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¿Es esto todo lo que soy?

Del número de octubre de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante Mi Adolescencia me desconcertaba la pregunta "¿Quién soy yo?". Tenía talento para desarrollar algunas actividades, pero mis aptitudes eran limitadas con respecto a otros aspectos de mi vida. Podía ser definido como "término medio". ¿Era eso todo lo que yo era? ¿Estaba yo definido y limitado por características, incapacidades y talentos físicos y personales? Pensé con vehemencia: "¡Tiene que haber algo más que esto acerca de mí!"

Por supuesto, como alumno de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, me había familiarizado con el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud. Pero, en ese momento, me pareció que la Sra. Eddy había escrito cierto pasaje de ese libro justo para mí. En la página 475 ella hace una pregunta que yo me había estado haciendo: "¿Qué es el hombre?" La respuesta que ella da a esta pregunta probablemente asombre al lector.

Ella comienza diciendo: "El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.. . El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico".

Ahora bien, hay mucho más en esta respuesta revolucionaria. Pero fue esta parte de su respuesta la que me llamó la atención. Consideré esas pocas frases, y oré para ver si eran realmente verdaderas, realmente demostrables. Me decían que yo no estaba limitado a ese conglomerado de debilidad material e inestabilidad emocional al que había estado llamando "yo". De hecho, yo no era en absoluto material; era espiritual. Mi identidad era completa como hijo de Dios, definible por medio de la expresión de cualidades divinas, tales como el gozo, la sabiduría, la fortaleza, el amor, y otros atributos que manifiestan el ser de Dios. Podía expresar estas características en mi vida en la medida en que reconociera su permanencia real en mí.

Orando sobre esta base, me resultó más fácil ser afectuoso, inteligente y feliz. Sentí nueva libertad al saber que Dios estaba actuando en mí y a través de mí, que mi responsabilidad era expresar Su naturaleza, y que El me estaba guiando a hacer justamente eso.

Tuve pruebas de todo esto nada menos que en mi clase de gimnasia. Casi siempre había sido elegido en último lugar cuando formaban los equipos. Yo creía que no tenía coordinación y era inepto, y que los demás pensaban lo mismo. Pero cuando comencé a aplicar lo que estaba aprendiendo sobre el ser espiritual del hombre, comprendí que mi fortaleza y poder eran cualidades de Dios, y que podía reflejarlas en mayor medida que antes.

Encontré pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud que me consolaron y me alentaron. Una cita bíblica en Salmos en particular significó mucho para mí: "Te amo, oh Jehová, fortaleza mía". Me di cuenta de que no podía amar a Dios como la fuente de mi fortaleza y a la vez odiar o temer las clases de gimnasia. Debía amar a Dios y confiar en la habilidad que El me da para expresarlo. Me di cuenta de que estaba alentando a otros, que era más amable y estaba más dispuesto a tomar parte de la clase. Lenta pero firmemente el temor desapareció, mis aptitudes aumentaron, y muchas veces disfruté de las clases.

Aprendí que lo maravilloso es que la demostración de la habilidad de Dios no se limita a la clase de gimnasia. Cada situación puede ser colmada con la bendición de Dios. Comprender nuestro ser espiritual como hijos de Dios puede también sanar la enfermedad.

Una afección recurrente de la piel me había estado causando problemas de vez en cuando desde que estaba en quinto grado. Un verano, la erupción apareció nuevamente, pero mucho más aguda; cubrió completamente mi cuerpo. Incapaz de salir de casa, pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí. Ella me aseguró que la presencia amorosa y sanadora de Dios estaba allí mismo conmigo, y que, como hijo de Dios, sólo podía expresar Su salud e integridad. También me indicó esta declaración de la Sra. Eddy en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany: "Deteneos junto al límpido lago, que duerme en medio de las riberas pobladas de sauces, teñidas de esmeralda. Ved reflejado allí el cielo y la luna resplandeciendo en su gloria apacible. Esto conmoverá vuestro corazón. Luego, en oración silenciosa, pedidle a Dios que os capacite para reflejar a Dios, para ser Su imagen y semejanza, o sea el reflejo sereno, claro y radiante de la gloria del Cristo, sanando al enfermo, conduciendo al pecador al arrepentimiento, y levantando al que está espiritualmente muerto en ofensas y pecados, a la vida en Dios".

Comencé a ver que así como el lago refleja el cielo y la luna, yo reflejo a Dios, no sólo como Su expresión, sino también como Su reflejo. Este concepto de reflejo estaba ahora respondiendo a mi pregunta "¿Quién soy yo?". Yo era verdaderamente el reflejo mismo de Dios, Su hijo espiritual, exento de toda enfermedad. Esta verdad instantáneamente comenzó a traer curación. La erupción comenzó a desaparecer. Pronto la condición sanó completamente, y nunca volvió a presentarse.

Estas primeras experiencias personales me han recordado frecuentemente las palabras de Jesús: "Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres". Jesús enseñó a otros, y él mismo lo vivió, el hecho espiritual de que nosotros tenemos que dar testimonio de (o reflejar) la naturaleza de Dios. No hay mayor ejemplo de cómo reflejar las cualidades de Dios que la vida del Maestro. En el Sermón del Monte él nos instruye sobre cómo expresar el amor, la paz y la pureza de Dios.

Entonces, "¿Quién soy yo?" En verdad — la verdad de nuestra filiación espiritual con Dios, la cual Jesús ejemplificó como el Hijo de Dios — yo soy el reflejo de Dios, y también lo es usted. El hombre expresa el amor, la fortaleza, la salud y la perfección de Dios. Podemos ser felices al comprender esto, y orar para expresar más las cualidades de Dios cada día.

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