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Encontremos nuestra verdadera valía, nuestra valía espiritual

Del número de febrero de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Ha Pensado Usted alguna vez en cómo sería ser rico, ser rico de verdad? Este es el sueño de muchos. Y, sin embargo, todo el dinero, riquezas y fama del mundo, no pueden añadir nada a la valía espiritual que ya es nuestra como hijos de Dios. Cuando descubrimos las leyes espirituales de Dios que gobiernan al hombre, y que la Ciencia Cristiana nos revela, podemos demostrar con autoridad divina absoluta nuestra verdadera riqueza: la riqueza espiritual.

En la Ciencia Cristiana conocemos la verdadera naturaleza del hombre como hijo de Dios. Aprendemos que el hombre es espiritual, completo e íntegro, que refleja totalmente la bondad de Dios. Dios es Todo-en-todo y el hombre es Su expresión más elevada. Cuando aprendemos a demostrar nuestra valía y mérito espirituales y verdaderos, dejamos de lado el cuadro materia; y empezamos a razonar de acuerdo con los siguientes lineamientos: Si Dios es bueno (y lo es) y si el hombre refleja a Dios (y lo hace), entonces el hombre en la Ciencia es bueno, útil, valioso e incapaz de cometer errores o de pecar. El es, por su primogenitura misma, perfecto, íntegro y completo, de acuerdo con la ley de Dios, el Principio divino. Demostramos esta libertad haciendo el bien, superando el materialismo y la sensualidad con la comprensión espiritual del hombre. Esto no siempre es fácil, pero cuando aprendemos quiénes somos en realidad y cuál es nuestro verdadero valor, nos aguardan descubrimientos maravillosos. Hace algunos años tuve la oportunidad de probar precisamente lo que todo eso significa.

Aunque en ese momento tenía un empleo bien remunerado y una carrera prometedora me dejé dominar tanto por el materialismo y el sensualismo que me enfermé y tuve que renunciar a mi trabajo. Me sentí muy deprimido cuando vi lo que estaba haciendo de mi vida. Como el hijo pródigo, descubrí que había desperdiciado mi sustancia "viviendo perdidamente" y que no estaba viviendo una vida sana, de amor puro, fraternal, como la que debía vivir un Científico Cristiano. (Parecía que todo se reducía a "mí", y no me importaba nadie más.)

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