Cuando Era Adolescente pasé por un período de profunda depresión y desaliento. Mis padres se habían divorciado y la familia se había dispersado. Parecía que ya no tenía una verdadera familia, ningún adulto al que le importara mi porvenir; no tenía dinero ni ninguna posibilidad de obtener una educación superior. Cuando estaba con amistades de mi edad, trataba de esconder un sentido, cada vez mayor, de pánico e incapacidad para enfrentarme sola al mundo. Consideré el suicidio seriamente y traté de decidir como lo podría lograr.
Aunque estaba interesada en la religión, leía la Biblia y discutía su significado, no podía encontrar mucho consuelo. Un día, un amigo de la familia me dijo: "Nunca vas a ser feliz; haces demasiadas preguntas, y no hay respuestas".
Había oído un poco sobre la Ciencia Cristiana y estaba algo interesada, pero vivíamos en un pueblo pequeño donde no había servicios anunciados. Entonces parte de la familia, incluyéndome a mí, se mudó temporalmente a una ciudad. Casualmente le comenté a un adulto que acababa de conocer que yo tenía curiosidad sobre la Ciencia Cristiana y pregunté como podría averiguar algo sobre ella. El me dijo: "Ellos tienen Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana", y buscó en el directorio telefónico la dirección de la Sala de Lectura más cercana.
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