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Conservemos el matrimonio

Escrito para Asuntos de Familia

Del número de marzo de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


De Alguna Manera surgió el tema del matrimonio, y la clienta del banco preguntó al joven empleado que la atendía: "¿Es usted casado?"

"No, no soy casado y no me voy a casar. Hay algo que anda mal con el matrimonio. Siempre termina en divorcio. Todos mis amigos, uno tras otro, se están divorciando".

Cuando la señora salió del banco, recordó cuando su matrimonio andaba tan mal que parecía que la única solución era el divorcio para así encontrar libertad. Ella y su esposo habían comenzado con mucha alegría y esperanza, con un gran sentimiento de satisfacción y amor verdadero. Y luego se dio cuenta de que su esposo era alcohólico.

Antes de casarse, ella sabía que tomaba un poco, pero él dijo que iba a dejar de tomar. Ella creyó que había dejado de tomar, pero empezó a encontrar botellas de licor en lugares inesperados, en el garaje y hasta en el órgano.

Las cosas empeoraron. Su esposo tomaba públicamente y terminaba ebrio con frecuencia. El punto crítico llegó cuando una mañana ni siquiera recordó que había vuelto a su casa manejando su automóvil la noche anterior.

"No puedo soportar más esto. Voy a dejar a mi esposo", decidió ella. Pero incluso al decirlo, el sólo pensarlo la hizo sentirse muy culpable y fracasada. En el fondo era un buen hombre, generoso, amante de su hogar y le era fiel.

Pero ¿qué podía hacer? Había orado tanto en busca de paz y armonía en su hogar, en el hogar de ellos. Como Científica Cristiana la mujer estaba segura de que hay una respuesta espiritual para cada problema, incluso para aquellos que vienen del matrimonio. Cuando un matrimonio parece venirse abajo, la esperanza y el socorro aún son posibles.

La mujer decidió aferrarse a la oración, y, al hacerlo, el concepto de unidad espiritual empezó a tener cada vez más significado. Recordó una referencia a ello en Ciencia y Salud donde la Sra. Eddy escribe: "La base moral y científica del matrimonio es la unidad espiritual". La unidad espiritual viene de aquel amor cuya fuente es Dios. La mujer comprendió que tal unidad sería el resultado natural del hecho de que Dios Mismo es Amor divino y que Dios creó al hombre "a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó" (Gén.). A medida que empezó a buscar la unidad que era espiritual, la mujer halló una base para tener valor, disciplina, y disposición para continuar con firmeza. Sobre esta misma base pudo sentir ternura, compasión, paciencia, sinceridad y fortaleza, pudo aferrarse a ellas.

La mujer trató de razonar con su esposo sobre el vicio, pero le fue imposible. Entonces le vino un pensamiento que la aturdió. Durante mucho tiempo había estado culpándolo a él por el alcoholismo. La necesidad era ver que, como hombre de Dios, él realmente estaba espiritual y mentalmente libre de la pretensión de la enfermedad y del pecado. En cierto sentido ella también había estado creyendo en su propia susceptibilidad. El vicio de él pudo haber sido la bebida; pero ella asimismo tenía un vicio: dejar que el alcoholismo se convirtiera en una obsesión y una realidad.

Desde ese momento la mujer se concentró en sanarse a sí misma de la creencia obsesiva de que tal vicio era incurable o incluso verdadero. Ciertamente no era la verdad acerca de Dios o de Su voluntad para con el hombre. Por lo tanto, no podía ser una condición verdadera y no podía atemorizarla a ella ni a su esposo. Empezó a preguntarse con sinceridad: "¿Estoy viendo lo que Dios ve? ¿Estoy respondiendo a algo que Dios conoce?"

Dios no conoce ni crea el temor ni la aflicción, y ésta es una de las lecciones que Cristo Jesús enseñó. Cuando fariseos y herodianos trataron que se incriminara a sí mismo, enfrentándolo con la pregunta: "¿Es lícito dar tributo a César, o no?" Jesús pidió una moneda, y señalando la imagen de César dijo: "Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios".

De esta manera Jesús aconsejó obediencia a la ley del país, y no tuvo conflicto por reconocer la ley más elevada, que es de Dios.

Con este razonamiento la mujer empezó a ver que para salvar su matrimonio recurriendo a la ley de Dios, tenía que poner en práctica el significado de la unidad espiritual. Tenía que dedicarse a obtener una comprensión más elevada de que Dios es Espíritu y que el hombre es espiritual, y que, por lo tanto, Dios y el hombre son inseparables.

Durante meses oró para "dar" a Dios al hombre perfecto de Su creación. Ver que ella misma era realmente espiritual y ver a su esposo bajo la misma luz. Entonces un día su esposo dijo: "¿No notas nada diferente en mí?" Cuando ella admitió que no, él dijo: "He dejado de beber. Es curioso, parece que ahora me cae mal, pero realmente dejé de beber no porque me cayera mal. Me di cuenta de que no te gustaba que yo bebiera, y temí que me dejaras".

La mujer se dio cuenta de que eso era exactamente lo que ella había hecho. Había "dejado" el sentimiento desesperado de un matrimonio fracasado y de una persona con el vicio del alcohol. Había persistido en "dar" a Dios el hecho puro de la unidad del hombre con El. Al reconocer que sólo el hombre perfecto de Dios es verdadero, ella había sanado su punto de vista equivocado acerca de ellos dos en el matrimonio. Esta verdad la liberó de la creencia de que Dios pudo haber hecho un alcohólico, o haber justificado el alcohol, en su hogar o en cualquier otra parte.

Más tarde, la mujer tuvo la certeza de que ambos estaban sanados cuando él le dijo: "Estoy tan feliz de que ya no bebo, realmente lo estoy. Después de todo no fue tan difícil. Pero no lo hubiera logrado si no me hubieras ayudado, es decir, con la manera en que crees".

La curación fue permanente. El poder de la unidad espiritual y el amor desinteresado fueron capaces de borrar lo que había amenazado ser tan destructivo para el matrimonio.

Esta esposa estaba muy agradecida, no sólo por la curación del alcoholismo, sino por la comprensión de que sea cual sea la discordia conyugal que pueda surgir, mantener las verdades espirituales puede traer curación.

Si hay alguna consolación en Cristo,
si algún consuelo de amor, si alguna
comunión del Espíritu, si algún afecto
entrañable, si alguna misericordia,
completad mi gozo, sintiendo lo mismo,
teniendo el mismo amor, unánimes,
sintiendo una misma cosa.
Nada hagáis por contienda o por
vanagloria; antes bien con humildad,
estimando cada uno a los demás como
superiores a él mismo.. .
Haya, pues, en vosotros este sentir
que hubo también en Cristo Jesús.

Filipenses 2:1–3, 5

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