El Cristo ofrece la copa y la tomamos
gustosamente, sabiendo
que el vino se derramaría entre nuestros dedos
sin la copa que lo contiene,
una copa moldeada, profundizada y pulida
por los diarios desafíos y victorias de la vida.
El Amor no nos negará la oportunidad de la copa
blasonada con la estampa de la cruz,
pues ésta es la copa —
grabada con la inmolación propia, el amor
que reemplaza el temor, el valor en
la tribulación —
que contiene nuestro dulce vino,
nuestra dulce inspiración.
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