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El cuidado de una familia joven

Del número de septiembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una noche, mientras paseaba a mi perro, me encontré en una zona en que se estaban construyendo casas nuevas. Cerca de una de ellas había una enorme montaña de tierra negra, evidentemente esperando a que fuera esparcida alrededor de las casas para hacer jardines.

Pero un grupo de chicuelos menores de seis años no estaba esperando. Habían descubierto la montaña de tierra, y estaban subiendo y bajando por ella, dando volteretas, resbalando, rodando y marchando por el puro gusto de estar en contacto con la tierra. Era después de la cena, justo antes de irse a la cama. Me compadecí de los jóvenes padres dando la bienvenida a su prole en la puerta y viendo de pronto la naturaleza singular de esta última aventura de un largo día.

Me hizo pensar nuevamente acerca de las variadas aventuras que entraña la crianza de una familia. También pensé acerca de la notable ayuda práctica que, como padres, hemos tenido partiendo de un punto de vista firme, estable y espiritual. En nuestro caso, la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens) proveyó el contexto.

Cuando uno de nuestros hijos luchaba con sus problemas colegiales — algunas veces llevando a él y a nosotros al punto de la desesperación — la oración invariablemente daba un nuevo punto de vista, trayendo cambios que mejoraban la situación. Cuando había necesidad de mejorar el comportamiento, el punto de vista espiritual de que el hombre obedece a Dios por naturaleza, ayudaba inmensurablemente, afectando a veces tanto a los padres como a los hijos. Y, mediante el tratamiento espiritual, hubo rápidas curaciones de enfermedades que muchos tienden a asociar con la infancia.

En años posteriores a menudo hablábamos de la "varicela de una hora" porque desaparecía en ese corto tiempo (a pesar de que no había duda de la naturaleza del problema y de su supuesta presencia contagiosa en el vecindario). El sarampión duraba menos de un día cuando nos entregábamos a la oración de todo corazón.

Con frecuencia, vimos que los desafíos físicos, cuando los encarábamos directamente con resolución espiritual, no tenían que seguir los llamados estados normales. Se sanaban cuando nos poníamos a comprender más plenamente la presencia sanadora del afectuoso Padre-Madre Dios. Por ejemplo, se detuvo inmediatamente la hemorragia debida a una herida en la cabeza. Un caso de difteria sanó de manera decisiva. Y, de hecho, hubo amplia protección de muchas enfermedades y percances comúnmente considerados parte del crecimiento.

¿Qué decir de casos en que la situación parecía más seria? A lo largo de los años tuvimos algunos. Muy la principio se le pidió ayuda espiritual a un practicista de la Ciencia Cristiana. Hubo también oración diligente por parte de los padres, y la curación se efectuó.

Una curación que me enseñó mucho cuando yo era un padre joven, ocurrió sin la ayuda de un practicista. Una noche, cuando estaba yo en la planta baja de la casa, oí gritar a nuestro hijo mayor que estaba en su habitación. Subí las escaleras rápidamente y vi que lloraba y tenía fiebre. Me senté al lado de su cama junto con él por unos minutos, hablándole y reconociendo en voz alta la toda presencia gobernante de Dios. Se aquietó lo suficiente, de manera que vi que podía salir de su cuarto y continuar orando. Al orar, me vino el pensamiento que lo que más necesitaba saber era que el Cristo era el amo de casa.

Más tarde, hallé una frase de la Biblia que decía algo similar. Pablo escribió en una de sus cartas: "Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón". 1 Cor. 11:3. Empecé a comprender el hecho espiritual de que nada discordante o dañino tenía realmente poder para entrar en la casa, porque el Cristo, o la Verdad, que ya estaba presente, era supremo sobre todo. Nada, mental o físico, podía anular esta ley y autoridad espirituales. El resultado de la oración fue que el niño durmió apaciblemente y estaba bien la mañana siguiente.

Pero la noche siguiente, la misma situación pareció repetirse. Hallé a mi hijo acongojado, hablé con él, le aseguré con firmeza la proximidad de Dios y Su amor hacia él, oré, y el niño pasó una noche normal. Este fue el final de la dolencia. La enfermedad jamás volvió a aparecer.

Puesto que, por lo general, los padres jóvenes son los que tienen hijos jóvenes, uno de los temores que estos padres enfrentan algunas veces, es el de no tener suficiente fortaleza espiritual o experiencia para tratar con desafíos serios. No obstante, el hecho es que la fortaleza, así como la sabiduría, pueden obtenerse en términos totalmente prácticos mediante un esfuerzo disciplinado y razonado que pone los propósitos espirituales primero en los asuntos familiares. Si bien nadie puede confiar en una actitud y experiencia personales que se ajusten perfecta y adecuadamente a toda situación, hay, de hecho, tales cosas como guía y seguridad espirituales. Se puede ver que es más que suficiente para la necesidad de que se trate.

Como padres, mi esposa y yo estábamos sumamente agradecidos por lo que estábamos aprendiendo acerca de la presencia de Dios y su ley espiritual. Comprobamos que el temor era eliminado y que se efectuaban curaciones a medida que dirigíamos nuestro pensamiento específicamente hacia la realidad constante del cuidado del Amor divino para con Sus hijos. Aprendimos algo acerca de la realidad de la ley del Amor. Muchas veces, estando mi esposa en una parte de la casa, y yo en otra, sabíamos cuando la presencia del Cristo se había reconocido. Era evidente que todo estaba bien, sin realmente intercambiar palabras. Estábamos aprendiendo el realismo práctico de la declaración de Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: "La Verdad es afirmativa y confiere armonía".Ciencia y Salud, pág. 418.

La Ciencia Cristiana explica que el cuidado de una familia joven no es sólo cuestión de fe, como generalmente se entiende la palabra. En vez, incluye la confiable ley espiritual y el firme efecto que resulta de la confianza en esa ley del bien. Esa ley cristianamente científica no se puede tomar a la ligera; fomenta un fuerte sentido de la responsabilidad moral que deben tener los padres. No obstante, cuando este interés responsable está presente, los Científicos Cristianos han visto, algunas veces a lo largo de cuatro o cinco generaciones, que el cuidado de Dios es algo muy diferente de una cuestión de esperanza ciega o de fe ingenua.

Los padres, por supuesto, tienen algo activo y útil que hacer. La oración sobre una base científica es la antítesis de la pasividad. Exige compromiso diario. No un esfuerzo ocasional o esporádico. Y exige más, no menos, vigilancia y sensibilidad en cuanto a las necesidades de los hijos, al mismo tiempo que fomenta sensatez y un enfoque activo para resolver los problemas de la familia, ya sean físicos, mentales o morales.

No obstante, en lugar de ser una tarea inquietante, la aventura de criar a una familia, conscientes de que Dios es el Principio que guía, se transforma en una serie de experiencias de concreta curación espiritual. Cada una se edifica de manera natural sobre la otra. Tales experiencias hacen más fuerte a una familia, ayudando a romper los patrones tradicionales de cada miembro, fomentando la independencia, la madurez y el crecimiento. El compromiso espiritual solidifica y protege a los grupos de familia. Finalmente, se verá que está haciendo algo similar por toda la familia humana.

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