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Buenas noches

Del número de febrero de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Era Una De esas conclusiones mitad graciosas, mitad tristes a las que llegamos en la niñez.

Hace años, cuando era pequeña, oí decir que un residente local había fallecido "serenamente mientras dormía". Quedé tan impresionada que durante varias noches permanecí despierta en la cama hasta altas horas imaginándome que si me dormía, no despertaría, Demás está decir que este concepto de que estar físicamente despierta me mantendría viva pronto cayó en el olvido.

Creo que nunca volví a pensar detenidamente sobre esa deducción — que no tenía fundamento — hasta muchos años después cuando una noche uno de nuestros hijos pequeños estaba afiebrado y no tenía apetito. Habíamos pasado una tarde tranquila juntos, leyendo, orando, y jugando con un tren de madera nuevo. Después que el niño se fue a la cama y se durmió, continué orando hasta altas horas de la noche.

Llegó un momento en que sentí que el trabajo de oración para ese día estaba hecho. La ansiedad que se sentía en nuestro hogar por el niño y por algunos otros problemas había desaparecido. Pude ver con más claridad la naturaleza enteramente espiritual del niño como hijo del Espíritu divino. Esto sucedió durante un período en que la oración de los Científicos Cristianos por la salud de sus hijos se estaba poniendo públicamente en ridículo en nuestra ciudad. Esa noche había orado hasta sentir más profundamente que esa duda pública sobre la sensatez de recurrir al amor omnipotente de Dios por Sus hijos, carecía de poder para impedir el gozo y la naturalidad de la curación cristiana, y la innata receptividad al bien que Cristo Jesús tanto valoraba en los niños. Sentí un profundo amor por quienes estaban orando por los niños en todas partes, permitiéndoles sentir el poder sanador de Dios, el Amor divino.

Aun así, dudé en irme a dormir. Me pregunté a qué se debería esa vacilación, ya que me sentía espiritualmente segura de que la curación se estaba efectuando.

¿No era acaso el concepto de que lo que sana es una mente humana "pensando en Dios", en lugar de Dios Mismo?

Si aceptamos la premisa de que la mente humana sana, entonces aun el descanso normal, considerado como un período en que "no estamos pensando en Dios", podría ser riesgoso. Pero es Dios — y no un mortal tratando de pensar en Dios — quien muestra lo efímero de lo que aparece como una realidad enfermiza, compleja, altamente organizada y con un largo historial, fuera de Su totalidad.

Así que me fui a dormir con la profunda convicción de que Dios, la Verdad divina misma, y no una mente humana, es quien imparte poder, sustancia y resultado a la oración. Dormí profundamente hasta que el niño me despertó a las tres de la mañana pidiendo leche. Noté que se sentía fresco y cómodo.

Existen muchas técnicas de curación (o complementarias de los métodos médicos convencionales); todas ellas están basadas en la aparente habilidad de la mente humana para alterar y mejorar las funciones corporales. La Ciencia Cristiana no es una de ellas, aunque explica la interacción entre el pensamiento y el cuerpo. La Sra. Eddy, una observadora de la escena humana, como muchos pensadores de criterio amplio, llegó a la conclusión de que esta relación es muy ignorada. Pero también tuvo la convicción de que aun aquella fase de la mente humana que muestra las mejores intenciones, es demasiado voluble — está demasiado centrada en sí misma, demasiado aferrada a las imágenes fluctuantes que desfilan ante los sentidos materiales, es demasiado escéptica con respecto a la sustancia espiritual, está demasiado convencida de que la muerte es universalmente inevitable — como para confiar en ella constantemente como agente sanador, tanto para uno mismo como para los enormes desafíos a nivel colectivo.

La Ciencia Cristiana señala que la curación no es un fenómeno de la mente humana, sino un fenómeno espiritual. No se trata de ver cómo debemos pensar para sanar (aunque quienes proponen diversos métodos de curación probablemente digan que el pensamiento optimista, desinteresado y equilibrado es más saludable que el constante y morboso rumiar mental). La curación verdadera siempre está unida al egoísmo, los temores, las ansias de felicidad y la preocupación que tiene la mente humana por el cuerpo material. Este sacrificio es imperativo porque abre nuevas posibilidades para vivir como reflejo espiritual de Dios, como Su idea, Su hijo.

Cristo Jesús pasó por extremos casi inconcebibles para cumplir su propósito como nuestro Maestro, nuestro Mostrador del camino, para darnos la evidencia concreta, comprensible, de lo que significa ser hijo de Dios. Dado el horror de la crucifixión, uno pensaría que nos sentiríamos desanimados e intimidados ante su ejemplo de cómo debemos vivir. Pero el amor que expresó fue tan grandioso, la curación y compasión que demostró coincidieron tan perfectamente con lo que busca el corazón, la resurrección fue tan convincente y concluyente, que casi dos mil años más tarde anhelamos seguirle, tal vez como nunca antes.

Los seguidores de Jesús hoy en día quizás se encuentren, como el Maestro, pasando "la noche orando a Dios" en más de una ocasión. Pero eso no significa mantener frenéticamente una mente humana llena de un pensamiento "espiritual" repetitivo. Significa ceder al conocimiento que la Mente divina tiene de Sus ideas. Entonces sabremos con certeza cuándo se ha realizado nuestro trabajo de oración para el día, y ya no nos vamos a imaginar que por el simple hecho de no descansar evitaremos los poderes de la oscuridad. Por otra parte, no nos sentiremos tentados a terminar el día prematuramente antes de haber completado lo que Dios nos ha dado para hacer ese día.

A muchas personas, la oración consecuente, diaria, abnegada, los hace sentir descansados y necesitan dormir menos. (Ver, por ejemplo, Ciencia y Salud, pág. 128.) Pero también comprenden que en realidad no tienen nada que temer, ya sea que estén dormidos o despiertos, cuando expresan en su vida un constante despertar a la totalidad del Amor divino.

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