El Noticiero De la noche en la televisión estaba transmitiendo un informe sobre un polémico misil militar. Allí estaba, elevándose a través de la atmósfera clara, con su estela blanca brillando tenuemente y atravesando el cielo azul profundo. Transcurrieron unos minutos antes de que yo despertara de una sensación de alborozo, a la sensata percepción de que ese objeto ¡no tenía el propósito de demostrar la belleza del vuelo espacial! Como el resto de los armamentos de ese tipo, había sido diseñado para apuntar hacia un blanco, algo o alguien "en alguna parte" identificado como "enemigo", y destruirlo.
En un mundo sediento de paz genuina, las palabras de Santiago en la Biblia expresan lo que tantos sienten: "Hermanos míos, esto no debe ser así".
Anhelamos profundamente liberar a la tierra de instrumentos de destrucción. Pero ¿de qué manera podemos realmente —realmente— llegar a la causa fundamental de los conflictos y las armas de guerra y eliminar de verdad el temor y la animosidad que provocan los conflictos?
Tal vez, si analizamos la razón de la existencia de los misiles, podamos comprender la causa básica de la guerra, de tal manera que podamos darnos cuenta cómo llevar a cabo aquello que nos gustaría poder hacer: cumplir una función concreta en la desaparición de todos los misiles de la faz de la tierra.
A nadie puede sorprender que este discernimiento tan singular y sumamente práctico, esté demostrado en la vida de Cristo Jesús. El estudio de la Ciencia Cristiana conduce a una inevitable conclusión: ¿en qué otra parte vamos a poder encontrar soluciones que sean justas, viables en todo el universo — radicalmente simples, profundamente verdaderas, afectuosamente rectas — excepto en la demostración de cómo se adapta la ley suprema del amor de Dios a la vida humana? La Ciencia Cristiana aparta las enseñanzas de Jesús del reino de la filosofía remota y demuestra que esas enseñanzas constituyen la verdad sanadora y pacificadora que la humanidad anhela con tanta desesperación.
Fue, literalmente, en mis caminatas diarias, como peatón urbano, que comencé a ver la responsabilidad, a menudo no reconocida, que cada uno de nosotros tiene en la eliminación — o perpetuación — de los misiles.
Mi reacción ante la desobediencia a las leyes de tránsito y el peligro que implicaba el comportamiento egoísta de los automovilistas de mi ciudad, llegó a un grado tal que ¡yo estaba "disparando" pensamientos virulentos y llenos de odio hacia esos conductores! Es fácil darse cuenta con exactitud hacia qué me condujo eso: un día, después de ser casi atropellado, traté de encontrar una piedra, una botella o cualquier cosa para arrojarla contra el vehículo agresor que se alejaba. Eso ya fue demasiado. Esto no era característico en mí. Una caminata por el vecindario no debía ser así. Oré. Y, a través de la oración, de repente me di cuenta de algo con mucha claridad. Allí mismo — no necesitaba ir más lejos — evidente en su definición más clara, estaba la esencia misma, el punto de partida, la base para la existencia de los misiles. Percibí que cualquier "misil" que se lance, sean los puños, piedras, balas, bombas, rayos láser emplazados en satélites o algún cacharro (¡tendemos a arrojar lo que está al alcance de nuestra situación, presupuesto o tecnología!), es sólo una extensión de los disparos de pensamientos vengativos, rencorosos y de condenación, y es inseparable de los mismos. Es así de simple y, al mismo tiempo, así de profundo. Mientras se tenga uno, allí estará inevitablemente el otro.
El odio y el deseo de venganza están incuestionablemente fuera de la amorosa ley del bien, que es la ley de Dios; son totalmente contrarios a la naturaleza pacífica de la realidad divina. Con mucha gratitud puedo decir que al orar con persistencia fui sanado de ese resentimiento y odio. El conducir a velocidad excesiva y en forma descuidada, está mal. Pero el dejarnos llevar por la justificación propia, por pensamientos y actos de venganza, también está mal. El juzgar lanzando misiles de pensamientos vengativos sólo va a agravar una situación tensa, no va a sanarla.
La oración en la Ciencia Cristiana me despertó al privilegio y al deber de contribuir a la atmósfera mental de mi comunidad con una respuesta sanadora: el reconocimiento de que el Amor divino está siempre presente, rodeando todo; que ni la desobediencia, ni el egoísmo, ni la venganza son verdaderos en el hombre de Dios, el hombre creado por Dios a Su propia imagen y semejanza tal como lo revela la Biblia. El firma reconocimiento de la Verdad divina, de la presencia gobernante de Dios, y el entendimiento de la verdadera naturaleza de todos los hombres como la semejanza pura y constante del Amor, fue lo que trajo un verdadero cambio en mi punto de vista y en mi respuesta hacia los demás. La Ciencia Cristiana me ayudó a sentir de un modo tan genuino la bondad divina del hombre, que la reacción y el impulso, tan opuestos al sentimiento cristiano, de arrojar algo — primero pensamientos y luego cosas — fueron borrados en forma permanente.
Si alguna vez hemos de eliminar la expresión exterior de la violencia, ¿no debería, cada uno de nosotros, ser sanado por medio del Amor y eliminar la mentalidad subyacente de la cual procede la violencia?
Alguno podrá decir, es una meta noble e idealista pero imposible. Bueno, yo lo experimenté en forma directa. He visto en mi propia vida cómo un cierto grado de odio y resentimiento fue disuelto por medio de la oración. Me demostró cómo todos podemos comenzar a probar el poder pacificador del Amor divino.
Una de las experiencias de Jesús ofrece una demostración singular y notable de "desarme" impulsado espiritualmente. Un "blanco" había sido identificado y condenado. La justificación para dar un castigo fatal estaba bien establecida, pero los que estaban listos para atacar, inducidos por motivos ocultos, se volvieron hacia otra "autoridad", una autoridad cuyo juicio intentaron burlar y anular.
El relato está en el libro de Juan. Una mujer había sido descubierta cometiendo adulterio. La ley tradicional ordenaba que las adúlteras debían ser apedreadas hasta su muerte. Antes de llevar a cabo esta sentencia, los escribas y los fariseos trajeron a la mujer ante Jesús, indicaron lo que decía la ley y desafiaron a Jesús preguntándole: "Tú, pues, ¿qué dices?" Muchos pensamientos maliciosos, destructivos, estaban firmes y armados, la fuerza potencial que actúa detrás de múltiples misiles-piedra.
Jesús no lanzó una andanada defensiva de regateos, razonamientos o súplicas. Tampoco reaccionó con una contraofensiva de sabiduría personal o crítica destructiva.
Al principio guardó silencio. Cuando finalmente habló, lo hizo con una sabiduría y autoridad divinas que desarmaron la deplorable situación, aparentemente sin salida: "El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella". Uno a uno, los integrantes del grupo hostil se fueron alejando, dejando a la mujer bajo la custodia de Jesús. El le preguntó: "¿Ninguno te condenó?" Entonces, aquel, sobre quien no pesaba ningún pecado, y, por lo cual, presumiblemente reunía las condiciones para arrojarle una piedra, inspiró y elevó la vida de la mujer con el impacto sanador de la Vida y el Amor divinos. El la liberó diciendo: "Ni yo te condeno; vete, y no peques más".
Se plantea una pregunta que induce a pensar: Aquellos que fueron alcanzados por el ejemplo de Jesús ¿acaso volvieron a participar en el acto de apedrear? Seguramente, algunos de esos hombres al tener pensamientos más humildes y una vida más gentil, deben de haber compartido algo de esta nueva manera de sentir, esa percepción que cambia la vida de que hay algo más que la manera cruel y convencional de hacer las cosas. Algo sorprendente había ocurrido, y todo a través del pensamiento espiritualmente iluminado, y no mediante misiles bien razonados y dirigidos de retórica o de piedra. Una confrontación tensa, que en apariencia estaba destinada a terminar en derramamiento de sangre, fue resuelta por medio del Amor divino, y cada corazón receptivo adquirió un mejor sentido de la vida.
Es cierto, ésta es una forma final e ideal. Pero un ideal divino no tiene el propósito de ser relegado a una eventualidad lejana e incierta. Las enseñanzas y obras del Maestro indican con claridad que el ideal divino debiera ocupar cada vez más el primer plano y formar parte esencial de nuestra vida diaria. Por lo tanto, si somos tentados a buscar un "blanco" y a disparar pensamientos mordaces, ásperos, condenatorios de cualquier índole, con el propósito de dañar, estemos donde estemos — ya sea caminando por las calles de una ciudad, en los corredores de un colegio, en nuestro hogar, en canchas deportivas, en nuestra oficina, manejando por las rutas — por medio de la oración podemos hacer un alto al fuego. Podemos estar alerta y no participar inadvertidamente de esta mentalidad descarriada que desarrolla y recurre a todo tipo de misiles. Esa manera de estar alerta, de orar y de desarmar, no contribuye a un deterioro de la ley y el orden, sino que nos mantiene seguros, fuertes y activos a fin de preservar esa atmósfera de amor que contrarresta y disuelve la justificación propia, la negligencia y la venganza que inevitablemente provocan conflictos y el desarrollo de toda clase de armamentos.
Al amar y obedecer las enseñanzas de Cristo, deseando con sinceridad seguir el ejemplo de Jesús por el amor a Dios y a la humanidad, podemos progresar al ir eliminando toda la gama de pensamientos hostiles, desde los pensamientos meramente fríos pasando por los moderadamente punzantes hasta los que están llenos de odio. Eso desarrollará nuestra verdadera habilidad para amar como también para responder a la sabiduría inspirada por Dios, que precisa llegar a la vida humana para sanar no sólo el odio y el temor sino también el desorden que amenaza el bienestar tanto público como privado.
El estar "armados" e impulsados cada vez más por el amor altruista que reflejamos de Dios, hace que sea imposible que nuestro corazón y pensamientos lancen cualquier expresión de aversión. Ni la expresión ofensiva más leve así como ningún pensamiento o acción terriblemente explosivo y malicioso puede emanar de nosotros, y entonces estaremos haciendo nuestra contribución individual y tangible hacia la eliminación de toda la gama física de misiles.
En su libro Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy proporciona una inspirada percepción a todos aquellos que desean seguir el camino del Cristo, liberando a la tierra de toda forma de misiles: "Debiéramos evaluar el amor que sentimos hacia Dios por el amor que sentimos por el hombre; y nuestra comprensión de la Ciencia será evaluada por nuestra obediencia a Dios — en el cumplimiento de la ley del Amor, haciendo bien a todos; impartiendo la Verdad, la Vida y el Amor, en el grado en que nosotros mismos los reflejemos, a todos los que se hallen dentro del radio de nuestra atmósfera de pensamiento".
Porque las armas de nuestra milicia no son carnales,
sino poderosas en Dios
para la destrucción de fortalezas,
derribando argumentos y toda altivez
que se levanta contra el conocimiento de Dios,
y llevando cautivo todo pensamiento
a la obediencia a Cristo.
2 Corintios 10:4, 5
