Ricardo vivía en Hawai, donde casi siempre hacía calor y brillaba el sol. Ricardo solía jugar a la sombra de las inmensas palmeras y entre los arbustos en flor que había en el patio de atrás de su casa. Observaba a los pájaros tropicales de brillantes colores volar de un lado a otro. Todas las mañanas ayudaba a su mamá a esparcir en el patio alimento para pájaros para varias familias de cardenales brasileños. Eran de color gris y blanco y tenían un copete rojo. El color del copete de los pichones era amarronado.
Ricardo jugaba al fútbol y trepaba a los árboles con dos buenos amigos que tenía. A veces ellos traían sus autitos y camiones de juguete. Construían caminos de tierra y montañas y los hacían andar por allí. Cuando Ricardo estaba solo, pasaba largas horas jugando con sus autitos.
Un día, mientras estaba jugando en la tierra, lo picaron unas hormigas coloradas. Le dolía mucho la mano y el brazo y enseguida se le hincharon. Ricardo se asustó y comenzó a llorar.
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