El Cristo ofrece la copa y la tomamos gustosamente, sabiendo que el vino se derramaría entre nuestros dedos sin la copa que lo contiene, una copa moldeada, profundizada y pulida por los diarios desafíos y victorias de la vida. El Amor no nos negará la oportunidad de la copa blasonada con la estampa de la cruz, pues ésta es la copa — grabada con la inmolación propia, el amor que reemplaza el temor, el valor en la tribulación — que contiene nuestro dulce vino, nuestra dulce inspiración.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!