Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

¿Cómo lograr que nuestras relaciones no se quebranten?

Del número de octubre de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Este Es Un tema de eterna discusión en los programas de radio y televisión. Los invitados y los animadores tratan de imaginar cómo lograr que las relaciones perduren, y cómo mantener cierta estabilidad y continuidad en las mismas.

La mayoría de las relaciones tienen sus altibajos. Algunas veces surgen diferencias que parecen irreconciliables. Podemos sentir que es más fácil darse por vencido; pero en nuestros corazones ansiamos que se sanen.

La Sra. Eddy comenta en su libro Retrospección e Introspección: "No hay mayores milagros en la tierra que la perfección y una amistad no interrumpida". Muchos estarían de acuerdo. Los lazos entre amigos, la familia, los miembros de la iglesia — relaciones que permanecen felices y sostenedoras por largo tiempo, a veces para toda la vida — los valoramos más que a cualquier posesión. Estas relaciones firmes no surgen por casualidad, aunque parezcan milagrosas. Son el resultado de arduo trabajo, sacrificios y, a menudo, mucha oración. Cuando los grandes malentendidos y fricciones despiadadas del mundo intentan deteriorar una relación, ¿qué puede hacer que la gente siga trabajando unida? Solo un amor que sea más que el amor personal. Necesitamos una vislumbre del amor de Dios.

El amor humano, en su mejor potencial, no es perfecto. Pero el amor de Dios es perfecto y nunca puede defraudar a nadie. El amor infinito de Dios puede restaurar las relaciones humanas y corregir todo lo que hubiera de malo, si las personas están decididas a comprometerse a crecer espiritualmente. Cuando estamos luchando con el temor y la frustración, las emociones humanas pueden ser mesméricas.

Se necesita determinación espiritual para recurrir a Dios y permitir que sólo el Amor divino influya sobre nosotros. Es necesario permanecer muy tranquilo para sentir la presencia del Amor divino y escuchar lo que Dios nos está diciendo. Entonces comenzamos a comprender la realidad del amor de Dios, y la verdad de nuestra relación con Dios, como la expresión misma de Su naturaleza amorosa. La firmeza y la paz de Dios nos envuelven y alcanzan las relaciones por las que oramos para sanar.

Cristo Jesús expresó, por medio de cada una de sus palabras y acciones, el Amor divino que no conoce error, debilidad, ni desavenencias. Jesús sabía que él era el Hijo amado de Dios y que su relación con Dios nunca podía quebrantarse. Fue la totalidad del amor de Dios y la perfecta relación espiritual entre Dios y el hombre lo que inspiró el ministerio sanador de Jesús.

Sin embargo, hubo gente que no se sintió cómoda con Jesús y que no quiso unirse a él ni a sus discípulos. Algunos se sentían confundidos con sus enseñanzas o tuvieron temor de las demandas que el cristianismo les exigiría. Unos pocos llegaron a lo máximo para oponerse a lo que con justicia consideraban como una amenaza al estilo de vida egoísta y materialista. No obstante, por más castigado o mal interpretado que haya sido Jesús, él nunca dejó de amar y de dar testimonio de la espiritualidad inherente al hombre. No hubo ningún antagonismo personal de su parte. El sabía que la identidad real del hombre es el linaje de Dios, la semejanza espiritual del Amor divino, inseparable del Amor. Esto le permitió sanar la enfermedad y el pecado y triunfar sobre la muerte en la cruz.

La curación y salvación cristianas resultan, en realidad, de la reconciliación con Dios, de poner nuestros pensamientos y acciones en buena relación con la Verdad y el Amor divinos. ¡Y para ello se necesita sumisión! Ningún tipo de razonamiento puede reconciliar el fariseísmo, la ira o el egoísmo con la imagen y semejanza de Dios. ¿Tratamos de reconciliarnos con el error, la falibilidad o la obstinación humana (nuestra o de otro)? Si hemos elegido seguir a Cristo, la reconciliación que nos hemos comprometido lograr requiere de nosotros que abandonemos el escepticismo. Todas nuestras suposiciones imperfectas (tan apoyadas como parecen estar por la evidencia de censura y fracaso) deberán ser finalmente desechadas por la verdad espiritual de la naturaleza real del hombre como el reflejo del Amor.

La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: "Ni aun el Cristo mismo puede reconciliar la Verdad con el error, porque la Verdad y el error son irreconciliables". Pero después continúa explicando la base del poder redentor del cristianismo: "Jesús ayudó a reconciliar al hombre con Dios dando al hombre un concepto más verdadero del Amor, el Principio divino de las enseñanzas de Jesús, y ese concepto más verdadero del Amor redime al hombre de la ley de la materia, del pecado y de la muerte, por la ley del Espíritu — la ley del Amor divino".

El "concepto más verdadero del Amor" que nos dio Jesús revela al Cristo, la idea espiritual de filiación. El Cristo es la Verdad salvadora y redentora, que nos muestra nuestra unidad con Dios, y hace perfectamente natural que nosotros, aun en medio de una situación complicada y apremiante, de repente podamos ser inspirados por el Amor divino para percibir una manera más semejante al Cristo de resolver las cosas y actuar de acuerdo con ella.

Cuando consideramos firmemente nuestra relación con Dios, nuestras otras relaciones mejoran y se fortalecen. Nuestra relación con Dios es una relación que nunca deberíamos descuidar y que deberíamos cuidar y honrar sobre cualquier otra cosa. Nuestra comprensión de esta relación espiritual primordial afecta a todas las demás.

Apoyar la verdadera e impecable identidad del hombre es la manera más pura y poderosa de amarnos a nosotros mismos y a los demás. Amar como amaba Jesús, es amar con el amor de Dios. Esta manera de amar tiene una forma de acallar el temor para que podamos comprobar que el mal no tiene poder real sobre nadie. No existe ningún poder que pueda, realmente, desplazar a la imagen y semejanza espiritual de Dios, puesto que cada uno de nosotros, como el hijo amado de Dios, tiene un lugar seguro en Su familia de hijos e hijas, y nada nos lo puede quitar.

El Amor divino actúa como una ley universal que gobierna todo. Nunca se cansa ni llega al colmo. El Amor divino es la fuente eterna de todo amor, y por eso el amor real nunca puede detenerse ni agotarse. Nadie puede divorciarse ni quedarse fuera de este amor. El comprender este sentido más real del Amor nos une, reconcilia y sana.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / octubre de 1991

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.