Para Una Persona que sufre de debilidad física, a veces parece que las únicas soluciones que se le ofrecen vienen en las cajas de cereal o en los programas de ejercicios físicos. Desde este punto de vista, uno podría preguntarse si para la época actual hay algún significado en el mensaje bíblico que dice: "Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas". Sin embargo, el hecho de que la Biblia tenga tanta cantidad de relatos sobre personas que encontraron que Dios puede restaurar y sí restaura la fortaleza humana, aun en las condiciones de debilidad más extremas, merece que consideremos más atentamente este asunto.
La Biblia nos dice que Dios es Espíritu, por lo tanto, Su fortaleza debe ser espiritual. Las Escrituras nos revelan que nuestro Padre, Dios, hizo al hombre a Su propia semejanza. En otras palabras, el único poder creativo, Dios, expresa en el hombre Sus propias cualidades, incluso Su fortaleza.
La fortaleza limitada, evidentemente, no expresa al Todopoderoso. ¿No está claro, entonces, que es imposible que el hombre mortal, material, que se cree al mismo tiempo unas veces fuerte y otras débil, sea el hombre real que creó Dios? Sobre este hombre real la Sra. Eddy escribe: "La fortaleza está en el hombre, no en los músculos.. ." (Véase The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany.)
Si queremos saber más acerca del hombre espiritual que Dios nos hizo ser, ¿dónde mejor buscar que en la vida de Cristo Jesús? Aquel que demostró ser más fuerte que la muerte al salir caminando de la tumba, después de la crucifixión, indudablemente no consideraba que los músculos fueran el origen de su poder. Declaró en forma absoluta: "El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha".
En realidad, vivimos en la bondad de Dios y la expresamos con gozo en acción perpetua. El pensamiento maldispuesto a tratar al hombre como la expresión de Dios — como espiritual — niega esto y sugiere, en innumerables formas, que el hombre es material y que, por lo tanto, está a merced de la despiadada materia. Pero este tentador, por ser el mal, el opuesto hipotético del bien, no puede ser real, ya que Dios, el bien, es el único autor de toda realidad.
La Ciencia Cristiana demuestra que el hombre real, nuestro ser verdadero, creado por Dios, permanece intacto para siempre en la semejanza de Dios. En la medida en que reconozcamos este hecho, la verdad demuestra su propia validez divina al mejorar nuestro estado corporal.
Cuando Jesús oraba, los enfermos se sanaban, los cojos caminaban normalmente, los débiles se regocijaban cuando se restauraban sus fuerzas. Cuando oramos, aunque sea con un poco de la comprensión que él tenía de la verdad del ser espiritual armonioso, percibimos evidencias en nuestro corazón y cuerpo de que estamos despertando, gradualmente, al hecho sublime de que somos los hijos poderosos del Padre Todopoderoso. Este despertar se efectúa solamente por la acción del Cristo, la Verdad, y es prueba de la comunicación y supremacía de Dios dentro de nosotros. El Cristo nos fortalece con la comprensión de la realidad, que reprime todos los pensamientos erróneos y temerosos relacionados con el débil género humano.
Al reconocer al Cristo, la verdadera idea de Dios, como el poder que nos define y sostiene, podemos repetir diariamente la afirmación de confianza del Salmista: "Vendré a los hechos poderosos de Jehová el Señor". Para mí, esto significa: "Vendré en la fuerza del Espíritu, no de la supuesta fuerza de la materia como cuerpo y músculos carnales. Andaré en los trabajos de este día, en las obligaciones y en los placeres, con la fuerza del infinito como hijo de Dios".
Al cultivar la consciencia espiritual de esa manera, nos estamos fortaleciendo o, más bien, haciendo resaltar nuestra fortaleza permanente como la semejanza de nuestro Hacedor.
Igual que en las curaciones efectuadas por nuestro Mostrador del camino, nuestra demostración de esta fortaleza espiritual traerá renovadas fuerzas al cuerpo. De la misma manera que Jesús sabía — mientras que los que lo rodeaban no lo sabían — que era el Espíritu lo que sostenía a cada persona, nosotros también podemos darnos cuenta, cada vez más, del poder del Cristo en nosotros.
De hecho, se nos da mucho más a través de nuestras oraciones. A medida que Cristo, la Verdad, se vuelve gradualmente más real y vibrante para nosotros como la influencia del Amor divino en nuestro corazón, aparta más suavemente al pensamiento de quizás alguna preocupación mezquina por el propio bienestar, volviéndolo hacia un amor más vivo hacia los demás. Entonces nuestras oraciones se extienden para abrazar a nuestros semejantes. Podemos afirmar que el ser real, espiritual, de todos, refleja la fortaleza ilimitada del Espíritu.
Cuando descubrimos que tenemos suficiente amor para declarar y comprender el hecho eterno de la fortaleza espiritual que Dios le dio al hombre, no sólo para beneficio propio sino para el de toda la humanidad, nos ponemos en armonía con el propósito que Dios tiene para nosotros, que seamos la expresión de Su amor, Su fortaleza. Según escribe la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos: "¿Acaso no sabéis que aquel que expresa el amor más grande hacia otros, y espera en Dios, renueva sus fuerzas y es enaltecido?"
    