Cuando Buscamos La curación física basándonos únicamente en la oración, nuestra vida experimenta un maravilloso progreso. Ya sea que se trate de la primera curación a través de la Ciencia Cristiana o que hayamos tenido otras anteriormente, una recuperación total de la salud fortalece nuestra confianza en el poder de las leyes universales del bien, que provienen de Dios.
Aunque las verdades espirituales fundamentales que traen curación son simples y hasta un niño las puede practicar, lograr la curación quizás no siempre sea fácil. Nuestros conceptos limitados acerca de Dios y de nosotros mismos tienden a restringirnos. Dado que la percepción humana común no ve más allá de un punto de vista físico de la vida, la grandeza y el poder de la realidad espiritual a menudo se pasan por alto y, por lo tanto, no se experimentan.
Esa realidad, como se comprende en la Ciencia Cristiana, muestra al hombre como algo muy diferente a un frágil pedazo de carne. El hombre se percibe como la imagen espiritual o idea de Dios, y revela que Dios es sustancia perfecta, el Espíritu, e inteligencia infinita, la Mente. A medida que nos apartamos de una identificación personal, corpórea, de nosotros mismos, y hacemos que la realidad espiritual sea nuestro punto de referencia, obtenemos un sentido más claro de la salud e integridad indestructibles del hombre, que están basadas en el Espíritu. Llegamos a comprender que en la infinitud de la creación espiritual de Dios no puede haber imperfección. El resultado de esta comprensión es la curación tanto del pecado como de la enfermedad.
Naturalmente, la experiencia diaria a menudo presenta un cuadro opuesto que muestra la ausencia del Espíritu y la esclavitud del hombre al pecado y la enfermedad. La mayoría de las veces no nos damos cuenta de lo intrusos y agresivos que son esos argumentos impíos. Se requiere una oración consecuente y un estudio de las verdades espirituales a fin de que nuestra vida esté de acuerdo con el poder sanador de Dios. Pero a medida que renovamos nuestros puntos de vista espirituales diariamente — y hasta varias veces al día — lo logramos.
En una ocasión en que estaba lastimado, al orar por mí, me vinieron al pensamiento muchas verdades. Un nuevo discernimiento tuvo un impacto especial en mí. Me ayudó a sanarme. Me di cuenta de que las verdades espirituales que mantenía en mi pensamiento todas las mañanas al hacer mis oraciones, me estaban beneficiando en forma activa durante todo el día, y no sólo mientras oraba. Aunque yo ya sabía que la Mente divina es omniactiva, hasta que este nuevo discernimiento alboreó en mí yo no había estimado correctamente la continuidad de la energía y el vigor sanadores del poder de Dios, Su Cristo, que continúa aun después de que hemos terminado de orar.
El Cristo reinó supremo en la humanidad de Jesús, constituyendo la fuerza motriz de sus obras sanadoras y sus inspiradas palabras. Jesús se negó a aceptar la validez de cualquier sustancia o poder aparte del Espíritu, Dios. El razonaba desde la cumbre de la Verdad divina y esto hizo que su vida fuera un ejemplo perfecto de oración incesante.
La influencia divina de la Verdad — el Cristo eterno — está siempre activa en la consciencia humana. Aun cuando nuestra responsabilidad es orar y poner en práctica la verdad de nuestra oración, lo que nos sana es la habilidad del Cristo, el poder mismo de Dios. No podemos incitar al Cristo a que efectúe el trabajo sanador. Para que la curación se produzca, debemos ceder a la influencia reformadora del Cristo.
El Cristo nos pone bajo la jurisdicción de la Mente divina y nos revela la pureza de nuestra individualidad, creada por Dios. No podemos evitar ser beneficiados, mientras estemos albergando al Cristo en nuestro pensamiento. No existe brecha mental — incluyendo lo que se denomina mente humana subconsciente — a la que el Cristo siempre presente no pueda llegar y sanar.
Esta nueva percepción me ayudó a comprender mejor que mientras tenemos en cuenta la admonición de Pablo, "orad sin cesar", debemos tener cuidado de no disminuir la eficacia de ninguna oración volviendo a orar durante el día por el mismo problema, como si nuestra oración anterior hubiese sido incompleta o ineficaz. Deberíamos valorar nuestro trabajo una vez terminado y no dudar de su eficacia sanadora. Cuando oramos con el corazón, nuestros pensamientos y motivos son impulsados por el Cristo, la Verdad, activo en nuestra consciencia. El Cristo eterno no se demora ni necesita que nosotros le hagamos recuperar energías.
Cuando volvemos a orar ese mismo día o al día siguiente, es para construir sobre el bien que ya se ha llevado a cabo. El resultado de nuestro trabajo anterior quizás sea el de desarraigar un pensamiento de temor o de pecado que necesita corrección específica. O tal vez nos haya traído un enfoque espiritual diferente que deseamos aplicar, a través de la oración, al problema que estamos tratando. O quizás simplemente queramos disfrutar más de la comunión con la Verdad divina.
"Orad sin cesar" es permanecer alerta a fin de corregir pensamientos malos. Durante nuestra jornada se nos presentan varios pensamientos impíos. Tal vez se presenten disfrazados como justificación propia, voluntad personal y orgullo. Otras veces se manifiestan como formas de sensualismo, temor o enojo. Sea cual fuere la manera en que se presenten, su propósito es siempre el de frustrar nuestro progreso espiritual y negarnos la curación.
En Escritos Misceláneos la Sra. Eddy escribe: "Orad sin cesar. Vigilad diligentemente; jamás abandonéis el puesto de vigilancia espiritual y autocrítica. Esforzaos por la abnegación, justicia, humildad, misericordia, pureza y amor. Dejad que vuestra luz refleje Luz. No tengáis otra ambición, otro afecto, ni propósito, que no sea la santidad. No olvidéis ni por un momento, que Dios es Todo-en-todo — por tanto, no existe, en realidad, sino una sola causa y un solo efecto".
Las mismas verdades que hacemos nuestras mediante la oración constituyen nuestra defensa espiritual. Representan al Cristo que actúa en nosotros. El Cristo, como la influencia de Dios siempre presente en la consciencia humana, está siempre allí para que nos volvamos a él en busca de curación. Cuando hacemos esto a través de la oración y el estudio humildes, podemos confiar en que la energía sanadora y la influencia correctora del Cristo vencerán cualquier dificultad que estemos enfrentando.
Los que oraron sin cesar para que el Apóstol Pedro fuese liberado de su prisión, deben de haber dudado del poder de sus propias oraciones. De acuerdo con la Biblia, cuando Pedro apareció en la puerta de la casa donde se encontraban, no creyeron que fuese él. Podemos estar seguros de que lo que se requiere de nosotros en nuestra oración no es una repetición mental interminable — las "vanas repeticiones" contra las que previno Cristo Jesús — sino el ceder más a lo que el Cristo de Dios ya está haciendo, que es, ni más ni menos, liberarnos de todo sufrimiento.
