Amis Amigos y conocidos les debo parecer un disco rayado. "Participa en la iglesia. Si no asistes a ninguna, busca alguna o prueba la mía". Supongo que doy esa impresión debido a que me he dado cuenta de la importancia que tiene la iglesia en nuestro progreso espiritual. Aunque sé que algunos tienden a pensar en la espiritualidad sólo en términos de la relación individual que uno tiene con Dios, y a pensar que la iglesia tiene poco que ver con ello — o hasta lo impide — he aprendido que la iglesia es algo fundamental para elevar nuestra fe.
Recuerdo claramente el momento en que lo comprendí hace casi veinte años. Durante una conversación acerca de la naturaleza del Amor divino, se dijo que la ascensión de Jesús ocurrió mientras bendecía a sus discípulos. "Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo". Recuerdo que pensé: "No se encontraba orando solo en la cima de una montaña". En ese momento aprendí una verdad práctica, estupenda, que provocó en mí lágrimas de asombro y gratitud. Es decir, que nuestra ascensión por sobre las limitaciones del mundo material, ocurre, en gran parte, al bendecir a los demás. También comprendí que era la presencia de la iglesia en mi vida lo que mantenía mi pensamiento orientado a bendecir a los demás. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy da una definición espiritual de Iglesia: "La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él.
"La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y eleva a la raza humana, despierta al entendimiento dormido de las creencias materiales para que comprenda las ideas espirituales y demuestre la Ciencia divina, y así echa fuera a los demonios, o al error, y sana a los enfermos".
Un propósito de la Iglesia es el de "elevar". Una definición de ascender es "elevarse". Comenzamos a ascender por sobre el sentido terrenal de la vida en la materia y a experimentar la armonía celestial en la medida en que amamos, en que vemos a cada uno como parte integrante de la creación de Dios. Nuestra participación en la actividad de la iglesia puede aportarnos alguna experiencia que nos proporcione la materia prima necesaria para construir lo que podríamos llamar una escalera de ascenso. Como en cualquier proyecto de construcción, para obtener un buen resultado es fundamental guiarse por el plano. Utilizar con confianza los numerosos modos y medios con que la iglesia nos ayuda a probar, a elevarnos, a despertar, a percibir y a sanar, siempre hace que dejemos de pensar en nuestra mortalidad y en la de los demás, y que reconozcamos la libertad que cada uno posee como idea espiritual.
La Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, declara en el libro de texto: "Empezar bien es terminar bien". Para mí, participar en la iglesia ha sido una manera de empezar bien. En innumerables ocasiones problemas físicos, que me tentaban a permanecer en cama, cedieron a la oración cuando necesité y quise estar en la iglesia para cumplir mi función. Problemas financieros, de relaciones y de crianza de niños, se resolvieron mediante la inspiración y el reconocimiento de la bondad de Dios que percibí durante las reuniones de testimonios de los miércoles.
Dar primacía a la iglesia impidió que me extralimitara al participar en actividades que no promovían tanta paz ni estaban tan dedicadas a bendecir a los demás. Poco a poco las actividades de la iglesia reestructuraron mis días y semanas a medida que iba descubriendo cómo las variadas facetas de la Iglesia de Cristo, Científico, nos inundan con la pleamar diaria del sostén del Cristo cuando el mundo trata de ahogarnos en sus remolinos de problemas.
Hace ocho años, durante una época de grandes desafíos, trabajar en la iglesia fue lo que me dio el apoyo que tanto necesitaba.
Compré un negocio poco seguro, poniendo mi casa como garantía. Tomé varias decisiones más, inocentes pero imprudentes e inmaduras y, debido a una baja en la economía, encontré que no había sacado ningún provecho de mis esfuerzos. Nuestra casa, que constituía todo nuestro capital, y que había sido duramente adquirida durante quince años de enormes esfuerzos, ya no nos pertenecía. A esto se sumó una tragedia: un socio del negocio se suicidó. No puedo comenzar a describir hasta qué punto me sentí abatida. En un esfuerzo por salvar nuestra situación, mi marido aceptó un empleo a varios miles de kilómetros de distancia, mientras yo me quedaba con los niños, tratando de descubrir qué debía hacer.
Durante varias semanas me sentí desesperada. No podía enfrentar ni a los clientes, ni a los proveedores, ni a mí misma. Seguí cumpliendo con mis tareas normales en la iglesia, aunque sin ánimo. Durante un tiempo lo único que me sostuvo fue la convicción de que la Iglesia de Cristo, Científico, estaba alzando un estandarte para el mundo y mi ayuda era necesaria. No podía permitir que la desesperación me dominara. El deseo de representar fielmente a mi iglesia me mantuvo luchando por obtener respuestas.
Oraba para superar un profundo sentido de fracaso. Una tarde, mientras trabajaba en la Sala de Lectura, tuve un pensamiento que me reconfortó. De pronto comprendí que sólo podemos fracasar cuando fallamos en dirigirnos a Dios en busca de respuestas. Ninguna otra cosa es fracaso.
La luz espiritual que llenó mi pensamiento cuando asistí a la reunión de mi Asociación de Estudiantes de la Ciencia Cristiana, hizo que diera otro paso ascendente en el camino hacia la curación. Aunque en varias ocasiones había superado el temor y la limitación, hasta para llegar a la Asociación, cuando regresé de ese día inspirador me sentí capaz de tomar decisiones difíciles y de llevarlas a cabo; y en el otoño nos reunimos con mi marido.
Sin embargo, a pesar de este progreso, continuaban mis grandes luchas con un corazón abrumado, con el remordimiento y con el temor a las deudas. Ni bien me establecí en la nueva comunidad, me uní a una iglesia filial local. Eso me dio mucho consuelo, esperanza y confianza. Me sentí reconfortada y fortalecida cada día y en cada servicio. Al cabo de unos pocos meses pudimos pagar las deudas, y en dos años estuvimos en condiciones de comprar otra casa.
Pocos años después, cuando me eligieron Primera Lectora, pensé en dejar mi ajetreado empleo y empezar un nuevo negocio que me permitiese tener la flexibilidad que deseaba para dedicarme a este trabajo único y exigente. Al estudiar la Lección Bíblica me detuve en este pasaje bíblico de Isaías: "Yo soy Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir". Al profundizar en este pasaje, descubrí que la palabra "provecho" deriva de la raíz de una palabra primitiva que significa "ascender". Pensé inmediatamente en aquel cambio de ideas, años atrás, y sentí que me recordaban que debía restablecer ese negocio sobre la sólida base espiritual de bendecir a mi prójimo y no sobre el suelo superficial de algún motivo convencional para obtener beneficios. Mientras oraba para saber cómo dar los primeros pasos, tuve la idea de ponerme en contacto con una importante firma local y sugerirles que yo podría cubrir las necesidades de ventas que ellos tenían, a cambio de una pequeña oficina desde donde poder operar. Sentí que eso sería beneficioso tanto para ellos como para mí.
¡Aceptaron! La relación y el negocio han sido un éxito desde el primer mes. Hoy, cinco años más tarde, el negocio está prosperando y necesita que yo le dedique más tiempo. Aunque estoy agradecida, siento que acceder a ello significaría disminuir sutilmente mi dedicación a la iglesia. He aprendido que tener demasiado puede ser a veces tan engañoso como tener muy poco, y que la base verdadera en los negocios no son los beneficios, sino la ascensión, es decir, la elevación espiritual. El proceso de curación en realidad comenzó cuando me di cuenta de que nuestro verdadero beneficio es la ascensión diaria y no las ganancias diarias.
La ascensión de nuestro Mostrador del camino, Cristo Jesús, probó la victoria final del Espíritu sobre la materia. Nuestro propio sendero hacia el Espíritu es el proceso continuo a través del cual cada uno de nosotros erradica todo vestigio de materialidad. Este proceso consiste en dejar de lado los métodos egoístas preconcebidos y demostrar en todo momento la unidad con la Mente divina. Este proceso consiste en ascender mental y espiritualmente en nuestra comprensión de la perfección y totalidad de Dios y de nuestra semejanza a El. La iglesia ofrece ilimitadas oportunidades para lograr esto.
