un hogar establecido cuando enseñaba y sanaba en Galilea y en Judea. Su sentido de hogar no se basaba en un domicilio determinado. Aun en los días más tristes de su vida, cercanos a la crucifixión, cuando parecía que el mal y el odio hacia la verdad iban a destruir su existencia misma, Jesús de continuo oraba a Dios. En su comunión con su Padre encontró el poder espiritual que le dio la fortaleza para sostenerlo en ese momento difícil y lo capacitó para seguir adelante con un sentido más firme de identidad y propósito.
Tal vez pensemos que esto fue posible para Jesús pero que nos preguntemos si todavía la oración puede ser práctica en el siglo veinte para hacer frente a los grandes problemas de emigrantes y refugiados. La Sra. Eddy anheló ayudar a la humanidad a discernir más claramente que el comprender la relación espiritual y eterna del hombre con Dios es la fuente de la curación, aun para los más grandes problemas de la sociedad. En uno de sus mensajes a su Iglesia, escribe: "Nuestro Padre celestial jamás destinó a los mortales que buscan un país mejor, a vagar por las riberas del tiempo como viajeros desilusionados, llevados de un lado a otro por circunstancias adversas, inevitablemente sujetos al pecado, la enfermedad y la muerte".Mensaje a La lglesia Madre para el año 1902, pág. 11.
Podemos tomar esto literalmente y comenzar a percibir el hecho cristianamente científico de que, en realidad, el hombre no es un mortal, sino una idea inmortal de Dios. A medida que obtenemos vislumbres de esta verdad mediante la oración, nos damos cuenta de que el hombre realmente jamás está separado de su Hacedor divino, de su Padre-Madre, porque el hombre está siempre "en casa" en el Amor.
Individualmente podemos comenzar a demostrar que la oración ciertamente ayuda a la gente a encontrar la seguridad práctica y la certeza del bien. Recuerdo, por ejemplo, el caso de un joven que se fue a otro país a terminar su educación. Le fue muy difícil hallar hospedaje adecuado. Dondequiera que iba se sentía rechazado. Había comenzado a estudiar la Ciencia Cristiana y estaba obteniendo gran consuelo mediante la comprensión de su relación con Dios, como la de un hijo con su Padre, pero la dificultad para encontrar alojamiento todavía persistía. Un día que regresó a su alojamiento temporario encontró que el dueño de casa había cambiado el cerrojo de la puerta y le había amontonado afuera todas sus pertenencias.
El joven visitó a una practicista de la Ciencia Cristiana en su vecindario y le contó sus problemas. La practicista percibió que el joven estaba cansado de buscar alojamiento, de modo que apartó los pensamientos del joven de su preocupación de hallar hospedaje y de contar con un domicilio. Lo alentó en cambio, allí mismo y en ese mismo instante, a comenzar a buscar su lugar permanente en el gran amor de Dios. Le recordó la promesa de Jesús a sus discípulos, relatada en el Evangelio de Juan: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay ... voy, pues, a preparar lugar para vosotros". Juan 14:2. La practicista le hizo ver que los hijos de Dios están de continuo abastecidos, y que siempre nos espera un gran saludo de bienvenida en la infinitud del amor de nuestro Padre.
Entonces ambos oraron para comprender con más claridad la inseparabilidad espiritual del hombre con Dios y de todo lo que es bueno. Pronto el joven se fue. Más o menos una hora después, llamó por teléfono a la practicista para decirle que había encontrado un lugar en una casa que quedaba muy cerca del alojamiento anterior. Su nuevo domicilio fue su hogar durante varios años.
En nuestra profunda y humilde oración a Dios nos vemos, y vemos a todos, no como mortales vulnerables llevados de un lado a otro en un mar de incertidumbres, sino como hijos de Dios, siempre unidos a El. A medida que oramos más universalmente, comenzamos a sentir el afecto, la estabilidad y la certeza del reino bien ordenado de Dios, donde la ley divina gobierna totalmente y donde el amor de Dios para todos sus hijos es constante e invariable. Nos damos cuenta de que las lecciones que aprendemos en nuestras experiencias individuales también ayudan a resolver los problemas que enfrenta el mundo en general.