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Una Nochebuena, Hace algunos...

Del número de febrero de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una Nochebuena, Hace algunos años, mientras visitaba a unos parientes en otro estado, oí una discusión sobre un niñito que se estaba muriendo. El año anterior, el hermano de este niñito, que presentaba los mismos síntomas, había fallecido en un término de diez días de causa desconocida. Esta era la décima noche que este niño estaba enfermo.

Al oír la conversación pensé: "La Nochebuena es un momento para celebrar la venida del Cristo, un tiempo para regocijarse; no es tiempo para tristezas y muerte". Esto fue al principio de mi estudio de la Ciencia Cristiana, pero les expliqué que era Científica Cristiana y ofrecí visitar al niño.

Entramos en la casa, y pasamos por una habitación donde había algunas personas que estaban sentadas en silencio alrededor de un árbol de Navidad. La atmósfera estaba cargada de pesadumbre y tristeza.

En la habitación contigua, el niñito estaba durmiendo, y respiraba con dificultad con una profunda congestión. El padre y yo hablamos por unos minutos. El creía en Dios y en las curaciones hechas por Cristo Jesús, y él aceptó la verdad de que la verdadera naturaleza del hombre es espiritual. El niño se despertó llorando, y el padre lo cargó en sus brazos. Mi corazón estaba lleno de compasión y de un gran amor.

Cuando regresamos al cuarto exterior, la atmósfera cargada se había despejado. Esto ocurrió un miércoles por la tarde; así que fui a una filial cercana de la Iglesia de Cristo, Científico, a la reunión de testimonios. Al entrar, de pronto pensé: "¿Qué he hecho? ¡Este es un caso para un practicista de la Ciencia Cristiana! ¡Soy solamente una principiante!" Pero razoné que un practicista se volvería a Dios busca de curación, y que yo podía hacer eso también; así que oré con completa seguridad de la omnipresencia y cuidado de Dios.

A la mañana siguiente, el padre llamó para decir que el niño había dormido bien por primera vez en diez noches. Pero, por la tarde, él llamó para decir que el niñito tenía fiebre. Mientras tanto yo había decidido que éste era un momento que yo quería usar para orar a Dios en lugar de hacer visitas de carácter social. Así que le dije al padre del niño que regresaría a Chicago aquella tarde para preguntar a un Científico Cristiano de más experiencia qué debía hacerse con respecto a la fiebre.

Tomé el próximo tren y llegué a una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana, justo antes de que cerrara. La persona encargada me enseñó una referencia de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Mary Baker Eddy, que explica que con frecuencia la fiebre la provoca el temor. Llamé otra vez a la casa del niñito, y la madre contestó el teléfono. Después de expresarle lo que había aprendido, ella admitió que tenía mucho temor. Le aseguré que no tenía por qué estar atemorizada. Le dije que Dios siempre cuida de Sus hijos, y que debía confiar en Su infalible amor y poder.

Varios días después, supe que el niñito se encontraba bien. Algunos años después lo vi, era un muchacho fuerte, activo y robusto.

Una vez, yo estaba jugando al golf con unas amigas que una y otra vez golpeaban las pelotas en la dirección de unos árboles y arbustos, de modo que con frecuencia estábamos ocupadas buscando las pelotas. En esa ocasión, yo vestía pantalones cortos, y pronto me di cuenta de que mis piernas estaban cubiertas con lo que parecía ser una erupción producida por una hierba venenosa. Tranquilamente apliqué las verdades de la Ciencia Cristiana a esta situación. Sabía que en verdad yo era una idea espiritual, que no podía ser tocada por ninguna discordancia material o enfermedad. También sabía que en verdad Dios había hecho todo lo que ha sido hecho, y que había hecho Su creación espiritual buena, no perjudicial ni vulnerable al daño. Como Dios, el bien, es la causa primordial única, yo sabía que no podía haber un efecto perjudicial de ninguna otra causa. Continué orando, y en una hora estaba completamente libre.

Un día me levanté con un dolor en la espalda que persistió durante todo el día. Estudié la Biblia y Ciencia y Salud, y oré diligentemente. Por la tarde sentí una gran mejoría, pero cada movimiento que necesitaba hacer tenía que hacerlo con mucho cuidado para evitar el dolor. Agacharme era imposible; el sentarme, levantarme y caminar eran serios desafíos. Sabía que la Ciencia Cristiana es verdadera y eficaz, pero me sentí apartada de la Ciencia, como si ésta estuviera muy lejos.

La lucha continuó durante otra semana, hasta la noche antes de la reunión anual de mi Asociación de estudiantes de la Ciencia Cristiana. Al leer las citas que nos habían enviado para estudiar, encontré un artículo escrito por la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos, titulado "La Ciencia y los sentidos". Al leer estas páginas, todo cambió súbitamente; las palabras cobraron vida, eran vibrantes y poderosas. Yo era mi verdadero ser otra vez — libre — y lo sabía. Leí: "La Ciencia es absoluta y terminante... Anula el testimonio falso, y a los cinco sentidos materiales les dice: "Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís; ni podéis comprender' " y "La Verdad destruye el error.. . Destrúyase el pensamiento de pecado, enfermedad y muerte, y se destruye su existencia".

Releí el mensaje completo tres veces, y me mantuve despierta toda la noche, disfrutando de la inspiración y de la libertad. Había sanado; podía moverme con rapidez, agacharme, estirarme y demás. Fue maravilloso estar libre y sentirme cerca de Dios otra vez.

Estoy agradecida por la armonía y el regocijo en mi vida que he recibido por medio de la Ciencia Cristiana. Con una comprensión de la Ciencia, podemos hacer frente y sobreponernos a cualquier desafío. Estoy verdaderamente agradecida a Dios.


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