Una Vez Que hemos comprendido la importancia de orar por nuestra propia vida y por el mundo, no tiene sentido dejar de hacerlo porque nos sentimos abrumados por todo lo que debemos orar.
Quizás hagamos una lista (aunque en mi experiencia he hallado que no resulta tan útil como pueda parecer): Orar por mí. Orar por la familia. Orar por la iglesia. Orar por el Heraldo. Orar por la comunidad. Orar por el Medio Oriente. Orar por la situación de Africa del Sur.
Pero, ¡espere! ¡Socorro! Esto sin contar las crisis especiales que ocurren en la familia y, especialmente, en las épocas más atareadas del año, como la Navidad, por ejemplo. Es como para sentirse exhausto antes de empezar.
Pero podemos vislumbrar algo de este mismo hecho. La sensación de que son demasiadas las cosas por las que debemos orar, proviene no de la oración, sino de pensar en ellas sin haber orado.
En realidad, el propósito fundamental de la oración no es lograr que Dios arregle montones de dificultades diferentes, aisladas y sin solución. El propósito de la oración es mostrarnos que ya estamos en perfecta relación con el bien que Dios otorga. De esta comunión con Dios puede fluir un nuevo entendimiento espiritual que trae curación a varios asuntos diferentes.
La medida en que nos sentimos presionados en cuanto a la oración, probablemente defina en qué medida no estamos orando. Cuando lo hacemos en vez de pensar en ello, sentimos un enérgico y armonioso ordenamiento de nuestra experiencia. Es evidente que Dios no está demasiado ocupado en la mañana, ni es improductivo en la tarde ni se retrasa en la noche. No tiene exigencias y deberes que se acumulan y chocan, como si fuera algún controlador de tráfico aéreo sobrecargado de trabajo. Y la acción que fluye de un mayor entendimiento espiritual del cuidado infinito y armonioso de Dios por el hombre y el universo, no es simplemente imaginaria ni está basada en la esperanza de que sea armoniosa. Una y otra vez el efecto es asombrosamente práctico. Tal vez, encontremos que lo necesario se ajusta, o nos demos cuenta de que tenemos mejores ideas mucho más pronto, o que la gente y las situaciones muestran una flexibilidad insospechada.
Es cierto que los seres humanos a veces tendemos a recargarnos unos a otros de una manera de injusta e irracional. Dios nos muestra la manera de ajustar ese equilibrio. Sin embargo, la impresión persistente en cuanto a la oración, es que siempre hay demasiado que hacer, y esto es una tentación diabólica. ¿Acaso no se origina en la creencia equivocada de que es muy difícil para el hombre hacer el bien, mientras que es fácil no hacer nada o hacer el mal? Pero la oración que comienza con el reconocimiento de la perfección de Dios nos eleva al descubrimiento de algo más, totalmente distinto: que el hombre refleja a Dios y este reflejo es muy bueno, que el hombre está naturalmente en completo acuerdo con la infinita justicia que constituye y llena el universo de Dios.
En otras palabras, la verdadera oración no sólo nos da una perspectiva diferente de Dios y el hombre creado a Su imagen, sino también de la oración en sí. No es cuestión de que Dios personalmente conteste montones de peticiones y ruegos, sino de que nosotros tengamos percepciones más inspiradas y apremiantes de la realidad de Dios. Esta realidad del Amor divino y de la Mente divina no está localizada en un lugar distante, sino que está por todas partes y está presente ahora, como la luz constante del día. No puede ser excluida por nadie ni por ninguna circunstancia compleja. Ante este punto de vista espiritual y verdadero, la impresión de que "hay demasiados asuntos por los que debemos orar" se desvanece.
Uno de los elementos que debería desvanecerse es el cálculo frío de lo que la Ciencia Cristiana llama "mente mortal". Desde este punto de vista, la oración debe compensar, a través de su cantidad de oración personal y fuerza de bien, una cantidad igual y opuesta de mal. Esta creencia engañosa merece ser combatida. No proviene de Dios sino de una vieja actitud humana que trata de adherirse a un propósito espiritual.
En primer lugar, la razón misma para orar es que Dios es el bien absoluto y es omnipotente. Esto significa que la oración no es una fuerza que se acumula para el bien por medio del tiempo que invertimos en la oración. El efecto de la oración es hacernos percibir la irresistible fuerza de la bondad que existe de manera ilimitada e intemporal en todo el universo de Dios, porque Dios es Todo.
A menos que la oración efectúe esto, se enfrenta una tarea inútil. ¿Quién contaría las injusticias, el dolor, la tristeza, las confusiones y los pecados de un solo vecindario, sin hablar del mundo, para después esperar poder encararlos uno a uno mediante el esfuerzo de la bondad humana únicamente? Se necesita mucho más que esto; pero este "más" se refiere a un mayor entendimiento de la realidad e infinitud de Dios.
Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: "Si suplicamos a Dios como si fuera una persona corpórea, eso nos impedirá desechar las dudas y temores humanos que acompañan tal creencia, y así no podremos comprender las maravillas realizadas por el Amor infinito e incorpóreo, para quien todas las cosas son posibles".
Es cierto que la oración nos exige mucho; pero sin duda no nos exige que nos asombremos al darnos cuenta cada vez más de las tribulaciones y horrores de la existencia material para luego tratar de orar para protegernos de ellos. La Ciencia Cristiana recalca que la oración exige que aceptemos de todo corazón un punto de vista radicalmente diferente de las cosas. Este punto de vista diferente, que se hace evidente por medio de la Ciencia del cristianismo, es la del poder y presencia infinitos de Dios que es Amor. Este concepto se hace evidente en el más grande modelo de oración que tenemos: la que nos dio Cristo Jesús.
Jesús dijo que debemos orar así: "Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra".
La función de la oración es, sobre todo, aprender que Dios es Todo-en-todo. Debe partir de la verdad de que el reino de Dios ha venido, partir de lo que es ese reino, y del hecho de que está literalmente aquí, en la tierra, ahora. La oración que comienza así, es ilimitada.
