Eran Diez De ellos, y medían aproximadamente veinticinco centímetros de altura. La película "Nature" (La naturaleza) mostraba la vida de una familia de mangostas en el Desierto de Kalahari, en Africa. Durante meses un zoólogo británico y un camarógrafo estudiaron a estas mangostas y lograron el notable documental de la BBC para televisión: Mangostas unidas. El secreto de la supervivencia de estos animalitos en condiciones muy duras en el desierto parece residir en su trabajo en equipo.
Hay diez o doce mangostas en cada grupo familiar, que se ayudan entre sí para hacer todo. Siempre está de guardia un miembro del grupo, erguido en lo alto de un árbol, vigilando mientras los otros forrajean y excavan en busca de larvas. Cuando las crías crecen un poco, cada una aprende de un adulto que le enseña los rudimentos de cómo excavar en busca de larvas y cómo protegerse de los depredadores. En el mundo de las mangostas, uno vive para todos, y todos para uno.
Estas expresiones naturales de cuidado y cooperación son indicios de la belleza y del orden que existen en el universo perfecto y espiritual de Dios, en el cual la creación es totalmente espiritual, nunca material.
Comenzar a percibir que en la vida hay un orden y una dirección espirituales, nos hace mirar las cosas de una forma diferente. Vemos, por ejemplo, que en verdad todos somos una familia, que estamos relacionados unos con otros porque, en realidad, Dios es nuestro verdadero Padre, nuestra verdadera Madre. Vemos que en el mundo de hoy tenemos una responsabilidad tanto individual como colectiva con respecto a los demás. Realmente, no es posible estar interesado únicamente en el bienestar propio y en la esfera de actividades que uno desempeña e ignorar al resto del mundo.
Todos conocemos familias que trabajan unidas como un equipo, y aún encuentran tiempo para incluir a otros en su amor. La oficina, la escuela o la fábrica funcionan bien cuando hay un verdadero espíritu de cooperación y un deseo de compartir, cuando hay un buen trabajo de equipo.
Todos nosotros somos, en realidad, parte de un gran equipo también, al que quizás podemos llamar humanidad unida, en el que no debería descuidarse el bienestar de ninguno de los integrantes. Por cierto que al mundo no le vendría mal tener "niñeras" que cuiden a niños abandonados, y tías y tíos interesados en ayudar a proteger a los jóvenes de los depredadores modernos, y más hermanos y hermanas para aquellos que no tienen familia. Nuestro mundo también necesita vigilantes que estén dispuestos a montar guardia para protegerlo con sus oraciones.
Cristo Jesús fue un verdadero centinela; él pasaba muchas horas orando a Dios antes de ir a las colinas y valles de Judea a sanar y enseñar. Sus enseñanzas nos muestran que cuando nos vemos unos a otros como los hijos de un solo Padre, Dios, nuestra actitud frente a la vida cambia radicalmente. Cuando comenzamos a comprender nuestra relación directa con Dios como Su amado hijo, nos damos cuenta de que somos más útiles al servir a los demás. Nadie está excluido del amor del Padre.
Una vez, un abogado preguntó a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?" La respuesta del Maestro pone de manifiesto un hecho importante: que nuestro prójimo incluye a todos los que necesitan nuestra ayuda, nuestro amor desinteresado. Nuestro prójimo puede ser un miembro de nuestra familia, un niño del vecindario, o incluso un completo extraño que se encuentre en dificultades. Ella o él quizás no sean de la misma religión, ni de la misma raza o cultura que nosotros, pero igualmente todos somos verdaderos prójimos como miembros de la familia universal de Dios. Indudablemente nuestra verdadera obligación es amar la individualidad espiritual de cada uno, hecha a la semejanza de Dios.
El cristianismo, cuando se vive de verdad, comienza a borrar los prejuicios, la injusticia y las luchas. Deleita por su variedad y diversidad. Incluye a todos y no vuelve la espalda a nadie. La Sra. Eddy, una mujer cristiana profundamente comprometida, consagró su vida a comprender la ley universal del Amor, fundamento de las enseñanzas de Jesús. En Ciencia y Salud, ella escribe: "El Dios de la Ciencia Cristiana es el Amor divino, universal, eterno, que no cambia, y que no causa el mal, la enfermedad ni la muerte".
Cuando seguimos a Cristo, aprendemos a amar más universalmente. Sin duda el mundo se beneficia con la práctica de nuestra compasión, nuestra amorosa disposición y nuestras oraciones. ¿Cómo podemos ampliar nuestros afectos para poder realizar este trabajo? Al recurrir a Dios como el manantial de amor experimentamos la emanación de Su amor en nuestra vida; entonces nos damos cuenta de que podemos expresar amor hacia los demás. Ello debería ser tan natural para nosotros como es para el rayo de sol brillar con el calor del sol.
Al despojarnos radicalmente de un sentido limitado de personalidad, comenzamos a vislumbrar en nosotros mismos y en los demás la verdadera naturaleza espiritual, que refleja los atributos de Dios. Y descubrimos que la ternura, la humildad y el amor desinteresado del Cristo, reemplazan la indiferencia y la dureza de corazón. El esfuerzo por bendecir a otros enriquece nuestra naturaleza, y sentimos el enorme gozo que significa participar activamente en la familia universal de Dios.
¡Formemos parte del equipo de la humanidad unida y amemos más! El amor que se vive realmente nos ayuda a allanar diferencias y a aplacar el odio y la violencia que desgarran la estructura de la sociedad. Es el espíritu del Cristo lo que nos reconcilia y nos une. El Apóstol Pablo escribe en Gálatas acerca de todos los que ”de Cristo [están] revestidos", y agrega: "Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
Nuestra unidad en Cristo realmente hace que todos seamos algo mucho más grande que un equipo. Este deseo común nos une en la familia humana.
